OPINION

Unas tierras no tan raras

Guerra comercial entre Trump y China
Guerra comercial entre Trump y China
EFE

Se especula mucho sobre la guerra comercial entre EEUU y China. El primer efecto que no tardaremos en sufrir son los 200.000 millones de dólares que el presidente americano ha impuesto en forma de aranceles a los productos chinos. Lo sentiremos como en el cine, próximamente, pero en nuestros bolsillos.

Lo cierto es que la guerra comercial en el Pacífico comenzó hace un año. En julio de 2018 ambos países coincidieron en la necesidad de un nuevo acuerdo que pusiera fin al desequilibrio de la balanza comercial americana, desproporcionadamente inclinada a favor del gigante asiático.

Este hecho, unido a que Pekín atesora 1,13 billones de dólares en deuda americana, pone en una difícil posición a un Donald Trump que, otra cosa no tendrá, pero lo que anuncia lo cumple. Ya advirtió en 2015 que renegociaría el acuerdo comercial con China, aún a costa de imponer unos aranceles desmedidos a las mercancías chinas. Dicho y hecho.

A las primeras de cambio, tras acusar a China de marear la perdiz en la mesa de negociaciones, las aduanas norteamericanas pasaron de cobrar un exiguo 10% al 25% a las mercancías provenientes de Pekín. En otros tiempos esto sería casi una declaración de guerra mundial.

En medio de todo este conflicto ha surgido la polémica alrededor de Huawei. Si hay un aspecto especialmente delicado para la seguridad americana es el dominio de la tecnología y hasta aquí es donde llegó la paciencia de Washington.

Huawei no significa solo “logro magnífico” en mandarín, como explica su presidente. La primera acepción es “China magnífica”. Es el símbolo de cómo las cosas han cambiado en el tablero internacional en el último decenio. China ha conseguido subir peldaños en una acelerada escalada por toda la cadena de valor en los productos tecnológicos, tanto en el ámbito civil como en el militar.

Cuenta con la mano de obra cualificada (más de 70.000 ingenieros trabajan en su sede), posee la mano de obra trabajadora más productiva, está provista de las fuentes de energía necesarias, tiene el mercado donde vender y, además, tiene una ventaja competitiva, quizá la más importante, que puede suponer el auténtico botón nuclear capaz de dirimir cualquier controversia entre dos potencias condenadas a entenderse: las famosas “tierras raras” o “rare earth metals”.

De nuevo una traducción casi estalinista del idioma de Shakespeare nos lleva a preguntarnos exactamente por la naturaleza del término. Desde un punto de vista hispanista, quizá la mejor de las traducciones fuera minerales extraños, o nuevos si se prefiere. Con esta denominación, las tierras raras se constituyen en un grupo de metales cuyas principales características son su utilización en los productos punteros de la tecnología mundial y la segunda - y geoestratégicamente más importante - su complicadísima extracción.

Si decimos Lantano, Cerio, Praseodimio, Terbio, Tulio o Iterbio, probablemente nos miremos con cara de extrañeza y desconocimiento. Nos preguntaremos si son minerales o generales de la República romana.

Sin embargo, si hablamos de sus aplicaciones en almacenamiento de hidrógeno, lentes de cámara, láseres, gafas de soldadura, sónares navales, pilas de combustible, unidades de discos duros, etc., sí entenderemos su importancia.

De esta manera encontramos, en primer lugar, la utilidad, algo que es esencial para considerar estratégica una materia prima. La segunda de las características básicas es poseer la cantidad suficiente para dominar el mercado. Con datos de 2017, China almacena en su subsuelo aproximadamente 44 millones de toneladas métricas de óxidos de tierras raras, más del doble de sus “inmediatos” perseguidores, Vietnam y Brasil con 22.000 millones o Rusia con 18.000. Estados Unidos apenas alberga 1.400 millones de toneladas.

Si su dominio en términos de reservas es aplastante, mayor lo es en cuanto producción y exportación. Pekín extrae alrededor de 105.000 millones de toneladas de estos materiales anualmente. Australia, aliado estratégico de EEUU, aparece en segundo lugar con apenas 20.000 exiguas toneladas. Su dominio en términos comerciales habla por sí mismo. China controla el 90% de la exportación mundial de estos productos.

