"Nacieron luchando y así se han ido"

Una generación perdida: las vidas y los recuerdos de los que se van sin despedida

Residencia ancianos San Sebastián
Residencia ancianos San Sebastián
EFE

Hace semanas que los españoles lloran la marcha de miles de mayores, toda una generación perdida. El país lanza un adiós sin ceremonias, tal y como lo exige el escenario de guerra que desató la pandemia. A todos ellos, el virus les ha arrebatado el último acto, ese en el que la vida les tenía reservada una tregua que la historia les había negado hasta ahora. Sobrevivieron al hambre de posguerra y se encargaron de ahorrar cada peseta, convirtiendo el "por si acaso" en el mejor colchón sobre el que asentar este país. Pusieron música de copla a una democracia que aprendía a andar y se adaptaron más pronto que tarde a la prisa y los mensajes de WhatsApp. El balance de defunciones es sobrecogedor y son demasiadas las familias que ahora viven una despedida plastificada, con barrera de seguridad. Detrás de cada nueva muerte hay un rostro y una historia que siempre esconde una batalla.

"Mi madre fue una madre soltera en los 60"

María Carmen tenía ochenta años cuando se contagió del Covid-19. Vivía sola en Madrid y le encantaba viajar. De hecho, pensaba volar a Croacia en mayo. "Tenía una diabetes difícil de controlar, pero era muy activa", cuenta Chema, su único hijo, que se emociona al recordar la última vez que comieron juntos, apenas unos días antes del ingreso. "Mi madre fue una madre soltera en la década de los 60", evoca Chema. Como suele decirse, eran otros tiempos y ella, una adelantada. "Era secretaria y le gustaba dirigir, cuando se quedó embarazada consiguió una excedencia de tres meses sin sueldo". Todo un triunfo para una época en la que las mujeres no tenían derecho al permiso de maternidad si no llevaban un anillo en el anular. Tras cerca de una semana en el Clínico San Carlos, Chema recibió la temida llamada. "Me dieron las joyas que llevaba puestas menos un pendiente, pensé que no pasaba nada, así nos quedaríamos uno cada uno". Le informaron de que se la llevarían primero al Palacio de Hielo y después a la funeraria. Después de diez días, Chema sigue esperando noticias.

María Carmen en su 80 cumpleaños
María Carmen en su 80 cumpleaños

"Lo que sale en televisión se queda corto"

"Hemos tenido que enterrar a mi padre y darle la noticia por teléfono a mi madre... estaba hundida". Las palabras de Juan Antonio golpean con fuerza. "Mi padre vio nacer a mi madre, vivían uno en frente del otro en un pueblo de Extremadura". Juntos se trasladaron a Barcelona, donde Manuel pasó de carpintero a vigilante en Seat, aunque nunca dejó la madera -"lo hacía por amor al arte"-. Tuvieron 5 hijos y 8 nietos. El pasado 17 de marzo, con 76 años, Manuel ingresó en el hospital, donde le sometieron a dos pruebas que dieron negativo y lo mandaron a casa. "Pensamos que había esquivado a la muerte, pero empeoró una noche y volvió a ingresar", recuerda su hijo.

Manuel y Carmen
Manuel y Carmen este verano

Es la única batalla en la que su mujer no ha podido acompañarlo. Días más tarde, en otra habitación, ingresaron a Carmen, también por Covid. Estando ella aislada, el estado de Manuel se agravó, "estuvo tres días agonizando antes de fallecer". Los hijos movieron Roma con Santiago para que el entierro fuese en Torres de Santa María. Solo a tres de los cinco hijos se les permitió asistir. "Mi padre siempre quiso volver a su pueblo de Extremadura, así que cogí el coche el 10 de abril a las 6 de la mañana y volví a Barcelona el día 11 a la misma hora". Juan Antonio ha dejado de mirar las cifras: "Lo que sale en la televisión se queda corto, es muy duro de asimilar, que tu padre se vaya en silencio sin los abrazos de sus hijos, después de haberlo dado todo por los demás".

