Quique Bassat: uno nunca se puede acostumbrar a la muerte evitable de un niño

  • Cada 45 segundos, un niño africano muere de malaria. A pesar de esa implacable frecuencia, el pediatra Quique Bassat, elegido uno de los diez jóvenes más sobresalientes del mundo por su lucha contra ésta y otras patologías, asegura que nunca podrá llegar a acostumbrarse y a aceptar unas muertes evitables.

Sergio Andreu

Barcelona, 3 nov.- Cada 45 segundos, un niño africano muere de malaria. A pesar de esa implacable frecuencia, el pediatra Quique Bassat, elegido uno de los diez jóvenes más sobresalientes del mundo por su lucha contra ésta y otras patologías, asegura que nunca podrá llegar a acostumbrarse y a aceptar unas muertes evitables.

"La primera se te queda en la memoria; luego vas sumando. Trabajar en África como clínico quema mucho, pero no te puedes insensibilizar a estas muertes", afirma Bassat en una entrevista concedida a Efe en uno de los pocos huecos que hay en su agenda, que sólo le permite pasar unos días en Barcelona, donde nació en 1974.

La Joven Cámara Internacional (JCI), una organización vinculada a la ONU e involucrada en iniciativas de desarrollo local, ha reconocido el trabajo que este médico, que pisó África por primera vez en 1998, ha realizado desde entonces en diversos países en desarrollo en el ámbito de la malaria y la investigación clínica.

"Siempre había querido trabajar en África, donde la salud es más precaria, están las zonas con más enfermedad pediátrica y donde menos médicos e investigadores hay", indica este experto en epidemiología que desde 2003 ha participado en los ensayos para obtener la primera vacuna experimental contra la malaria, la RTS,S.

Bassat es investigador del CRESIB, el Centro de Investigación del Instituto de Salud Global de Barcelona, donde coordina la puesta en marcha de varios programas contra esta enfermedad en países como Mozambique, Brasil, India o Papúa Nueva Guinea.

"Hay una vacuna muy cercana que podría ser utilizada antes de 2015 en los países donde es un problema de salud pública; existen además nuevos fármacos, nuevas estrategias y una concienciación de la comunidad científica sobre la importancia de invertir en investigación de la malaria", señala el médico.

Desde 1998, cuando aterrizó en el Centro de investigación en salud de Manhiça (Mozambique), "como un estudiante pardillo", el pediatra ha visto mejorar las condiciones de trabajo a la vez que aumentaban los medios y el personal.

"Pero no hay que olvidar que es una zona rural africana con todas las limitaciones que ello supone: cuando se necesitan reactivos para los laboratorios hay que volar a Johannesburgo o si se te estropea una máquina ha de venir alguien de Europa", comenta.

El centro de investigación de Manhiça está "adosado" a un hospital en el que Bassat realiza su labor clínica, con un volumen de pacientes difícilmente gestionable.

Si en Europa los médicos ven cómo los padres llevan a sus hijos a urgencias por cosas sencillas, más cercanas a la puericultura que a la pediatría -"a veces, verdaderas chorradas, perdón por decirlo así", se excusa Bassat- en África, cuando una madre decide llevar a su hijo al hospital es "porque está muy mal".

De hecho, el pediatra, que a veces sólo con el apoyo de una enfermera atiende colas de hasta 50 pacientes graves, subraya que el problema es el contrario: cómo marcar las prioridades de atención "porque a veces no sabes a quién tienes que tratar primero".

No obstante, y a pesar de enfrentarse cotidianamente a las muertes de muchos de estos pequeños, estar allí le compensa.

"Cuando ves que salen adelante, es un pequeño triunfo individual. El triunfo colectivo es investigar un nuevo fármaco que funcione bien, sea barato y accesible y saber que has participado en su desarrollo clínico", argumenta.

La malaria es su reto principal, pero Bassat tiene tiempo para ocuparse de otras patologías "olvidadas", que no infrecuentes, como la enfermedad de Pian, que afecta a varios países del Pacífico.

"Es como la prima hermana de la sífilis, pero no es de transmisión sexual sino que se contagia de piel a piel y sobre todo afecta a niños pequeños", explica sobre esta enfermedad que, aunque no es mortal, provoca deformidades en los huesos, lo que hace que sea muy incapacitante.

En medio siglo no se había producido ningún avance en su estudio y la enfermedad estaba "campando a sus anchas".

El equipo de Bassat ha actuado en Lihir, una pequeña isla de Papúa Nueva Guinea, donde la patología afecta a entre un 10 y 15 % de los niños. Allí han logrado demostrar que un simple tratamiento oral con un antibiótico sencillo, de dosis única, es tan efectivo como el tradicional de inyecciones de penicilina, lo que simplificará el control de la enfermedad.

Este avance ha tenido una repercusión tan grande que la OMS ha decidido retomar la campaña para su erradicación.

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