En mi molesta opinión

Bolsonaro versus Lula: choque violento de ideologías en Brasil y en España

Lula
Bolsonaro versus Lula: choque violento de ideologías en Brasil y en España. 
EFE

Vivimos en un mundo tan global que todas las campañas electorales y elecciones democráticas que se realizan se convierten en claves para sacar conclusiones acerca de cómo aprovechar los errores y aciertos de los candidatos, desde el punto de vista político y también humano. Veamos el caso de Brasil. El duro enfrentamiento entre el actual presidente, el ultraconservador, Jair Bolsonaro, y el “viejo” candidato de la izquierda, Luis Inácio Lula da Silva, crea una dura y épica batalla que se convierte en el laboratorio principal del extremismo y la polarización a nivel mundial, y el resultado supondrá en el propio país un choque violento de ideologías.

Vaya por delante, que desde que se implantó la democracia las elecciones en segunda vuelta en Brasil siempre las ha ganado el candidato con mejor porcentaje de la primera vuelta, en este caso sería Lula da Silva, que ha obtenido un amplio 48,43%. Pero cuidado, el actual mandatario rompió con creces la barrera de sus propias encuestas que le daban apenas un 35%, y logró finalmente un 43,20%. Como se suele decir, los récords están para ser superados, y Bolsonaro puede remontar la diferencia una vez roto su propio desastre y convertir la segunda vuelta en una combate in extremis entre la derecha y la izquierda, el Partido Liberal y el Partido de los Trabajadores, respectivamente.

El continente americano también espera con ansia el resultado final de las elecciones del próximo 30 de octubre, por varias razones. Por un lado, un triunfo de Bolsonaro frenaría la tendencia, ampliamente repetida en la zona, de echar del poder a quien gobierna, triunfo que daría ánimos por otro lado a otros partidos de parecida ideología de cara a futuras elecciones. Y lo que parece más determinante, frenaría la marea izquierdista impuesta en la región con los triunfos de Xiomara Castro (Honduras), Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric (Chile) y Pedro Castillo (Perú).

Se puede afirmar que con Lula, Brasil entraría a formar parte directa del eje de la izquierda latina, mientras que con Bolsonaro “saldría” de la América sureña en una búsqueda de alianzas más internacionales, como las ya establecidas en su momento con Donald Trump. Por su parte Lula, fue muy admirado en su primera elección, incluido el expresidente Obama, que dijo de él que era un político carismático, aunque poco más tarde escribió y rectificó en sus memorias, acusando al brasileño de su inclinación al amiguismo y de facilitar sobornos millonarios. Poco podría imaginarse el expresidente norteamericano que Lula volvería hoy a la escena política y que encima tendría la oportunidad de convertirse nuevamente en presidente.

Aunque a pesar de sus buenos datos en esta primera vuelta, se advierte un desgaste en el proyecto de Lula da Silva, que sigue arrastrando múltiples escándalos de corrupción, y el inolvidable recuerdo de un pasado que se frustró con los anhelos de convertir a Brasil en una potencia mundial. Quedan millones de votos en disputa, y ahora sólo hay dos “pistoleros” para desenfundar y disparar. Los otros candidatos derrotados han de animar a su electorado para que se decante hacia el lado “idóneo" y así otorgar la presidencia al vencedor. El clima electoral está polarizado y no exento de la violencia brasileña, y puede ocurrir de todo, incluidas las variaciones de última hora, como se ha visto con los porcentajes del propio Bolsonaro.

Sin embargo, el gran reto de Lula no está en apelar a la nostalgia y a sus viejos éxitos políticos, sino en entusiasmar a un electorado necesitado de cambios y ansioso de nuevas esperanzas. El gran desafío del político izquierdista está en ahuyentar su petulancia y modificar el caduco olor de su candidatura, consiguiendo que no huela a un retorno al pasado y que su presencia no sorprenda a los votantes tanto como a Obama. Lula debe reaparecer en esta nueva campaña y parecer algo más que un repelente del filofascismo bolsonariano, y proponer soluciones reales y de futuro para un país de más de 200 millones de habitantes. Lo mismo que el actual presidente, Bolsonaro, que debe recurrir también a unos cambios sociales sustanciales y a una mejora económica que no es nada fácil de conseguir, tras una legislatura no exenta de polémica.

Para Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, que no practican -al menos el primero de ellos- “el jogo bonito” característico de Brasil, la primera vuelta, es decir, las elecciones autonómicas y municipales la tendrán en mayo, y será un ensayo general para esa “segunda” vuelta que constituyen las elecciones generales, y que nadie sabe con certeza cuando se celebrarán, y si habrá o no adelanto electoral. Sánchez buscará su mejor momento, lógicamente, pero con la economía por los suelos en 2023 este no será fácil de encontrar. Mientras tanto, el bipartidismo imperfecto que aplicamos en España, seguirá rampante intentando desestabilizar al rival para renovar o tomar posesión de la codiciada Moncloa. En apariencia, todo lo hacen por nuestro bien, pero no se lo crean. En realidad, a los políticos sólo les preocupa salvar sus posaderas.

El problema de Sánchez es múltiple y también tiene que ver mucho con su propio desgaste político, y por sus actuaciones enrevesadas e imprevisibles, sin olvidar sus amistades “peligrosas” con separatistas y bilduetarras, que son los que le mantienen en el poder; luego viene el descalabro económico e insostenible que no cesa, los asaltos al poder judicial, a RTVE, a los organismos institucionales… sin dejar de lado las malas relaciones con los empresarios a los que maltrata y desprecia en un frentismo gratuito e infantil, en beneficio de una supuesta clase trabajadora que parece que no trabaje en las susodichas empresas, sino que todo surge del pretendido “maná” que ofrece graciosamente el Gobierno de Sánchez, como si todos fuéramos funcionarios dependientes de “papá” Estado.

Tampoco hay que olvidar en toda esta cortina de humo política, las continuas peleas de Sánchez contra Feijóo y su constate lucha -la del primero- por subir los tributos a las clases altas, que son el 0,1 % de la población; o por rebajar -según el segundo- los impuestos a las clases medias, que constituyen el 80% de los ciudadanos. En definitiva, ni Sánchez es Lula, ni Feijóo es Bolsonaro, pero ambos políticos españoles deben tomar buena nota de todo lo que se está cociendo políticamente en el mundo, no sólo en Brasil, también en Italia, en Holanda o en Suecia…

Los votantes le han perdido el miedo a los políticos -principalmente a los que prohiben votar a la extrema derecha- y también a seguir el dictado y los intereses espurios de muchos medios de comunicación; y en cambio, están votando según su criterio y sentido común, al margen de lo que digan por ahí las teles y los líderes partidistas; ahora, cualquier gesto o estrategia puede darle el triunfo definitivo a un candidato o hundirle en la miseria más aplastante si no sabe interpretar correctamente los deseos de los electores. Y si no, que se lo pregunten a los italianos y a la señora Meloni.

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