"Es peor que un mal sueño"

"Es peor que un mal sueño, en una pesadilla bebes agua y despiertas". Ceci asegura que no logrará pasar página hasta que pueda hacerle un funeral a su padre, Cecilio. El hombre habría cumplido los 79 años este viernes, pero el virus se cruzó en su camino. Acababa de volver de un balneario con su mujer, Asunción, y empezó a encontrarse mal justo cuando se declaró el estado de alarma. El tiempo que estuvo ingresado mantuvo el ánimo alto, pese al miedo y la soledad. "Mi padre tenía problemas de oído, lo tuvimos difícil para comunicarnos con él". La de Cecilio y Asunción es otra de esas historias de amor en tiempos del Covid.

Cecilio y Asunción
Cecilio y Asunción bailando

La pareja amaba el campo. "Mi padre seguía levantándose con la fresca para cuidar su huerto, volvía orgulloso de sus patatas y sus berenjenas mientras mi madre cuidaba el jardín". Y es que, tras 54 años juntos, la madre de Ceci no pudo despedirse y tuvo que vivir el duelo aislada. "Ha estado 26 días sola, demostrando una entereza tremenda". Después de una larga separación, su hijo logró llevársela consigo a Plasencia. "Se vive como una situación tan irreal... enterré a mi padre en un ataúd precintado con mis dos hermanos a dos metros de mí". 

"Mi madre sabía taquigrafía, conducía y usaba pantalones"

Marta cultivó su amor por los libros en el Ferrol de la dictadura. "Mi madre era una mujer muy formada, nos transmitió a todos el valor de aprender", cuenta Begoña, su hija. "Mi madre no era como las demás de aquella época, sabía taquigrafía, conducía y usaba pantalones". Cuando se casó con su marido, un militar de la Marina, "llenaron la casa de novelas y enciclopedias de Círculo de Lectores".  A los 77 años, Marta se contagió del Covid en un viaje del Imserso a Lloret del Mar -"del avión que la trajo de vuelta a Galicia enfermaron varios"-. Asumió la enfermedad como ella era, con humor e inteligencia: "Nos llamaba y bromeaba, decía que los enfermeros no tenían ni idea de lo que había que hacer". 

Marta le entregó esta foto a su nieto este verano
Marta le entregó esta foto a su nieto este verano

El ingreso fue largo, así que Begoña se movió para localizar a su pandilla -"era el nexo de unión de todas las amigas"- pero no hubo tiempo. Como tantas veces, la enfermedad aceleró. "Se puso grave, tenía las plazas de los pulmones que daban miedo", recuerda su hija del día en que se la llevaron a la UCI. Allí, Marta no quiso quedarse atrás y preguntó directamente a los médicos: "¿Me voy a morir?". Ya sedada, Marta reconoció a su compañera de habitación y, cuando todo pasó, a Begoña le contaron que su madre se fue sonriendo, "estoy segura de que pensó en  sus nietos".

"Es como si te lo hubieran robado"

Bernardo luchó hasta el final. "Tenía 75 años, era fuerte como un roble y le costó apagarse", relata su hijo Iván. Escuchar la vida de su padre es atender a la historia de España. A los 18 años llegó a Madrid e ingresó en la Policía Nacional, cuando a sus agentes se les conocía como "los Grises" y a los que, como Bernardo, huían de la esclavitud del campo, "los desertores del arado". Se convirtió en escolta de Franco, "tenía todo lo que quería el dirigente, era fuerte y con una formación limitada". En una de las salidas de veraneo del dictador conoció a su mujer, Maricarmen, una señorita de provincias vallisoletana de la que ya no se quiso separar.

