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¿Cuántos muertos tiene que haber para cortar con el gas ruso?

Ursula von der Leyen y Borrell visitando Ucrania
Ursula von der Leyen y Borrell visitando Ucrania
DPA vía Europa Press

Cada vez que vemos las fotos e informaciones sobre matanzas indiscriminadas de civiles en Ucrania, por más que formen parte del ritual de horrores de una maldita guerra, se nos cae el alma a los pies y nos dan ganas de apoyar cualquier medida internacional que suponga aislar la Rusia de Putin y que, como dice el refrán, “con su pan se lo coman”. Pero por elevado que sea el grado de rabia que nos generan las masacres, esa tampoco es ninguna solución válida para un líder absoluto que se permite el lujo de decidir sobre la vida de los demás en un mundo supuestamente civilizado. Hay que saber darle donde le duela. Imagino que la historia hará justicia con Vladimir Putin, pero mientras eso llega (que tardará), las medidas económicas de aislamiento que se han puesto sobre la mesa de forma progresiva van a más y nos obligan a ponernos en la peor de las tesituras, por más inverosímil que ahora nos parezca, que sería el corte del grifo del gas y del petróleo hacia Occidente.

Es evidente que la todopoderosa Alemania y otros socios europeos dependientes de ese gas para sobrevivir no lo van a permitir por el momento, pero el paso que se ha empezado a dar con el carbón, visto de forma aislada y con perspectiva, es un golpe importante a Rusia, si es que se aplica de forma efectiva, es decir, se cortan los pagos al sistema de forma radical. Por lo pronto, a medida que pasa el tiempo y Rusia sigue financiando su guerra sin problemas, vemos que su economía no se resiente sobremanera gracias a la toma de medidas radicales y confiscatorias por pura razón de Estado ante cualquier salida o eventualidad. Vamos a hartarnos de publicar y leer noticias efectistas sobre los yates de los oligarcas y las hijas del presidente, sin que en el Kremlin se inmuten por ello.

Los grandes operadores económicos saben que mientras sigan abiertos los bancos a través de los cuales Europa paga el ‘chantaje’ del gas ruso a Moscú, los recortes al comercio o la paralización de empresas que se quiera aplicar a la economía rusa no van a tener efectos demasiado graves a corto plazo, al menos no lo suficientemente eficaces como para frenar la ofensiva militar y evitar más muertes civiles absurdas. Siempre habrá quien aproveche desde cualquier parte del mundo ese canal de pago del gas para encauzar otros pagos y otras partidas hacia Rusia, de manera directa a indirecta, porque el mundo de los grandes negocios no tiene fronteras, ni tampoco corazón. Es sencillo: el dinero no tiene patria, Putin lo sabe y se aprovecha de ello.

Al final, vamos a tener que darle la razón a la ministra Teresa Ribera en uno de los mantras que repite últimamente en cada entrevista que hace: si se quiere frenar a Putin, va a ser imposible hacerlo sin cortar el gas y reordenar de alguna manera la cadena de suministro energético de toda Europa. Pero eso exige una Unión mucho más férrea de los Veintisiete, cada uno con sus problemas internos propios, e incluso le plantearía a la propia Ribera a desacelerar su cruzada por las renovables para salvar el momento de desabastecimiento energético que se puede generar con lo que haya más a mano. No podríamos pensar que España tiene menos que perder porque compra menos gas a Rusia (o nada), sino que hay que ponerse en el lugar de los alemanes y ver qué medidas tomar, qué interconexiones acelerar y que ‘sapos’ tragar, para que la situación de desastre que sería cortar radicalmente el chorro de Gazprom se pudiera contener.

Aunque nos pese, hasta ahora ha sido Putin quien ha marcado los tiempos en la ofensiva y en la reacción internacional, amarrado al ombligo de Europa por el canal de gas. Solo Zelenski y los ucranianos parecen haber parado a su decrépito ejército en una resistencia que seguro que será recordada en los libros de Historia. Qué más da Kiev que Mariúpol o la zona del Donbáss. Las personas mueren igual en un sitio que en otro y el escarnio a la soberanía ucraniana y a los derechos humanos es el mismo. El enemigo mata desde Moscú y es ahí donde tenemos que darle los que no estamos jugándonos la vida en las campas y las estaciones de tren de Ucrania. Los dos grandes mandatarios europeos, Von der Leyen y Borrell, han estado este fin de semana al pie de los cadáveres, algo que seguro no olvidarán nunca y que tal vez revuelva su rabia hacia medidas más drásticas. Pero en el resto de la acomodada Europa todavía no sabemos si somos capaces de cortar el cordón umbilical del gas ruso para acabar con la criatura maligna que se esconde al otro lado. Yo no estoy capacitado para apostar con claridad por un paso tan grave, pero si sé que tal vez haya que ponerse en lo peor y empezar a pensar en ello como europeos, aunque solo sea para que haya menos muertos inútiles. 

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