EVOLUCIÓN SOCIAL

Los reporteros ya no venden como antes en los anuncios 

Martes y 13, parodiando de Tulipán
Martes y 13, parodiando de Tulipán
TVE

Los anuncios de televisión van compás de la cultura social del espectador. Incluso definen muy bien a quién otorga la audiencia la credibilidad.  Por ejemplo, en los ochenta y noventa el rigor a la hora de vender un producto solía ir unido a un reportero que entrevistaba a una persona anónima. Esta simulaba haber sido pillada por sorpresa en el supermercado o por la calle y relataba las maravillas de un producto que no cambiaba por nada.

Los maravillosos Martes y Trece parodiaron este tipo de spot. Recordado es su gag con la margarina Tulipán o el inventado detergente Gabriel. Interpretando a un periodista, Millán preguntaba: "le damos tres paquetes de Gabriel por uno, el suyo, ¿qué le parece?" Pero la clienta no lo cambiaba por nada.  Así la comedia se reía, aportando espíritu crítico, de las machacones promociones en las que la publicidad se disfrazaba de la objetividad del reporterismo.

Pero, desde hace años, los creíbles reporteros han dado paso a otra tendencia en los anuncios: la simulación del videoselfie. Los creativos publicitarios han captado que el mejor impacto publicitario va de la mano del testimonio en primera persona sin ningún tipo de intermediario. De esta forma, hemos visto campañas en las que el protagonista hace que se graba a sí mismo. Y, por generación espontánea, comparte con el mundo su orgullo por el uso y disfrute de determinado producto. Se reproduce la dinámica de los influencers. Aunque en los anuncios convencionales siempre exista un equipo grabando detrás para que todo esté bien medido.

El universo de Instagram, Youtube y Twitch marca la pauta de recomendar de tú a tú a los seguidores como infalible forma de publicidad. Porque no siempre parece publicidad. Este tipo de prescriptores son los que realmente influencian a targets específicos de consumidores, pues sus seguidores son más que una audiencia: son fieles que confían, casi de forma ciega, en aquello que cuenta (y recomienda) el autor del tutorial o canal, especialmente en los productos de belleza, moda y videojuegos.

Es indiferente que se vea mal la imagen o que el encuadre del vídeo sea desastroso. La fuerza está en que el protagonista de la pieza conecta con sus seguidores con una proximidad casi de familiar. Sobre todo si el prescriptor es hábil a la hora de contestar mensajes y participar en el debate de sus comentarios. Genera debate con "amigos"... y "enemigos", lo que termina  produciendo todopoderosos lazos de confianza con el público.

Y, claro, la publicidad tradicional aprende de los nuevos referentes. O se queda fuera de juego. Su habilidad está en ir al ritmo de la cultura social. Mejor hasta si logra ir un punto por delante de esa cultura social.  De ahí que los anuncios sean tan hábiles a la hora de retratar las tendencias de nuestro tiempo, donde peliagudamente, a veces, parece que al público le puede dar más confianza la recomendación de un sobreactuado ego-selfie o el baile de un reto de Tik Tok que al trabajo de un reportero a pie de calle. Lo que no deja en muy buen lugar la situación de la percepción del periodismo, por cierto.

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