Bernardo fallecido de Covid
Bernardo, 75 años

En 1977 fue de los primeros en acudir tras el atentado de los abogados de Atocha. Más tarde lo destinaron a Vilalba, cerca de Irún, donde sufrió el terror de ETA: "Desde entonces miraba siempre los bajos del coche antes de entrar y yo le imitaba". Pese a todo, a Bernardo siempre le quedó el pasado campesino y el orgullo de que, a través de la sangre y la genética, ésta prosperase en el médico que es hoy su hijo. En la época fuerte de ETA, Maricarmen se acostumbró a que cada interrupción en la televisión, fuese un sobresalto. Aún así, la rápida partida de Bernardo "ha sido para mi madre como si se lo hubieran robado". El impacto de una despedida a medias también quedó en sus hijos: "Nunca podré olvidar las rejas cerradas del cementerio desde donde vi enterrar a mi padre".

"Mueren solos y tú te quedas hecho polvo"

Luis emigró a Suiza cuando tenía 30 años. Fue uno de los muchos que engrosaron el listado de emigrantes en la década de los 60. Allí trabajó de sol a sol y, cuando estuvo asentado, compró un pasaje para su mujer que, durante un lustro también trabajó en el país europeo. "Su objetivo siempre fue volver a España", cuenta su nieto Luiso. Y así lo hicieron. De vuelta, Luis, inconformista, se hizo con una licencia de taxista, "cuando no existía el GPS y había que memorizar todas las calles de Madrid". Cuando el virus lo alcanzó, cerca de los 90 años, Luis ya no lograba recordar y es su nieto el que pone voz a su relato. Después de toda una vida de lucha, la última batalla la libró en el Hospital de Arganda. A su abuela aún no le han contado el final de la historia, hace unos meses perdió mucha movilidad y cayó en una fuerte depresión. "Era uno de esos matrimonios que tiran para adelante a contracorriente", recuerda Luiso, "tal y como están pasando las cosas, te quedas hecho polvo, mueren solos y no podemos vernos".

Luis y su mujer en una boda
Luis y su mujer en una boda

"Toda una vida luchando contra el destino de nacer pobre"

El coronavirus se cruzó en el camino de Bautista a los 85 años y es su hijo Jose, quien cuenta su historia. Desde el principio, el vallisoletano aprendió a sobrevivir. "Desde pequeño tuvo que trabajar para contribuir al sustento de la familia en esa hambruna de la posguerra". Como en las novelas de Delibes, Bautista aprendió que contra el hambre no hay pan duro y asumió que palabras como "esfuerzo, empeño, sacrificio, o coraje" serían su único salvoconducto. "Mi padre me enseñó a pescar a mano en los ríos de mi tierra", recuerda Jose. Aprendió el oficio de albañil, cantaba saetas y enseñó a su hijo a conducir.

Julio y Bautista
Jose y Bautista

La enfermedad lo pilló después de "toda una vida luchando contra el destino de nacer pobre", relata Jose. Tanto Bautista como su hijo, el hermano pequeño de Jose, ingresaron en la misma habitación del Clínico de Valladolid el 26 de marzo. El virus fue el diagnóstico común. Después de siete días de lucha en el hospital, el Covid fue más fuerte y el padre falleció. "Nos enseñaron un ataúd cerrado detrás de un cristal", recuerda Jose. La situación que describe aún le parece "irreal". Bautista, una historia de muchas de una generación que avanzó siempre con el viento en contra y que "al final de su vida recibió un pago injusto, inhumano, inmerecido, sin un abrazo cercano, sin una frase de ánimo en el oído".

