OPINION

Jugando con fuego: cuando la política oscura invoca al mercado

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se estrechan la mano en el Congreso de los Diputados tras firmar el principio de acuerdo para compartir un gobierno de coalición tras las elecciones generales.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se estrechan la mano en el Congreso de los Diputados tras firmar el principio de acuerdo para compartir un gobierno de coalición tras las elecciones generales.
Jesús Hellín - Europa Press

El mercado eres tú, soy yo. Es la familia, tus padres, abuelos, amigos, vecinos y vecinas del barrio... o del pueblo. La suma de los ahorros en forma de acciones, bonos, fondos de inversión o planes de pensiones es lo que se conoce como ‘los mercados’. Es el famoso ente al que se alude de forma personal y al que apelan los estados, las empresas y los bancos para pedir dinero prestado con el que desarrollar su actividad o proyectos: bien construir una carretera, financiar una nueva fábrica o simplemente conceder el préstamo hipotecario para un chalet en Galapagar, una VPO en Rivas o un ático en la Avenida Diagonal.

El mercado conjuga el ‘yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos’. Es una colectividad, no solo un club de ‘billionaires’. Al volante están los gestores profesionales de esos ahorros, los empresarios que toman decisiones de inversión pero también los políticos, mejor o peor formados, que son la tarjeta de visita de un país ante el inversor canadiense, australiano, noruego o mexicano de turno. Esa imagen debe transmitir transparencia y previsibilidad. De lo contrario cambia la relación de confianza.

La reciente decisión de Elon Musk y su equipo de llevar a Alemania la fábrica de 'gigabaterías' de Tesla en detrimento de Reino Unido, su primera opción, tiene mucho que ver con la oscuridad de la política tras el ‘procès’ del Brexit. Aquella en la que se mezclan politólogos, populismo y predicciones en lugar de economistas, educadores o el sentido común. Miles de empleos y una ventaja competitiva para una industria se desvanecen por la desconfianza que genera un camino incierto liderado por una clase política que no dice a dónde va.

En España, los encuentros con grandes inversores previos a las elecciones del 10-N de Pedro Sánchez o Nadia Calviño en Nueva York se realizaron para vender las bondades de España S.A, dibujar la hoja de ruta de las políticas económicas y transmitir un mensaje de estabilidad. Versiones coincidentes y visión de estado más allá de los resultados electorales. Por eso la reacción inicial del mercado fue nula el lunes. Algo cambió el martes a las dos de la tarde cuando, por sorpresa, el cabeza de familia de Moncloa presentó un pacto de coalición de gobierno con una formación política que ataca desde el centro de sus confluencias (anticapitalistas, comunistas y visiones exoticas de la economía) al propio mercado.

La prima de riesgo país -que mide el diferencial de la deuda pública frente al activo seguro alemán- se elevó un 25%, hasta 80 puntos, en un contexto de estrechamiento de diferenciales y con la presencia en el mercado del Banco Central Europeo (BCE), algo que no sucedía en 2010 con el estallido de la crisis de deuda de la zona euro. El movimiento al alza del coste del endeudamiento país no es una alarma grave, pero sí un aviso a navegantes de lo que puede llegar a pasar.

Jugando con fuego

Cuando el PSOE y Unidas Podemos alcanzan un pacto exprés que había sido desechado solo unos meses antes por diferencias irreconciliables entre sus líderes, muchos se andan preguntando qué hay detrás. También los inversores que tienen todo el derecho a velar por su dinero. Los interrogantes se superponen al abrazo del pacto cuando el programa para gobernar son dos folios y provocan estupor cuando comienza el reparto de carteras, cargos y sillones. Cuando se clama a la recaudación de impuestos sin destino conocido o cuando hace menos de un año ambos impulsan una subida del salario mínimo sin calcular los daños.

Si los bancos y las empresas caen en bolsa no es una buena noticia. Si menguan los ahorros de millones de ciudadanos es de una miopía extrema de minimizar el impacto porque solo afecte “a la población más pudiente que tiene acciones”, como dijo el exasesor del Ayuntamiento de Madrid, Eduardo Garzón, hermano del candidato a ministro de Industria y uno de los hombres de confianza Carlos Sánchez Mato. Los tres ‘gurús’ económicos de UP están en la órbita de candidatos aspirantes a carteras y sillones en torno al ‘Memorandum of Understanding' (MOU) de Podemos y PSOE para formar un nuevo gobierno.

El mercado, mejor amigo que enemigo

Jugar con fuego con el acceso a los mercados de capitales puede provocar el efecto contrario al deseado. Sobran los ejemplos. En 2018, el populista gobierno de Italia de Salvini y Di Maio decidió unilateralmente abandonar sus compromisos con Europa, flexibilizando sus objetivos de déficit. En lugar de generarse un margen presupuestario, lo perdió por el incremento de los costes de financiación. Sus empresas y ciudadanos pagaron la irresponsabilidad de sus políticos. Su prima de riesgo no ha vuelto a ser la misma desde entonces y hasta Grecia ha llegado a pagar menos por su deuda que los transalpinos.

Las Administración Públicas -que incluye tanto al Estado, gobiernos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos- acaban de alcanzar una deuda conjunta de 1,201 billones de euros, según los datos del Banco de España. Esa cifra obliga a pagar solo este año 31.400 millones en intereses (86 millones diarios) y cuyo coste, en gran medida, está engrasado por la intervención del Banco Central Europeo (BCE) y su programa de compras de deuda.

Lo preocupante es que muchos políticos de nueva generación dan por sentado que un país puede ‘rolar’ o refinanciar 200.000 millones de su deuda cada año sin problemas. Hay que hacerlo con precisión, tacto y profesionalidad. Todo depende del mercado y de la percepción de riesgo de los inversores domésticos, pero sobre todo extranjeros. La historia reciente nos dice lo contrario. En 2012, Rajoy y Guindos no pidieron un rescate solo para la banca, sino para el conjunto de las Administraciones Públicas. Los inversores exigían una prima de riesgo a España inalcanzable (600 puntos). Hoy, sin comodín del rescate, la política no puede convertirse en un problema sino solo ser parte de la solución.

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