Por último, la tercera característica que sitúa a Pekín en ventaja con respecto a EEUU es su determinación para mantener el monopolio mineral. Hemos señalado que su extracción es altamente costosa y lo es tanto en un plano económico como medioambiental. Es tal la cantidad de materiales de desecho que se genera en el proceso (incluidos elementos radioactivos como el Torio y el Uranio) que tan solo la obtención de una tonelada de tierras raras produciría más de 10.000 metros cúbicos de gases tóxicos, como el ácido sulfúrico y el dióxido de azufre, entre muchos otros.

Por si esto fuera poco, los materiales empleados en estas técnicas contaminan los acuíferos transmitiendo la contaminación a personas y animales. ¿Entienden ahora la razón por la que China goza de esta posición de dominio en el mercado de tierras raras? ¿Qué país occidental se atrevería a plantear en sus Declaraciones de Impacto Ambiental siquiera un estudio sobre la presencia en su territorio de estas rarezas terrenales?

EEUU se ha dado cuenta de la situación. Curiosamente, los 17 elementos que componen el elenco de tierras raras han quedado fuera de los aranceles impuestos por las autoridades americanas. El componente estratégico juega de nuevo un factor decisivo.

La utilización de este tipo de elementos, concretamente el neodimio, en las telecomunicaciones civiles y militares es imprescindible. Un aumento de los aranceles a las importaciones de estos metales implicaría una subida garantizada a los estadounidenses, aspecto que el presidente americano prefiere ni oír hablar.

Lo mismo sucedería con el encarecimiento automático de la industria militar americana, dependiente de los nuevos materiales aplicados principalmente a la aeronáutica militar.

Es difícil salir de este círculo vicioso. Estados Unidos está condicionado por 17 elementos químicos que pueden doblegar el pulso hacia un acuerdo que más temprano que tarde llegará calmando los mercados internacionales. Juéguense algo. Y es que nunca la geología y la política presentes estuvieron tan unidas para formar juntas la geopolítica del futuro.

Pekín lo tiene claro en esta guerra. Es consciente de que deshacerse de una parte significativa de la deuda americana supondría una depreciación inmediata del dólar y, por lo tanto, una revitalización de su moneda, algo que iría en contra de su poder exportador y que se extendería no solo a la producción de tierras raras sino a todas las mercancías que pueblan los cinco continentes procedentes de sus fábricas y empresas.

Nadie duda de que esta sea un arma, pero es tan destructora que sus efectos podrían provocar más perjuicios que beneficios para China. Mas listos que cualesquiera otros prefieren contratacar donde más le duele a Donald Trump, que no es en otro sitio más que en su electorado. Gran parte de las contramedidas arancelarias con las que China trata de aplacar a los americanos se están centrando en aquellos Estados y Distritos republicanos. Aquellos del “America First” que llevaron al poder al magnate mediático y que ahora son los primeros en reclamarle prudencia en su toma y daca contra Pekín.

Descartada esta baza se reserva el poder de las tierras raras hasta que EEUU pueda convencer a otro incauto para que produzca por él, o bien explotar por sí mismo los precarios 1,3 millones de toneladas de tierras raras que alberga.

Mientras tanto Europa, nuestra alegre y amada Europa que diría el ochentero anuncio, mira impertérrita como de nuevo un tren pasa por delante y descubre la razón por la que siempre seremos el viejo Continente. Eso sí, como no podía ser de otra manera, en una irreductible aldea hispana aparecen tierras raras. Tanto por tierras como por raros y raras en este país siempre tenemos algo que decir.

Al igual que sucedió con en el fracking, nos ponemos la venda antes de que se produzca la herida. Nos negamos siquiera a investigar si somos ricos. Es una especie de suicidio económico y estratégico colectivo. Probablemente en nuestro subsuelo haya europio, neodimio y praseodimio, pero se quedará allí, en el “boulevard de los sueños rotos”, “donde habita el olvido”, … y es que raros siempre ha habido en todas las tierras.

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