"El peor escenario es un despliegue militar"

De París a Nueva York: las 'nuevas primaveras' amenazan la recuperación

Los mercados no suelen reaccionar del todo mal a las protestas. Lo que de verdad pone nerviosos es la radicalización de dichas manifestaciones y las imágenes del Ejército tomando cartas en el asunto.

Protestas Floyd Londres
De París a Nueva York: las 'nuevas primaveras' amenazan la recuperación económica.
EFE

Nueva York, Minneapolis, Chicago o Boston, pero también Bruselas, Londres, París o Copenhague. Todas estas ciudades son protagonistas de las protestas más violentas que se recuerdan desde las revueltas de 2019, que tuvieron como epicentro otro mundo: el de Argelia, Chile, Líbano o Hong Kong.

Norteamericanos y europeos miran con asombro como las mismas escenas de contenedores quemados, saqueos o barricadas, que antes tenían lugar en América del Sur o el norte de África, se reproducen ahora a las puertas de sus hogares. Ahora bien, ¿qué puede tener en común el desorden en ciudades y países tan distantes y tan diferentes?

Aunque pueda parecer lo contrario, los mercados no suelen reaccionar del todo mal a las protestas. Según algunos analistas, lo que verdaderamente pone nerviosos a los inversores y puede comprometer la recuperación económica es la radicalización de las protestas y las imágenes del Ejército tomando cartas en el asunto.

Así lo cree Tim Duy, profesor de economía de la Universidad de Oregón y autor de uno de los más prestigiosos blogs que analizan Wall Street. Duy mantiene que el escenario perfecto para mantener el alza en los parqués es que "los disturbios deriven pronto en protestas continuas y masivas, pero pacíficas". Para el economista, "el peor de los escenarios es que el presidente de los Estados Unidos cumpla con su amenaza de usar la fuerza militar para poner fin a los disturbios".

Hasta el momento los números le dan la razón. La economía estadounidense ha acompasado un crecimiento continuo de indicadores bursátiles básicos, como el Nasdaq o el S&P 500, con las protestas radicales que, en algunas ocasiones han tomado un cariz muy violento. Se confirma así el difícil equilibrio entre las demandas sociales y el buen funcionamiento de los mercados. Todo mientras no entre la segunda de las variables en juego: la represión por el Estado.

Más devastadores que una catástrofe

Esa parece ser también la conclusión del máximo experto en el estudio y análisis económico de las revueltas sociales. Victor Matheson, en declaraciones al diario británico 'Telegraph', mantiene que los disturbios pueden tener un efecto mucho más devastador que, por ejemplo, una catástrofe natural.

Este académico explica que mientras los efectos económicos del huracán Andrew, el mayor de la historia de los EEUU, se terminaron al año de su aparición, los de las revueltas de 1992, por la muerte de Rodney King en Los Ángeles, se prolongaron durante más de 10 años. Una década en la que California tuvo que afrontar las consecuencias económicas del fallecimiento de 53 personas durante las revueltas, más de 1.000 millones de dólares en los destrozos provocados y una caída en la confianza del consumidor en sus instituciones, algo que lastró en 15 puntos porcentuales el consumo doméstico en el país.

Uno de los principales puntos en común que unen a Nueva York o Hong Kong, a Minneapolis o Túnez es, precisamente, la confianza del consumidor. La economía es cobarde y la percepción del empeoramiento de la situación social y de seguridad retrae al consumidor de satisfacer su deseo de compra.

Un hecho que avala esa preocupación fueron las manifestaciones de hace apenas unas semanas en Utah o Alabama, estados que se llenaban de agricultores y comerciantes exigiendo a sus respectivos gobiernos estatales, y también al Federal, reabrir lo antes posible las restricciones que estaban y están cercenando la economía americana.

Algo parecido ocurre en Hong Kong, donde miles de personas, que originalmente reclamaban la no extradición de ciudadanos isleños hongkoneses al continente, exigen ahora mayor autonomía con respecto a Pekín, que tradicionalmente favorece a las ciudades rivales de Hong Kong como son Shanghái, Cantón o Chongquin. Si la isla se convierte en un hervidero de calles repletas de tanques y adoquines la economía hongkonesa, y la China en su conjunto, se verán afectadas en su totalidad, acentuando los efectos que el coronavirus ha tenido sobre China y ralentizando la esperada recuperación.

La desigualdad es el principal problema para las ‘nuevas primaveras’, que además deben combinar la democracia con la recuperación económica. Solo en Estados Unidos, con más de 100.000 fallecidos por el coronavirus, con 40 millones de desempleados, como consecuencia de la pandemia, se han acentuado las desigualdades sociales que incluso tienen su reflejo en el descalabro laboral de los últimos meses.

El desempleo se está cebando especialmente con los afroamericanos y los hispanos, con un índice de un 16,7% y un 18,9% respectivamente, mientras que en la población blanca los índices se situaban en el 14,2%.

Son datos que ponen a Estados Unidos en una difícil situación que podría terminar de explotar en caso de que la variable policial o militar sirviera de acelerante perfecto para frenar una recuperación que se atisba mucho más lenta de lo que se prometió.

Las 'nuevas primaveras' presentan rasgos en común con las que surgieron entre 2010 y 2012 en los países árabes. La economía, la desigualdad y el descontento social mandan mucho en la relación Estado - ciudadano. Algo parecido debió pensar en 2011 Mohamed Bouazzi, el joven comerciante que se prendió fuego en Túnez ante la confiscación, por parte de la policía, de las mercancías de su puesto ambulante.

Esta desgracia, y la posterior protesta social, se llevó consigo a todo un régimen corrupto gracias al alzamiento de una población que, de manera pacífica, salió a las calles a demandar un sistema económico justo y el control de los precios en productos básicos. Ya por aquel entonces la economía demostraba ser un vector fundamental a la hora de entender qué pasa por la naturaleza de los movimientos sociales.

De nuevo las exigencias de que la recuperación económica llegue a todos los ciudadanos de un país se sitúa al frente de las motivaciones sociales. En este caso, el círculo no parece cerrarse, ya que la seguridad y tranquilidad exigida por los inversores y las autoridades económicas para hacer efectiva la recuperación chocan con las demandas de una ciudadanía occidental cansada de que la economía pase primero por el capital en lugar de por el trabajador.

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