Premios Oscar 2019: el único muro de la gala más correcta y rápida fue el político

  • Ante la polémica y la crítica, Hollywood elige siempre el camino sencillo y premia a la bonita y fácil 'Green book', la opción sin ninguna arista. 
Premios Oscar
Premios Oscar
EFE

Hollywood hubiera hecho historia de haberle dado el Oscar a Mejor Película a una cinta rodada en un idioma distinto al inglés. Por aquello del español, nos incumbía casi de manera personal la apuesta de Alfonso Cuarón. Pero la Academia hubiera hecho mucha más historia al darle su mayor galardón a una obra como la del mexicano porque habría sido salirse completamente de su guion más habitual en 91 años: la corrección total. 

Los Oscar difícilmente arriesgan. En caso de duda -y de polémica- miran para otro lado. Suelen compensar con el paso de los años -que se lo digan a Martin Scorsese, Al Pacino o Paul Newman- o, como vienen haciendo desde hace unos años, concediendo nominaciones y premios a artistas de color por décadas de olvido (Spike Lee al fin alza este año una estatuilla... después de haber recibido uno honorífico y todo). Pero de ahí a que enarbolen una bandera que no es la suya, como es la de la política pura y dura y hacer un canto a la inmigración, ya es pedirle demasiado a los magnates del celuloide. 'Roma' no iba a ser la mejor película por muchas razones: empezando por la política y terminando por la artística.

La política: sin presentador que eche ácido entre galardones, quedaba poco margen para las reivindicaciones sociales durante la gala más corta que se recuerda. Tampoco los premiados convirtieron sus discursos en pequeñas muestras de solidaridad y Donald Trump vivió una noche apacible. Ni siquiera el mexicano Alfonso Cuarón, cuya 'Roma' se llevó tres estatuillas con su nombre inscrito (director, película de habla no inglesa y fotografía). Acaso, lo más elocuente que se mostró fue en la rueda de prensa posterior y no en el atril: "Esta es una película mexicana. Este premio pertenece a México. No es solo que el 95% del equipo y el 100% del reparto sean mexicanos, sino que la temática, el paisaje, todo es México. Esta cinta no existiría si no fuera por México. Y no podría estar aquí si no fuera por México".

Lo más cerca que se estuvo en estos 91 Oscar de la polémica del muro que pretende erigir Estados Unidos en su frontera con México llegó de la mano de Javier Bardem. El español aprovechó su presentación en la entrega del galardón a película de habla no inglesa (que fue a 'Roma') para proclamar que "no hay fronteras ni muros que frenen el ingenio y el talento". Antes, en la alfombra roja, se mostró orgulloso de que el español ya se hable de forma tan fluida y continuada en Los Ángeles. 

Pero, a la hora de la verdad, 'Roma' no fue la gran vencedora. Un año más, un director mexicano se lleva el premio al mejor realizador (cinco veces en los últimos seis años que sucede, con Iñárritu y Del Toro junto al propio Cuarón, ganador en 2014), en una dispersión de galardones entre mejor película y director que es más habitual de lo que parece en la historia de la Academia (y siempre suele ser motivo de incomprensión en las tertulias del día después). Sobre todo, en años en los que pude latir cierta polémica. Para esos casos de duda, mejor optar por la corrección, la política y la artística. Así que 'Green book', la obra calificada como la del buen rollo, la de los buenos sentimientos, era la opción más sencilla. En este camino alejado de aristas, 'Bohemian rhapsody' contaba con el pequeño lunar de que su director, el denostado Bryan Singer, dejó la película sin terminar por unas acusaciones de abuso sexual. 

No es la primera vez ni será la última que los Oscar eligen lo bonito y lo convencional. Curiosamente, en el el duelo entre 'Roma' y 'Green book' se puede encontrar un precedente de similitudes más que llamativo (hay decenas de otros ejemplos en los que la falta de política también brilló por su ausencia). Fue en 1990 y entonces había una película polémica (y política) que parecía que iba a arrasar: 'Nacido el 4 de julio', la crónica dura de un veterano mutilado de la guerra de Vietnam, en los años finales de la Guerra Fría y pocos meses antes de estallar la primera Guerra del Golfo. La dirigía Oliver Stone, en aquellos años en la cúspide de su carrera, un director con ideas políticas que Trump calificaría directamente de socialistas marxistas.

Stone, precisamente, se llevó el Oscar a director pero vio cómo el galardón más preciado se iba a una película blanda, de esas que invitan a las siestas de fin de semana: 'Paseando a miss Daisy'. Una película sobre un chófer y su cliente. Mira por dónde: igual que 'Green book'. Con los casi 30 años transcurridos solo cambia otra cosa: entonces, el chófer era negro (Morgan Freeman) y la cliente, una blanca cascarrabias (Jessica Tandy, también mejor actriz en un premio que casi era honorífico a toda su carrera). Ahora, el que conduce es un blanco y el premio al mejor actor se lo lleva el cliente de color.   

Mostrar comentarios