En mi molesta opinión

Demasiado tiempo en el poder desgasta y corrompe

Demasiado tiempo en el poder desgasta y corrompe
Demasiado tiempo en el poder desgasta y corrompe
Europa Press

Situaciones complejas para momentos confusos. Nada nuevo bajo el sol. ¿Se acuerdan del ‘turnismo’? Aquel sistema político que utilizó la Restauración borbónica, desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX, para consolidar su poder y limitar el pluralismo político; pues bien, si no se acuerdan por no haberlo vivido, al menos les sonará por haberlo estudiado en los libros de Historia de España. En ellos se indicaba que se constituía la alternancia en el gobierno de dos partidos, el conservador de Cánovas y el liberal de Sagasta, que se iban turnando en el poder tras sucesivas crisis políticas y por el desgaste del partido gobernante, ya fuera por problemas económicos o de corrupción.

Como les decía, nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, ahora, en este cotarro político que sufrimos en pleno siglo XXI, participan de este colorido caos algunos falsos partidos "nuevos" en el reparto de la tarta electoral: nacionalistas y separatistas, extremistas de izquierdas y de derechas; todos significan lo mismo, pero aplican matices distintos para lograr cierta apariencia de variedad política a la oferta. Es decir, que cuando alguien coja una papeleta u otra antes de echarla a la urna, crea que es diferente y pueda distinguir su voto más de lo habitual.

Si empezamos a comparar situaciones usuales -Koldo arriba, Koldo abajo- descubriremos que el nivel de discusión actual deja mucho que desear, ya que en el Congreso no se debate sobre política, ni economía, ni de ninguna otra medida de gobierno digna de mención que pueda interesar a los ciudadanos. Ahora, ya sólo se habla de nuevas campañas electorales. Desde que llegó Sánchez al poder estamos en una campaña sin respiro. Al menos, estas últimas son firmes, aunque sean excesivas. ¡¡Tres sufragios en tan solo tres meses!! Toma ya garlopa, esto no hay quien lo aguante: País Vasco y Cataluña -abril y mayo-, y europeas en junio. Un sinsentido y un dispendio excesivo, y económico y emocional, y todo lo que usted quiera que, como siempre, acabaremos pagando y sufriendo nosotros.

Pero vayamos al quid de la cuestión. El nuevo ‘turnismo’ o alternancia electoral que vive de manera implícita, pero no escrita la democracia española desde 1976, se basa en que los españoles suelen otorgar siempre dos legislaturas al presidente y al partido que está en el poder, salvo la excepción que confirma la regla de Felipe González que estuvo tres legislaturas seguida desde 1982 hasta 1996. Los demás presidentes, empezando por Adolfo Suárez, José María Aznar, José Luis Rodriguez Zapatero y Mariano Rajoy han logrado todos ellos revalidar “sólo” en dos ocasiones sus legislaturas.

No es una regla escrita, ni tan siquiera imaginada en la memoria colectiva, pero los españoles visto lo visto en estos años de democracia tienen la peculiar costumbre de permitir que los presidentes del Gobierno permanezcan en el poder un máximo de ocho años -dos legislaturas- y luego votan en las urnas con el objetivo de hacer el relevo con otro partido y otro presidente de ideología distinta.

Es una especie de falso ‘turnismo’ entre la derecha y la izquierda, que funciona de manera tácita y táctica, aunque no explícita en ningún estatuto legislativo o en la Constitución española. Aznar anunció él mismo que se retiraba de la política a los ocho años, y su delfín, Rajoy, que parecía lo tenía todo a favor para ganar las elecciones, las perdió por culpa del 11-M. Luego caería estrepitosamente Zapatero tras dos legislaturas críticas y desastrosas.

Ahora, con Pedro Sánchez en el Gobierno en una segunda legislatura, y tras la moción de censura presentada por él mismo en 2018, y su pacto posterior “in extremis” y con amnistía incluida con Puigdemont en las elecciones de 2023, habrá que comprobar si se confirma la regla de oro de dar paso a otro partido y a otro presidente o, en cambio, el líder actual del PSOE consigue romper esa dinámica y logra repetir una tercera legislatura. Algo que no será nada fácil dada la coyuntura y los escasos apoyos con los que cuenta el Gobierno, que no ha podido siquiera presentar sus nuevos Presupuestos por falta de aceptación.

