ANÁLISIS

El reality show de la información

La influencia de la tele-realidad en los informativos y en la sociedad.

Un control policial en Telemadrid.
Un control policial en Telemadrid.

Las técnicas del reality show influyen a todos los géneros televisivos. Incluidos magacines de actualidad e informativos. Y lo que es peor, parece que pocos se quieren percatar de cuál es la diferencia entre un mero vodevil de entretenimiento y la responsabilidad periodística. Lo vemos a diario con maratonianas tertulias, en todos los canales -también en la televisión pública-, con periodistas que merman la credibilidad de su propia profesión porque no interesa que hablen en busca del rigor. Al contrario, se busca el fervor del choque ideológico básico. Por tanto, cambian su análisis en función del argumentario del partido político en el que se han encasillado.  

Al igual que sucede en la tele-realidad, se utiliza la táctica del espectáculo del enfrentamiento efectista entre opiniones que, para que se entiendan bien, están simplificadas al máximo. No hay matices, sólo consignas. Y cuanto más simplonas mejor, menos se tardan en explicar: "¡Barajas!". Como consecuencia, la propia audiencia empieza a olvidar la honestidad periodística. Es más, la sociedad empieza a creer que los periodistas son meros defensores de trincheras. Perfecto para el crecimiento de los bulos, ya que se ha debilitado la credibilidad del profesional que interpreta, otorga perspectiva, filtra la mentira y contrasta la realidad. 

Todo es reality show. La información se cuenta más en directo que nunca. De hecho, vivimos en el momento como nunca antes lo habíamos vivido. Y esta manera trepidante de plasmar el relato de la información propicia que, en cierto sentido, se olvide que en el periodismo es importante pararse a pensar, no grabar sólo por grabar sin hacerse preguntas y, sobre todo, sin tomar el pulso a los contextos de cada situación. O el testigo a la información quedará reducido al espectáculo del impacto. Es el que da audiencia, dicen. Pero, cuidado, el espectáculo del impacto no siempre suele ser información. Simplemente es fanfarria de tele-realidad. 

Lo retrata el modus operandi que han utilizado las cadenas con el cierre perimetral de Madrid debido al Estado de Alarma por la descontrolada situación, en todos los sentidos, de las crisis del Covid en la capital. Canales, privados y públicos, han corrido a grabar controles para cazar en riguroso directo a ese que intenta marcharse de Madrid. Puro reality de acción y tensión. Porque tiene más tirón el que es pillado en un control policial que la gran mayoría de personas que se han quedado en casa, claro. La anécdota pasa a primer plano. ¿Contrastar? Para qué. El ejercicio de intentar acercarse a la objetividad para explicar la verdad que está detrás de los hechos. Para qué. Lo que indigna se convierte en protagonista. Aunque no sea relevante. Aunque no sea la noticia principal. Aunque sean casos muy aislados. Sin embargo, quizá ni se recalcará que son casos aislados. Entonces, no se está haciendo periodismo, se está optando por el reality que caza el éxito gracias a la mundana indignación, tan instantánea y tan caduca. 

Hay una parte, pequeña, de la propia sociedad que también ha interiorizado determinadas artimañas del reality show. Y con su móvil graban para conseguir ese vídeo delator que da muchos 'retuiteos'.  Así surgen los irracionales acusones de balcón. Te pueden "hacer viral" y culpabilizarte aunque no estés haciendo nada mal. Da igual, no hay matices. Y la televisión (y la política) tiene mucho que ver en este escenario individualista y polarizado, pues en los últimos tiempos más que jugar a la colectividad constructiva se ha premiado al chivato. 

De aprender de la complejidad de la responsabilidad común hemos pasado a a ese acomodo en el cotilleo simplista. Cotilleo básico que hace sentirte superior al resto a la vez que alarma. Porque algunos se quejan de que el Gobierno decrete un Estado de Alarma para tomar medidas frente a la crisis sanitaria pero, en realidad, ya vivimos en la sociedad de la alarma, donde paradójicamente apoyamos más lo que ofende que lo que aporta. De ahí que la verdad esté en horas bajas y la mentira parezca que ya no tenga ningún coste.

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