Econopatías 

El cambio climático y el clima del cambio

Filomena
El cambio climático y el clima del cambio. 
Europa Press

Filomena, la bestia africana, temperaturas de 50 grados en Canadá y de 35 grados en Laponia: la evidencia anecdótica sobre los cambios del clima se acumula. Y también la ciencia ofrece cada vez más indicios de que esos cambios son culpa de la actividad humana, principalmente por las emisiones de CO2. La lucha contra el cambio climático ha pasado a ocupar un lugar prioritario en la agenda de Gobiernos y de organismos internacionales. Y todos los ejercicios de prospectiva señalan a la transición hacia una energía verde y la adaptación de la economía a ese nuevo contexto como principales retos que habrá que afrontar en los próximos años.

No obstante, a pesar de la creciente conciencia sobre la enorme gravedad del problema medioambiental causado por un consumo excesivo de hidrocarburos, las políticas medioambientales avanzan muy lentamente. Cuatro razones principales lo explican.

La primera es que la medición de Ias consecuencias socioeconómicas del cambio climático es compleja y la incertidumbre sobre ellas es grande. Los modelos económicos disponibles para relacionar actividad económica con cambio climático (algunos de ellos merecedores del Premio Nobel de Economía en 2018 en la persona de William Nordhaus) se concentran en asociar temperaturas medias y variaciones del PIB en ambas direcciones: cuánto aumentaría la temperatura media con el crecimiento económico basado en el modelo energético actual y cuánto disminuiría el PIB en función del aumento de la temperatura media. Pero esta asociación solo es una primera aproximación a la magnitud del problema. Primero, más que por un aumento de la temperatura media, los principales efectos negativos del cambio climático vendrán por la recurrencia de episodios extremos. Segundo, cómo la tasa de crecimiento del PIB puede verse afectada por el cambio climático es probablemente uno de los efectos menos relevantes de los que nos deberíamos preocupar. Por ejemplo, la dispersa distribución geográfica de los efectos negativos del cambio climático puede generar conflictos geopolíticos con consecuencias sociales de mayor magnitud que los meramente económicos asociados a fluctuaciones de la actividad económica.

La segunda razón es que desconocemos la naturaleza de la relación de intercambio entre emisiones de CO2 y costes económicos. Y, en particular, no podemos saber si existen “tipping points” o puntos de no retorno, es decir si los cambios climáticos producidos por las emisiones de CO2, traspasados determinados umbrales, serían irreversibles y permanentes. Una posición más relajada ante los efectos del cambio climático se basa en la idea de que reducir las emisiones en el futuro puede ser menos costoso que ahora y que el cambio climático se revertiría así a un menor coste. No obstante, esta suavización intertemporal de los costes del cambio climático no sería posible en caso de irreversibilidad de los cambios climáticos ya inducidos.

La tercera razón que impide una acción más decidida contra el cambio climático es que el instrumento más eficaz para combatirlo tiene muy poca aceptación entre los políticos. Desde un punto de vista meramente económico, la solución es sencilla: consiste en alinear el precio relativo de las emisiones de CO2 con el coste social que generan. Esto supone un aumento considerable (en cantidad y en extensión) de los impuestos medioambientales, algo que los Gobiernos contemplan como una acción políticamente muy costosa. La reciente respuesta del Gobierno español ante la subida del precio de la electricidad (una disminución del IVA) es muy ilustrativa a este respecto. En principio, cabría pensar que habría menos oposición a la combinación de aumentos del precio de la energía obtenida mediante emisiones de CO2 y subvenciones a las familias que incentiven la sustitución de dicha energía por otra verde. No obstante, tampoco esta estrategia parece recibir mucha atención.

Finalmente, la lucha contra el cambio climático no será efectiva sin la coordinación internacional. Esto no debería convertirse en una excusa para la inacción: los países, individualmente, no deberían renunciar a implementar políticas medioambientales que reduzcan sus emisiones de CO2. Pero el principal frente de batalla en esta lucha está en los foros internacionales donde deben alcanzarse acuerdos mucho más ambiciosos entre países con incentivos y preferencias distintas. Cómo alinear esos incentivos y preferencias en la consecución del objetivo común de la reducción global de las emisiones de CO2 es la principal dificultad para alcanzar la victoria en esa lucha.

En definitiva, tan importante cómo entender la naturaleza y los orígenes del cambio climático es identificar las resistencias políticas y económicas que impiden que las políticas medioambientales puedan afrontar adecuadamente el reto de impedir que el planeta se convierta un lugar mucho más inhóspito. Sin resolver estas resistencias en el clima del cambio político, la lucha contra el cambio climático seguirá siendo poco eficaz

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