Opinión

Cataluña, a la cabeza de la desaceleración hipotecaria

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Cataluña, a la cabeza de la desaceleración hipotecaria. 
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La situación del panorama inmobiliario está emergiendo durante el otoño como uno de los grandes focos de atracción para analistas, medios de comunicación y ciudadanos. Cataluña, en este sentido, se ha convertido en un termómetro de referencia en torno a la evolución de la vivienda en España, ya no sólo por concentrar el mayor número de zonas tensionadas del mercado, también porque se encuadra en ese grupo de comunidades autónomas en las que las hipotecas han experimentado un descenso notable en los últimos meses.

Resulta evidente que la subida de los tipos de interés marcada desde Bruselas está teniendo un impacto sobre el mercado del ladrillo. Cada vez menos compradores pueden permitirse recurrir a la financiación de los bancos para hacerse con un inmueble, y dicha realidad es reflejada con nitidez por los datos. La última actualización de la Estadística Registral Inmobiliaria evidencia que las hipotecas destinadas a la compra de vivienda han caído en España un 21,8% con respecto al mismo periodo del año anterior.

Este fenómeno, que se extiende de manera general por los diferentes territorios, se agudiza de forma especial en lugares como Cataluña, que con un descenso del 27,3% en el número de hipotecas firmadas se sitúa por encima de la media nacional y acompaña a Madrid (-30,6%) y a la Comunidad Valenciana (-31%) como regiones en las que el frenazo se ha hecho más patente.

Como consecuencia inevitable, la desaceleración hipotecaria ha tenido eco sobre las compraventas de vivienda. Nuestro país registró en el último periodo un total de 46.867 de operaciones de adquisición, por las 55.090 del mismo lapso temporal en el año anterior. La caída, en este caso, es del 14,9% en el conjunto nacional. Pero llama la atención que comunidades autónomas como Cataluña (-17,2%), y otras como Baleares (-33,9%), Madrid (-21,2%), Andalucía (-17,9%) o País Vasco (-17,1%) hayan elevado sus descensos por encima de los de la media nacional, pese a la alta demanda inmobiliaria que acostumbran a experimentar.

También resulta significativo otro aspecto derivado de la estadística registral: la caída de las hipotecas en Cataluña es diez puntos superior a la de las compraventas. Esto evidencia que algo está cambiando en el mercado inmobiliario más allá de su fluctuación. Llevábamos años acostumbrados a una dinámica sectorial en la que préstamos y pisos integraban un binomio indisoluble, frente a este escenario en el que parecen cobrar protagonismo otros perfiles de comprador. Ahorradores e inversores emergen a la vez que lo hacen los pagos al contado y la práctica del sell to buy, popular en el mundo anglosajón, que consiste en comprar una vivienda a partir de lo obtenido por una venta anterior, evitando sobrepasar el montante recibido.

En todo caso, el contexto inmobiliario en Cataluña no invita, ni mucho menos, al pesimismo. Conviene tener en cuenta que venimos de un largo periodo de crecimiento en el que se han batido récords de operaciones y en el que los precios del metro cuadrado en núcleos urbanos como Barcelona han alcanzado máximos históricos. En un mercado como el de la vivienda, sujeto a dinámicas y a menudo reactivo ante factores externos, las etapas de ajuste forman parte de la más absoluta normalidad.

Por eso, frente a los que pronostican grandes desplomes en los precios o los que viven abonados a la teoría del colapso conviene poner en valor la observación y el poder de los datos. El ejercicio prudente invita a analizar con sosiego la evolución de un sector que, pese a que por momentos pueda mostrar comportamientos cambiantes, no acostumbra a dar bandazos. La solidez de la vivienda como mercado y refugio es, desde hace años, uno de los principales baluartes de nuestra economía, tal y como lo corroboran las cifras.

Precisamente los registradores, por nuestra vocación de servidores público, tenemos como misión contribuir a la contextualización de realidades complejas con el fin de acercarlas a la ciudadanía. Transformar la información de la que disponemos en un bien útil constituye una máxima irrenunciable, en aras de ofrecer a la sociedad herramientas eficaces que ayuden a las personas a transitar por esa incierta senda del futuro tomando buenas decisiones.

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