OPINION

Arabia Saudí tendrá que elegir entre venganza o petróleo

El príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, antes de la foto de familia de la Cumbre del G20 en Buenos Aires (Argentina). EFE/Ballesteros
El príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, antes de la foto de familia de la Cumbre del G20 en Buenos Aires (Argentina). EFE/Ballesteros

Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. En el caso de la geopolítica normalmente se sirve más bien congelado, puesto que las respuestas en caliente suelen traer consigo decisiones precipitadas y que no tienen en consideración los efectos, en algunos casos letales, de una mala planificación estratégica.

Es el caso de la tensión entre Arabia Saudí e Irán. Dos enemigos que son los máximos exponentes de la discordia en Oriente Medio. Los ataques con drones y misiles a las refinerías de Abqaiq y Khurais están poniendo a Riad en el centro de la atención mundial. Si el ataque se hubiera producido en otro momento o con otros actores, la reacción del país saudí no se hubiera hecho esperar. Pero Teherán es mucho Teherán y un enfrentamiento a cara de perro con el país de Alí Jamenei supondría cruzar la línea que separa la inestabilidad del caos absoluto.

Para la monarquía saudí, atacar las refinerías es atacar el corazón mismo de la economía y el orgullo nacional. Este país, que apenas hace 100 años vivía del pastoreo en mitad del desierto, le debe al oro negro y a Estados Unidos el haberse convertido en un actor internacional de primer orden y una potencia en su zona de influencia, al mismo nivel que puede estar Israel en la región.

Sin embargo, pese a las primeras reacciones del gobierno de Riad, que no dudó en culpar a Irán de los ataques, parece que algo ha cambiado. Mohamed bin Salman, el príncipe heredero, lanzaba un mensaje clarificador al resto de potencias. Utilizando los medios americanos, el máximo líder de facto saudí ponía negro sobre blanco la posición de su país. Pese a que en un primer momento hacía suyo el derecho a una respuesta inmediata, no dudó en advertir al resto del mundo -y no solo a EEUU- para que intervenga contra Irán, si no quiere que los peores males se desaten por el planeta.

Su argumento es claro, incluso diáfano. Ayúdenme o pondré encima de la mesa una crisis que asentará el peligro no solo entre chiíes y suníes. Bin Salman señaló la posibilidad de una crisis mundial en caso de que se le deje solo en la respuesta militar o diplomática a Teherán.

Le bastó recordar los efectos inmediatos que tuvieron los ataques contra sus refinerías para poner los pelos de punta al espectador. En tan solo unas horas, Arabia Saudí recortó a la mitad los barriles de crudo que envía al resto del mundo, provocando una subida inmediata del 20% del precio del petróleo.

Riad se ha dado cuenta de dos importantes errores que ha cometido en el papel de potencia regional que está jugando. El primero radica en la imposibilidad de mantener tantos frentes abiertos. Lo único seguro que existe cuando un país inicia una guerra es la imprevisibilidad de su resultado.

Los enfrentamientos que está librando contra los hutíes en Yemen se están enquistando de tal manera que puede suponer uno de esos conflictos crónicos de Oriente Medio. La coalición árabe que opera en la zona, liderada, financiada y ejecutada por Arabia Saudí, no cumple los objetivos militares planteados por Riad.

Ni se ha restablecido en el gobierno al anterior régimen de Yemen, ni se ha recuperado el territorio que los rebeldes hutíes tomaron en 2014, ni la relación especial de Irán con el vecino de Arabia Saudí se ha eliminado. Todo un fracaso teniendo en cuenta que, durante estos cinco largos años, Arabia Saudí se ha situado en la terna de países que lideran el gasto militar mundial, tras Estados Unidos y China.

En 2018 gastó más de 68.000 millones de dólares en este concepto, casi un 9% del PIB del país. Todo un ejemplo de ineficiencia táctica, sobre todo teniendo en cuenta que, hace apenas unos días, los hutíes yemeníes anunciaban la captura de miles de militares saudíes y se auto culpaban de los ataques a las refinerías saudíes.

Difícilmente la monarquía saudita iniciará un nuevo enfrentamiento armado con un país de la talla de Irán sin antes haber “solucionado” su flanco sur.

El segundo error encuentra su razón más en una lectura errónea de la actitud de sus aliados que en descuidos militares. Estados Unidos es un socio fiable, la historia así lo ha demostrado, pero también es un país que mira hacia sus propios intereses y los antepone ante cualquier otra situación.

En un primer momento, la reacción norteamericana pasó por calmar a las huestes saudíes recomendando investigar la autoría de los atentados antes de iniciar una acción militar. Los saudíes así lo hicieron, mostrando en rueda de prensa las evidencias y conclusiones de sus estudios, que culpaban a Teherán de ser el origen de los ataques a sus instalaciones.

Todo en política es cuestionable y el origen de estos ataques también. Las pruebas no son irrefutables y dejan una sombra de duda en un país que ha sufrido decenas de ataques terroristas en 2019 en su propio territorio. Precedentes de ataques perpetrados en su propio territorio ya tiene, pero la política de enmascaramiento de Riad evita hablar de estas cuestiones por una mera cuestión financiera.

Washington parece haber dado calabazas a las pretensiones de Bin Salman de intervenir directamente en la zona. Aunque no es descartable el envío de misiles antiaéreos norteamericanos a la zona, el despliegue de tropas y la acción directa de Estados Unidos parece hoy más alejada que nunca. Tanto el posible 'impeachment', como la promesa electoral de Donald Trump de traer sus tropas a casa, son indicios que descartan una guerra en la que los americanos tuvieran un papel protagonista.

Así las cosas, la posición saudí se antoja cuando menos complicada. Debe responder a un ataque, puesto que en geoestrategia una muestra de debilidad no se perdona, pero tiene que medir muy mucho su actuación. Un paso en falso podría incendiar la zona y sobre todo tornarse en una derrota de imprevisibles consecuencias. El llamamiento a la comunidad internacional parece confirmar que el viento no es tan favorable en el desierto saudí como en las cercanas llanuras persas.

Bin Salman es consciente de que poner en cuestión la seguridad en Arabia Saudí es poner en cuestión su capacidad de producir y exportar petróleo. Unan a esto la posible salida a bolsa del 5% de Aramco, la petrolera del reino, operación valorada en ni más ni menos que 100.000 millones de dólares y encontrarán la razón por la que Arabia Saudí no puede permitirse este tipo de ataques. La cuestión, más que el cuando, es el cómo debe producirse para no cometer un tercer error que quizá sea el último.

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