En mi molesta opinión

Tú lo que quieres es que me coma el tigre

Salvador Illa, ministro de Sanidad
Salvador Illa, ministro de Sanidad
EFE

La pandemia de coronavirus, detonante de esta colectiva insatisfacción que vivimos, ha puesto ante nuestros ojos una cruda realidad que no acabamos de digerir: nuestro modelo existencial, lo que podríamos entender como nuestro objetivo de felicidad, está basado en el mero consumo de productos y servicios, más que en el deleite intelectual de la vida, que incluye la prioridad de transmitir afectos y sentimientos.

Así las cosas, empezamos creyendo que el mundo lo mueve el amor y lo empuja el dinero, y acabamos claudicando por un simple amor al dinero. Ahora escasea la pasta -el "money, money"- y las posibilidades de consumir a todo trapo también se reducen, y eso incomoda a nuestra alma hedonista que no está preparada para encontrar placer en aquello que no cueste dinero. El “pienso, luego existo”, que dijo Descartes en su pirueta filosófica, lo hemos aparcado para reciclarlo en “consumo, luego existo”. Si no compras no eres nadie. La austeridad está mal vista, y no digamos la pobreza.

Quizá por ello, miles de españoles se han lanzado de nuevo estos días a las calles a comprar lo que sea para no perderse lo que ellos creen que es el espíritu navideño. ¡Vaya error! Por un año que podríamos disfrutar de una verdadera, tranquila y sincera Navidad, sin agobios de compras, ni cenas de empresas, ni consumos a tutiplén, se empeñan muchos en saltarse todas las normas y consejos sanitarios, poniendo en riesgo sus vidas y las nuestras, y de paso boicotear a Pedro Sánchez y al ministro Illa, como si ellos fueran la reencarnación del malvado Grinch, ese ser despreciable que se obstina en robarnos la Navidad.

Nada más lejos de eso, el ministro Illa, tan peculiar en sus formas y en sus decisiones, nos ha anunciado que las vacunas llegaran con los Reyes Magos, el 4 ó 5 de enero, como si fueran un regalo de este 'generoso' Gobierno. Sin embargo, faltan quince días, descontando las fiestas, y aquí todavía nadie ha movido un dedo, más allá de apuntarse tantos anunciando gestas que están por ver si se cumplen. Ya me imagino en enero cantado aquello de ¿Y la vacuna pa’ cuando, señor ministro?

Pero ojo, porque el anuncio de la llegada de la vacuna para el 5 de enero no deja de ser también un regalo envenenado, ya que por mucho que se discuta sobre las ventajas o inconvenientes de la vacuna, si hay que ponérsela o no -al final se la pondrá la inmensa mayoría y presumirá de ello-, el hecho de que esté tan cerca la fecha de la "solución" puede hacer que muchos ciudadanos, cansados y hartos de tanta vida loca por culpa de la pandemia, bajen la guardia pensando que el coronavirus tiene los días contados. Y nada más lejos de la realidad. Miremos a Europa donde países serios como Alemania, Holanda, Francia… están volviendo a un confinamiento casi total, a pesar de tener ya encargadas las vacunas.

Por mucha solución química que nos inoculen, la pandemia, según los expertos, seguirá conviviendo con nosotros todo el año 2021, y las cosas no empezarán a remontar -económica y socialmente- hasta 2022. ¿Hay que desesperarse? Todo lo contrario. Seguiremos con la mascarilla puesta pero la inmunidad de rebaño, esa que tanto anhelan los virólogos, irá llegando y con ella una relativa normalidad social, pero no económica. A partir de entonces empezará la segunda parte de esta maldita pesadilla: conseguir que el número de parados, que en España se cuentan por millones y supera el 16%, descienda y las cifras macroeconómicas mejoren.

El principal problema para dar solución a estos graves problemas lo tenemos dentro del mismo Gobierno. Sobre todo, porque cada día crece la sensación de que el Ejecutivo de coalición más que tender a una comunión de objetivos, converge en un enfrentamiento de intereses. Las peleas entre ministros son cada día más evidentes y preocupantes. Pablo Iglesias se siente cada vez más fuerte -ha sido el muñidor y el pegamento de los pactos con ERC y Bildu para aprobar los Presupuestos- y no está dispuesto ha dejarse comer la tostada, sin aprovechar la ocasión para rentabilizar su estilo de hacer política, que pasa más por el marketing y el populismo que por el realismo y la sensatez institucional.

La filosofía oriental utiliza la expresión “cabalgar el tigre” para explicar ciertos comportamientos humanos. El objetivo consiste en cabalgarlo hasta impedir que el fiero animal se abalance contra ti, dejando que te arrastre hasta que este se canse. Una actitud que bien podría definir el comportamiento de Pedro Sánchez respecto a Pablo Iglesias. Sin embargo, la intención de agotar al tigre para evitar sus embestidas no parece estar funcionando. Es más, el tigre sigue entero y quien lo cabalga comienza a dar señales de agotamiento. De ahí que el gran problema de Sánchez para 2021 no sólo sea administrar correctamente la vacuna, sino conseguir 'descabalgar' al tigre Iglesias, algo que hoy día parece difícil por no decir imposible.

Termina un año duro como 2020 pero arranca otro que no lo será menos, principalmente para Pedro Sánchez. Además de reconstruir la hundida economía nacional, según sus criterios socialdemócratas que distan mucho de los socialcomunistas de Unidas Podemos, deberá hacer frente a la no menos dura estrategia de Iglesias y a sus constantes acometidas políticas. Será interesante ver quién devora a quién, quién gana esta dura batalla en la que no puede haber dos vencedores: si el jinete insomne de Moncloa, Pedro Sánchez, o el tigre con moño de Galapagar, Pablo Iglesias. No se lo pierdan. Próximamente en esta pantalla. 

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