Costa de Marfil sigue dividida

  • Mientras el nuevo presidente maquilla al país, las tensiones perduran entre los ciudadanos. El Ejército sigue dividido y los partidarios del ex presidente no se atreven a volver a casa. Desde el exterior se anima a Ouattara a limar las asperezas y llegar a una reconciliación real.
Ouattara asume el cargo de presidente de Costa de Marfil
Ouattara asume el cargo de presidente de Costa de Marfil
Marco Chown Oved, Abiyán (Costa de Marfil) | GlobalPost

A lo largo y ancho de Abiyán las patrullas rellenan los baches en las carreteras, arreglan farolas y pintan las medianas de las autovías, dándole un lavado de cara a una metrópolis visiblemente abandonada durante los 10 años en el poder del ex presidente Laurent Gbagbo.

Las frescas capas de pintura quieren enviar una potente señal: la de que el nuevo presidente de Costa de Marfil, Alassane Ouattara, pretende poner al país a trabajar.

Pero las mejoras cosméticas no han conseguido ocultar los continuos abusos del nuevo Ejército, las decenas de miles de personas desplazadas que tienen demasiado miedo como para volver a casa, y el temor soterrado a la revancha de los vencedores.

Casi dos meses después de que los últimos combatientes a favor de Gbagbo huyesen a las vecinas Liberia y Ghana, la vida en Costa de Marfil parece, en la superficie, haber vuelto a la normalidad.

Han vuelto los embotellamientos, y el sonido de los cláxones, no de las explosiones, el que impide dormir a la gente por la noche. Dista mucho el panorama de las calles desiertas, los combates y los bombardeos desde helicópteros de los meses de marzo y abril, cuando Costa de Marfil estuvo alborde de una guerra civil.

Los bancos han reabierto, los compromisos de la ayuda al desarrollo internacional se han reanudado y los cargueros vuelven a entrar en el puerto de Abiyán, el mayor en África occidental, que llegó a estar abandonado.

Ouattara, ex vicepresidente del Fondo Monetario Internacional, ya ha sido bienvenido en cumbres internacionales como la del G20 en Francia del mes pasado y en la conferencia de la Unión Africana en Guinea Ecuatorial esta semana. En la cresta de la ola del aplauso internacional, Ouattara, intenta aprovechar sus conexiones internacionales para reactivar la mayor economía de la región.

Por ello, gran parte de su esfuerzo se ha encaminado a hacer ver que el país ha pasado página. La televisión y la radio nacional han cambiado de nombre y de imagen. Las medianas de las autovías han sido segadas por primera vez en años, y se están decorando con palmeras y flores de colores.

Pero no todo va bien en Abiyán.

Del millón de personas que se calcula que huyeron de la principal ciudad del país en febrero y marzo, la Agencia de la ONU para los Refugiados dice que 300.000 todavía no han regresado a sus hogares. Ciertos barrios, conocidos por su férreo apoyo a Gbagbo, todavía siguen prácticamente abandonados.

En algunas partes de Yopougon las únicas señales de vida son unas camionetas cargadas de soldados fuertemente armados de las Fuerzas Republicanas de Ouattara.

Si bien más del 90 por ciento de los policías de Gbagbo han vuelto a trabajar, ahora al mando de Ouattara, se percibe claramente que permanecen alejados de las Fuerzas Republicanas, y que la desconfianza entre ambos grupos armados es mutua. La semana pasada estalló un enfrentamiento entre un grupo de de soldados de las Fuerzas Republicanas y unos gendarmes de la policía. Una bala perdida mató a una adolescente que tuvo la mala suerte de pasar por allí en ese momento.

Pero a sólo unas manzanas las calles de Abiyán vuelven a estar repletas de compradores y de puestos en los mercados llenos de productos.

El contraste entre la paz y la violencia soterrada también se puede ver en el extremo oeste del país, la otra región en donde el enfrentamiento entre las fuerzas de Gbagbo y de Ouattara fue feroz. A un lado de la carretera los pueblos en donde viven los partidarios del presidente parecen normales. Al otro lado, sin embargo, se pueden ver las casas abandonadas y quemadas en donde vivían los partidarios de Gbagbo.

Los pozos en donde se lanzaron cadáveres han sido renovados y saneados, pero los hospitales saqueados durante los combates continúan cerrados, dejando a miles de personas sin acceso a cuidados sanitarios básicos.

En un campo de refugiados ubicado en terrenos de una misión católica, un joven celebra la llegada de un cargamento de arroz. No quiere que se publique ni su nombre ni él de su iglesia. Dice que si vuelve a su pueblo los vecinos le matarán, a él o a cualquiera de su familia. Más tarde reconoce que muchos de sus familiares tomaron las armas a favor de Gbagbo, y echaron a esos mismos vecinos que ahora no les quieren de sus casas.

Las matanzas por venganza y los linchamientos siguen siendo habituales, no sólo en las aldeas aisladas del oeste, sino también en zonas de la densamente poblada Abiyán. Lo más preocupante son las noticias sobre Fuerzas Republicanas aplicando ejecuciones sumarias y otros crímenes por los que quizás no tengan que responder ante el Gobierno central de Ouattara.

Grupos pro derechos humanos aseguran que cientos de personas acusadas de haber luchado a favor de Gbagbo fueron ejecutadas por los antiguos rebeldes de Ouattara en los días y semanas posteriores al fin de la contienda. Las Fuerzas Republicanas siguen siendo más leales a sus comandantes locales que al mando central del presidente, lo que dificulta o prácticamente imposibilita cualquier intento de llamarles al orden.

Según la ONU, esos soldados habrían matado a al menos ocho personas la semana pasada.

Durante la visita de un equipo de investigación del Tribunal Penal Internacional al país estos días, Ouattara ha reiterado su compromiso de llevar ante la Justicia a todos los responsables de crímenes, sea cual sea el bando en el que lucharon.

De momento tan sólo quince miembros del Gobierno de Gbagbo han sido acusados formalmente de crímenes, y ni un sólo partidario de Ouattara ha sido detenido.

Reconciliación es la palabra en boca de todos estos días en Abiyán, pero la negativa de los partidarios de Gbagbo a volver a sus casas es un claro indicio de que ellos no creen que sea cierto.

Tal y como admite un joven que dice haber peleado a favor de Ouattara: "Pueden volver a casa. No habrá ningún problema mientras no intenten hacer nada. Pero si lo hacen, les mataremos".

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