La sanidad universal, debate nacional

Socialismo en EEUU: 100 años de soledad y odio... hasta Sanders y el coronavirus

  • El candidato de Vermont matiza su discurso y dice ser socialdemócrata, pero insiste en que la economía "debe funcionar para todos".
Bernie Sanders, el candidato socialdemócrata a la Casa Blanca
Bernie Sanders, el candidato socialdemócrata a la Casa Blanca
EP

Hace mucho tiempo, tanto como 120 años, en Estados Unidos el libro más vendido del momento fue una novelita utópica de corte socialista, ‘Mirando atrás desde 2000 a 1887’, de Edward Bellamy. Con un planteamiento de ciencia ficción, un joven burgués del siglo XIX despierta en el año 2000 en un mundo con todas las características del modelo socialista (y sin ningún ‘pero’, como en otras ucronías).

Con medio millón de copias vendidas, solo otras dos novelas de la época imprimieron más en aquellos años: ‘La cabaña del tío Tom’ y ‘Ben Hur’. Y, por comparar a un coetáneo superventas (como un Stephen King de entonces), Mark Twain vendía alrededor de 50.000 unidades de sus obras con mayor tirón.

Un siglo y cuarto después, todos seguimos conociendo a Huckleberry Flynn, el tío Tom o la carrera de cuadrigas más famosa de la historia. Nadie recuerda a Julian West, protagonista de la obra de Bellamy. Porque en algún momento entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, un socialismo hasta entonces pujante en Estados Unidos (el 1 de mayo se celebra en todo el mundo -salvo en EEUU- por un incidente con trabajadores ocurrido en Chicago) se convirtió en el enemigo número uno en política y economía. Los 100 años de soledad del socialismo acaban de empezar.

¿Hasta hoy? El socialista Bernie Sanders puede o no puede llegar a presidente de los Estados Unidos. Habrá que ver primero si llega a ser el candidato de los demócratas para las elecciones del mes de noviembre. Cada vez lo tiene peor y en las últimas votaciones estatales de esta misma semana no ha encajado más que derrotas, en Florida, Illinois y Arizona, frente a Joe Biden.

Sea el elegido o no de intentar el asalto contra Donald Trump en noviembre, lo que sí ha logrado de una vez por todas es que se vuelva a hablar del socialismo en Estados Unidos sin necesidad de que el ciudadano medio piense directamente en las tropas rusas desembarcando en Alaska. Hay encuestas de medios, como la publicada por Axios, que apuntan a que un 70% de los millennials no tendrían problema en votar al socialismo.

Solo que estos son minoría en el censo total. Las mismas encuestas recogen que, según se avanza en años, los americanos siguen sin querer escuchar siquiera de esta ideología. Porque en Estados Unidos llevan más de un siglo relacionando socialismo con comunismo y ambos con el totalitarismo asentado tras la Segunda Guerra Mundial en toda Europa y que la caída del Muro de Berlín ya le puso epitafio hace 30 años.

Y en esto que llegó Sanders y, como novedad mucho más importante, el coronavirus. La pandemia puede dar un empujón definitivo a introducir en el debate público cuestiones como la sanidad universal o la protección social. Desde que estalló la crisis, los medios han denunciado que la asistencia eminentemente privada en Estados Unidos es un riesgo añadido para la enfermedad porque el elevado cobro de una prueba y un eventual internamiento estarían alejando a posibles infectados.

Trump ha insistido en que habrá ayudas y prometió que no se cobrarían las pruebas. Pero el Covid-19 había desnudado ante el resto del mundo algo que ya sabía pero que solo una crisis de estas dimensiones puede reflejar en toda su crudeza. Por todo ello, no es de extrañar que una de las grandes medidas anunciadas por la Casa Blanca consista un envío masivo de cheques de 1.000 dólares a los ciudadanos. Sí, suena a rescate social indiscriminado de la población.

Esta es la gran diferencia con 2016, cuando Sanders no pudo ganarle a Hilary Clinton en la batalla final entre demócratas. Ahora se le vuelve a complicar el último duelo con Biden, toda vez que la maquinaria demócrata se ha puesto del lado del ex número dos de Obama y que incluso se están cancelando primarias, como en Ohio, por razones de seguridad sanitaria. Pero entre su campaña y la alerta pandémica se ha abierto al fin el debate sobre la capacidad que tiene el partido de salirse un poco del centro (tirando a la derecha, según cánones europeos) hacia su izquierda.

El candidato de Vermont (no hay Estado más canadiense en todos sus sentidos, políticos y cultuales, que este) lleva toda la campaña de las primarias insistiendo en ponerle un adjetivo a su socialismo. Demócrata. O socialdemocracia, como llevan décadas llamándolo en Europa y es a lo que se adhieren desde el PSOE español hasta los grandes partidos de la UE (hasta Ciudadanos se denominó así cuando se fundó).

La matización es importante en un país como Estados Unidos, si bien en toda campaña política en la primera potencia mundial los matices son lo de menos. De ello, de la brocha gorda, está tirando como puede Biden. En el primer cara a cara entre ambos a principios de semana quedó más que clara la postura de cada cual. A la pregunta del moderador sobre las medidas que hay que tomar frente a una crisis como la del coronavirus, Biden contestó con la unidad, una nación fuerte y bien preparada (incluso en lo militar) y una serie de justificaciones que sonaban más a arañar votantes demócratas que se fueron con Trump que a otra cosa. Sanders insistió en su sanidad para todos.

Obviamente, la sanidad para todos es un as ganador con el país en emergencia nacional a causa de una enfermedad. El problema es el resto del libreto con el que Sanders acude a las primarias demócratas. Un repaso a algunas de sus propuestas es también un misil al status quo político americano: desde su antibelicismo declarado a endurecer los controles a quien compre un arma.

También quiere universidad para todos, gastar dinero en infraestructuras y no en armas, acabar con el binomio clásico de demócratas y republicanos, dejar de una vez el debate sobre el cambio climático porque es absurdo negarlo ya, doblar el salario mínimo por hora establecido a nivel nacional o revisar el sistema opaco de apoyos económicos y anónimos en las campañas políticas. Demasiado liberal (en Estados Unidos la palabra liberal se identifica con progresista, no como en Europa).

Suecia, Dinamarca, Noruega… Nunca se ha mencionado tanto estos países en la política americana. Son los modelos a los que dice Sanders que debe aspirar Estados Unidos. Que eso es la socialdemocracia. Que él no es socialista (como se enorgullecía de proclamar hace cuatro años). Que él es socialdemócrata. Y lo resume así: "La socialdemocracia significa que debemos crear una economía que funcione para todos, no solo para los más ricos".

Sobre aquel sueño trataba aquel éxito arrasador de Bellamy. Convertido en autor de moda, reconoció que él no quería hablar de política, sino contar una fábula, una historia amable. Sin embargo, diez años después, el escritor retomaría al personaje de su primera historia y lanzaría una secuela en la que la carga política fue tal que fue tildada de manifiesto más que de novela. En ella, llamada ‘Igualdad’, ya expresaba frases que podrían ser un tuit del siglo XXI como consigna política del futuro: "En estos días se ve la ciencia económica como una ciencia de las cosas; hoy día, es una ciencia de seres humanos".

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