"A día de hoy, solo sé que las cenizas ya han vuelto a Madrid"

Margarita ingresó en el hospital Severo Ochoa con 86 años, donde estuvo 17 días en los que Conchi, su hija, vivió pegada a un teléfono. "Mi madre no oía bien, pero conseguí que las enfermeras me hicieran el favor de pasarme algunas llamadas". A ambas, el canal oficial del centro les sabía a poco: un parte diario que llegaba al mediodía, cuando le aseguraban que su madre "iba cada día a peor". Su hija describe a Margarita como una mujer "luchadora, resuelta y pizpireta", que de niña cambió Toledo por Madrid. Después de que falleciera su marido se había vuelto algo más "penosilla", pero seguía echando sus partidas de petanca y tomando su café con las amigas. Puede que este amor por la vida fuera lo que le hizo tan resistente a la sedación. "Solo dejaron entrar a un familiar, firmé un documento por el que aceptaba que estaba expuesta al contagio y me puse el traje", relata Conchi. Después de esto, le dijeron que a su madre la incinerarían en Murcia. "A día de hoy, solo sé  que las cenizas ya han vuelto a Madrid".

Margarita este verano
Margarita este verano

"No ahorraba para ella"

El virus cogió a Rosa con 87 años y tuvo que ingresar el 28 de marzo en el Hospital de Getafe. No pudieron visitarla desde entonces. Lorena describe a su abuela como otra de esas mujeres que ahorró cada peseta "como una hormiguita". Su marido se prejubiló así que no podían permitirse grandes lujos, pero siempre tenía suficiente para dar un aguinaldo a aquellos a los que más quería: "No quería el dinero para ella, siempre nos decía,'Es por si necesitáis algo'". Como tantos otros, Rosa también dejó su pueblo natal, Madrigalejo (Cáceres) y acabó en Getafe, donde vinieron no solo ella, sino su marido y familiares de ambos. En la capital forjó una familia y vio crecer a sus nietos, los mismos que ahora lamentan no haberle podido coger de la mano en el último momento.

Rosa con su bisnieto
Rosa con su bisnieto

"Lo más duro es no poder despedirte"

La enfermedad se llevó a Marcelina con 90 años. Residía en un centro de mayores de  Ortigosa del Monte (Segovia), donde el virus golpeó con fuerza. "Mi abuela no podía estarse quieta, la recuerdo limpiando su casa y haciendo dulces, los mejores huesillos que he comido nunca", explica su nieto José Manuel. El joven la describe como una mujer "muy niñera" y recuerda cómo renegaba de la guerra que daban cuando iban a verla, y cómo les echaba en falta cuando no lo hacían. Era una verdadera superviviente, una de esas mujeres que, pese a no salir mucho, "cuando lo hacía se ponía siempre unos tacones bajos y se pintaba los labios".  "Lo peor de su marcha ha sido no estar con ella, tuve fiebre y no pude asistir al funeral así que no llegar a despedirme ha sido lo más duro", lamenta su nieto. 

Marcelina y su marido con su nieto José Manuel
Marcelina y su marido con su nieto José Manuel

También en la residencia de Ortigosa, vivían desde hacía quince días Juanito, de 92 años, y María, de 96. "Él era el tío de mi marido, Santiago, y ella mi suegra... y yo los quería como a unos padres", comparte Pepa. Tras una década de visitas diarias, la partida de los dos mayores ha dejado un vacío en la pareja, acostumbrada a cuidar de sus "chicos", como se refiere a ellos la mujer. "María tenía alzheimer y confundía a mi marido con el suyo", cuenta Pepa emocionada, "Cuando íbamos a verlos le ponía ojitos, le cogía de la mano y le decía que se fueran juntos, entonces  yo tenía que ponerme firme y decir, 'María que este es mi chico'".

Juanito y María en la residencia
Juanito y María en la residencia

Un día cerraron la residencia y no pudieron volver a visitarlos. Les llamaron una mañana y les dijeron que Juanito había muerto de repente. "Llevaba dentro el espíritu de los pueblos, de ayudar a todo el mundo, y se empeñaba en no ser un estorbo", asegura la mujer, "Nos dijo que se encontraba bien hasta el final". Días después, recibieron otra llamada. María había empeorado y no había esperanza. Pepa no fue al entierro de Juanito, pero esta vez "tenía claro que debía que acompañar a mi chica al cementerio". "Es muy triste lo que está pasando, toda una generación que se está yendo de esta manera". Nacieron luchando y luchando se marchan.

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