Aunque es cierto que quedan varios años por delante, no parece fácil que los socios del Gobierno Frankenstein puedan renovar sus compromisos en un futuro dadas las nuevas circunstancias políticas que se avecinan. Al margen de que se pueda mantener o no Pedro Sánchez en el poder, de lo que estamos hablando es del futuro electoral que se avecina de cara a las próximas elecciones generales que llegarán como muy tarde en 2027. ¿Qué sucederá entonces?

O mejor dicho, qué será, será (whatever will be, will be), que diría Doris Day. Es cierto que queda mucha tela por cortar y mucha historia por vivir, o no, vaya usted a saber; pero desde mi 'molesta opinión' sugiero a la sociedad española que nos mantengamos en el acierto hasta ahora cumplido de dar como máximo dos legislaturas a los presidentes que pasen por Moncloa, sean de derechas o de izquierdas o medio pensionistas; es decir, que sepamos alternar los apoyos electorales para que nos gobierne uno u otro partido pero nunca la misma facción política más de ocho años. Es bueno que esto suceda, no para el bien de los políticos, sino para el desahogo y prosperidad de todos los ciudadanos.

Dicho esto, si un gobernante sabe que su tiempo de mandato dura como mucho ocho años -Koldo arriba, Koldo abajo- se ocupará y preocupará de hacer más y mejor sus funciones políticas sin pensar tanto en cuestiones electorales ni en encuestas tendenciosas. Si un presidente sabe que haga lo que haga sólo podrá estar dos legislaturas no se preocupara tanto del qué dirá la oposición y los votantes, y sí de hacer lo que debe para alcanzar el buen funcionamiento de su país y el bienestar de sus vecinos. Con el objetivo de pasar, quizá, quién sabe, a la posterioridad por algún motivo digno y honesto.

Me parece tan necesaria esta medida de limitar los mandatos presidenciales para que se pueda favorecer principalmente el bien común, que debería establecerse por ley y para que figurara como requisito constitucional en las elecciones a presidente de Gobierno. Más de ocho años en el poder estando como único mandamás una sola persona es demasiado tiempo, incluso para esos supuestos de que los políticos sean buenos. Mandar agota y desgasta, ya no digamos si te perpetúas más de ocho años en un cargo de peso como el de ser presidente de un Gobierno.

Conocemos la famosa frase de Lord Acton: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por ello, es preferible arriesgarse y exigir que deje el Gobierno en una segunda legislatura un buen estadista, que permitir que ese “buen” político se arriesgue a corromperse estando más años de los debidos gobernando. A todo ser humano le llega su San Martín y le afecta mentalmente tener que vivir en una situación anómala como es el hecho de ser presidente supremo de un país un largo periodo de tiempo. 

Ejemplos simples de algunas rarezas presidenciales: todo el mundo a tu alrededor se cuadra en tu presencia; tus decisiones son autoritarias e incuestionables, nadie se atreve a toserte; no tienes que pararte en los semáforos ni tampoco conducir a la velocidad normal; todos te adulan y acabas creyéndote que eres el mejor, y muchas cosas más que imaginamos aunque no las digamos. Y así, es imposible no volverse un poco necio, por decirlo suavemente.

Por último, mi principal sugerencia, es que si queda algún político inteligente en este páramo nacional que, por favor, convoque un doble referéndum para dilucidar dos cuestiones imprescindibles: ¿Quiere usted la amnistía para Puigdemont y el independentismo? Y dos, ¿Quiere usted que los presidentes de Gobierno tengan obligatoriamente un solo mandato de dos legislaturas? Si el pueblo es tan soberano, como dice la Constitución y los políticos, debería tener también la oportunidad de pronunciarse en cuestiones tan fundamentales que le afectan de manera especial.

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