Opinión

Geopolítica del Risk: cuando Europa se convirtió en Oceanía

Bandera de la Unión Europea.
Bandera de la Unión Europea.
DPA vía Europa Press

El Risk es uno de esos juegos en los que se combina, casi a partes iguales, la estrategia con el azar. En el fondo es como la vida, donde a menudo una buena aproximación, un conocimiento exhaustivo del terreno y una excelente planificación no garantizan absolutamente nada si la fortuna no está de nuestra parte.

Cuando en 1950 el cineasta Albert Lamorisse creaba el popular juego de mesa no podría ni imaginarse el éxito que varias décadas después conseguiría este tablero universal, en el que los continentes están formados por territorios en los que cada jugador debe luchar por cumplir determinadas misiones o bien conquistar el mundo dejando al menos una unidad en cada territorio. Gracias a él, toda una generación aprendió dónde estaba Alberta, que Kamchatka pertenecía a Asia o que los Estados Unidos del Este llegaron a convertirse en una nación independiente.

Al igual que en cualquier campo de batalla, la aproximación de los jugadores al Risk permite observar los comportamientos sociales. Siempre surge el líder, el lobo solitario, el diplomático, el traidor y, por supuesto, el ‘amarrategui’, aquél que permanece en sus posiciones, viendo cómo el resto triunfa o pierde, con la única aspiración de conseguir un pedazo de tierra que le dé unos exiguos beneficios con los que alargar su agonía.

El tablero imaginario del Risk no se diferencia en exceso del teatro mundial actual. Las naciones y los bloques políticos compiten entre ellas en influencia, economía y poder, sobre todo poder, en todas y cada una de sus manifestaciones. Con todo, al menos, cada país permanece en su sitio. Norteamérica está en su lugar, dominando el ‘hard power’ diplomático y militar y mirando de frente a la amenaza de China, toda una fuerza descomunal que, como en la fábula de Aquiles y la tortuga, avanza con paso firme para tratar de superar a su rival. En el otro extremo del mapa figura Rusia. Un territorio que, por dimensiones, merecería ser un continente, pero que apenas alcanza un poder económico similar al de España o Italia. Aún le quedan ínfulas de superpotencia, pero con una realidad que apenas le permite ejercer su control unos pocos kilómetros más allá de sus fronteras.  América Latina, siempre prometedora, apenas ofrece recompensas para sus conquistadores, además de requerir muchos esfuerzos, algo en lo que iguala a África. Su división en cuatro territorios permite una buena fuente de recursos, pero está expuesta a grandes invasiones desde Europa, Oriente Próximo e incluso América Latina. 

Con Europa no ocurre lo mismo. En la mayor parte de los atlas del siglo pasado Europa aparecía en el centro de los mapamundis. De hecho, España coincidía con el centro geográfico del Orbe. Probablemente, nuestra visión etnocentrista era la culpable de considerar que una esfera pudiera tener una representación plana, en la que, cómo no, Europa debía presidir las relaciones comerciales, económicas y políticas del mundo entero.

¡Qué equivocados estábamos! Los mapas que hoy cuelgan en las paredes de Pekín, Washington, Camberra o Tokio tienen al Pacífico como su centro geográfico. Europa aparece apartada, como en su momento figuraba Oceanía en el Risk y es precisamente en este continente y con la táctica del pusilánime y ‘amarrategui’ con la que se puede identificar a la que hace ya muchos años era considerada como la potencia económica más importante del mundo. 

En este sentido, Europa es la nueva Oceanía: un continente pequeño, aislado en el conjunto del teatro mundial, que ofrece unos recursos seguros y constantes, pero que resultan de todo punto insuficientes ante los gigantes que rodean sus miles de islas. Su único punto de acceso directo es Asia, la nueva Ruta de la Seda, que es capaz de traer todos los productos chinos en menos de 48h hasta el último rincón del multiverso europeo.

Oceanía siempre ha sido el rincón de los mediocres en el Risk. Ese pequeño pedazo de tierra que suele ser el complemento secundario para conseguir alguna misión o el reducto perfecto para aquellos que disfrutan viendo como el resto se disputa el mundo, llegando a trabajadas alianzas o a pactos secretos que les reportan jugosos dividendos. 

Conquistar Oceanía no ofrece dificultades, de hecho, suele dejarse al albur de los acontecimientos, únicamente reforzando su único acceso con una ingente mole de caballería o artillería, cruzando los dedos para que nadie ponga sus ojos en ella, mientras que dejamos a un único soldado de infantería en los territorios que la componen. 

Contar con Oceanía no supone nada más que alargar la agonía de una derrota segura por inanición o por absorción de otro continente con más brío y joven. Quizá este sea el lugar de Europa, un territorio que en muchas ocasiones vive de su pasado, evitando pensar en el presente en el futuro que le espera.

Las cartas en el Risk se reparten a cada jugador al comienzo de la partida. También como en la vida real, el que sepa jugarlas bien puede adquirir nuevas unidades según conquista territorios. Estos recursos le permiten dominar otros continentes, bien sea con el enfrentamiento o con la diplomacia. Conseguir nuevas cartas con Oceanía es una carrera hacia lo imposible, por lo que solo resta jugar con las ya dadas, algo que Europa aún tiene que aprender a hacer.

Muchas son las similitudes del juego del Risk con el mundo real. Oceanía siempre ha sido aquel lugar apartado en el que solo se vivían las desgracias ajenas a la espera de un golpe que cambiara las manos que mecían el tablero de la política mundial. Hoy en día, Europa figura en ese rincón. Acuciada por su desuniones y presa de un pasado en el que era posible nacer en España, estudiar en Reino Unido, trabajar en Alemania y retirarse en la Toscana. Hoy somos un poco menos europeos y más oceánicos, y es que estamos en las antípodas de dos mundos en los que, una vez más, los extremos se tocan: hasta el punto de amarrar como sea su pequeño statu quo de continente independiente.

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