Marca de agua

El chiringuito de Iglesias se hunde y pone fecha de caducidad al Gobierno

Iglesias, desenmascarado, en busca de la 'nueva normalidad'
Iglesias, desenmascarado, en busca de la 'nueva normalidad'
EFE

Anda alborotada la extrema izquierda y el sanchismo con el Emérito, al que quieren desahuciar de La Zarzuela para enviarlo al pudridero de la historia, como un purgatorio previo a la eternidad de El Escorial. En realidad, lo que pretenden es que, con Juan Carlos, ingrese también en la cripta de las momias la España constitucional que nació en 1978 y que tanto incomoda a nacionalistas, separatistas y populistas.

Son días de ruido y furia con los que ocultar el batacazo electoral en Galicia y País Vasco, primer voto de censura a un Gobierno de coalición cuya gestión de la pandemia ha sido calificada por la Universidad de Cambridge como la peor del mundo. Así que ahora Moncloa ya no quiere saber nada de la peste y centra todas sus energías en sacarle los cuartos a Bruselas para llegar a fin de año.

Como un peregrino en busca de indulgencia para sus pecados, Pedro Sánchez recorre estos días las inhóspitas calles de Europa llamando a las puertas de la vieja Liga Hanseática, esa asociación de comerciantes que desde los Países Bajos hasta las comunidades bañadas por el Báltico no ha cambiado en siete siglos una sola tilde de su código de conducta: amar a Dios, creer en los préstamos a buen interés y desconfiar de los latinos. Duro es peregrinar entre holandeses, alemanes y escandinavos si no practicas su misma fe en la frugalidad. Pero más duro será humillarse aceptando las condiciones del prestamista. Y a eso vamos.

La semana empezó muy mal encarada para Sánchez-Iglesias y aún puede terminar peor si la cumbre comunitaria de este 17 y 18 de julio se aferra a imponer estrictas condiciones para acceder a los 750.000 millones del fondo de recuperación, de los cuales 140.000 brutos corresponderían a España. El varapalo a Moncloa en la espalda de Nadia Calviño, humillada por el sectario desprecio de Sánchez al poderoso Grupo Popular Europeo 24 horas antes de la votación, anticipa un amargo desenlace para el cuento de la lechera sanchista, que confiaba en el maná europeo para cuadrar sus primeros Presupuestos sin necesidad de recortes. De entrada, todo apunta a que el dinero tardará en llegar.

También suponen un serio revés para los planes presupuestarios los resultados electorales del 12-J. El hundimiento de Unidas Podemos es tan contundente y espectacular que no puede calificarse de accidente. Por el contrario, profundiza la caída constante que registra en las últimas cuatro citas electorales. Dice Iñigo Errejón que Podemos ha muerto y lo que queda es la Izquierda Unidad de siempre. En realidad, Podemos ya sólo es en el chiringuito de Iglesias.

Un chiringuito, eso sí, desarbolado que pierde peso moral en la coalición de Gobierno y devalúa a su líder, convertido ya en simple capataz de Pedro Sánchez, y le merma su capacidad negociadora con los separatistas. No sin razón, todos señalan a Iglesias como el culpable de la catástrofe, cuyo ominoso silencio estos días retumba ensordecedor entre unas huestes en desbandada.

Lo es, en efecto, por su prepotencia, por su anticuada concepción leninista del partido basada en el “centralismo democrático” y por sus graves errores tácticos como insultar a los periodistas para encubrir su machista y deshonrosa actuación en el caso Dina Bousselham. Lejos de reeditar entre sus votantes la aureola del mártir progresista acosado por las cloacas fascistas, Iglesias dio la imagen impostada del gobernante sorprendido en falta que sobreactúa disparando contra supuestos conspiradores. Esta vez, la farsa no coló y cientos de miles de votantes renegaron de él.

Precisamente por su calidad de vicepresidente del Gobierno, Iglesias también ha pagado el peaje de avalar la gestión pandémica de Pedro Sánchez. Para una militancia que alimentó en la barricada su mística antisistema resulta incomprensible que ahora la camarilla dirigente blanquee unas políticas tan alejadas de sus ideales. Lo acaba de explicar Varoufakis, al que Iglesias no quiso escuchar cuando le previno contra el abrazo del koala, sin pelos en la lengua: “Aquellos maravillosos indignados les creyeron y han quedado entre la espada y la pared por querer llegar al poder”.

La carrera de Podemos hacia la irrelevancia es imparable y llegará a su punto crítico cuando se pongan sobre la mesa del Consejo de Ministros unos Presupuestos con más trampas y cláusulas ocultas que una película de espías. Si Iglesias y sus guiñoles los avalan, habrán firmado su propia defunción. Pero si se rebelan y ponen en jaque la coalición de Gobierno, Sánchez aprovechará para convocar las terceras elecciones generales en dos años con la fatua esperanza de rozar la mayoría absoluta. Y también serán letales para el chiringuito podemita.

Mientras tanto, España sigue colgada de un Gobierno inestable para afrontar los coletazos de la pandemia y, sobre todo, los estragos abisales de la crisis económica. Para conocer el desenlace habrá que esperar a las elecciones catalanas, a principios de octubre, y al Rubicón de los Presupuestos, a finales de año, sin cuya aprobación Sánchez e Iglesias están condenados al divorcio. Al fondo, los comerciantes hanseáticos observarán ceñudos la seguridad de sus dineros prestados.

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