ANÁLISIS TELEVISIVO

Blas Cantó en 'Eurovisión': lo mejor y lo peor de una actuación intercambiable

Blas Cantó en 'Eurovisión 2021'
Blas Cantó en 'Eurovisión 2021'
UER

No es nuevo en las candidaturas españolas de los últimos años. Una vez más, la falta de concreción es el problema general que ha padecido la actuación de Blas Cantó en 'Eurovisión 2021'. Empieza a capella como interesante golpe de efecto, pero luego 'Voy a quedarme' es una mezcolanza de ideas musicales y escénicas sin un hilo narrativo que te introduzca en el clima que pretende la canción. Una composición que se vende como un homenaje a las pérdidas emocionales pero, sin embargo, este concepto no se comprende en la propuesta final con una luna gigante... ni en lo que dice la letra.

Al final, la fuerza de 'Eurovisión' es que, cuando se encienden los focos, la euroaudiencia te entiende o no te entiende a través del planteamiento televisivo y musical para aupar el carisma del representante más allá del idioma en el que canta. Y, en este año, todas las papeletas para triunfar de España en 'Eurovisión' han confiado en exceso en el carisma del cantante, Blas Cantó. Eso cuando se le ve y no le hace desaparecer el humo. Eso cuando se le ve y no le hace sombra la aplastante luna gigante.

Blas Cantó y el humo.
Blas Cantó y el humo.
UER

Al menos sí se han potenciado los primeros planos para que el espectador pueda ver la expresividad del artista. Un acierto, pues en televisión la emoción se cuenta mejor en primer plano y, después, los generales inyectan esa apoteosis épica que merece cualquier evento único. La propuesta visual lo intenta, pero a la vez da la sensación de que el ritmo de las cámaras no va al compás de 'Voy a quedarme'. No bailan del todo al son de un Blas que tampoco muestra una gran seguridad comunicativa a la hora de mirar a cámara, algo vital en televisión. Esa seguridad que si tienen Barbara Pravi de Francia o Daði y su banda de Islandia. Hablan con complicidad al espectador, sin miedo ni intensidad de más. Transmiten su arte y, al mismo tiempo, consiguen cercanía.

Blas Cantó trabaja desde una intensidad dramática que puede ser interesante, pero nos perdemos con lo que le acompaña: la luna eclipsada, la luna gigante, el humo, los haces de luces de diva... El conjunto termina por despistar y consigue que percibamos a un intérprete perdido, pese a sus dotes, en una propuesta sin dirección fija. No es que cante en español, es que Europa no sabe qué le quieren contar.

Blas es hijo de la televisión, ha pisado muchos platós con su música y, también, versionando temas de otros en 'Tu cara me suena'. Hoy ha cantado bien, pero el gran escenario de 'Eurovisión', con toda su artillería, termina siendo una especie de bestia que o la dominas o te come. Y aquí, una vez más, no se ha concretado una idea clara, un todo, sino que se ha intentando introducir diferentes giros para llamar la atención pero sin una coherencia que diera protección en escena a Cantó.

Es la complejidad de 'Eurovisión'. Consiste en exhibir tres minutos rotundos que no tengas que explicar antes ni después. Y Blas ha necesitado constantemente explicar lo que quiere contar, el homenaje que supone su canción, a quién se la dedica y por qué... Todo eso no debería ser una explicación adicional del cantante en sus entrevistas de prensa apelando a la empatía o a sentimentalismos. Simplemente debería estar contado en la canción y en su propuesta escénica. Para un público que no necesite seguir los intríngulis del festival sino que se baste y se sobre sintiendo la emoción de la actuación en directo en la final.

A 'Voy a quedarme' y a la interpretación de Blas les ha faltado autenticidad, organicidad, algo mínimamente extraordinario o memorable, algo que traspase. Porque lo cierto es que la actuación ha resultado intercambiable, como también lo son la canción y su letra, que porque nos han dicho de lo que habla, que si no, por momentos, parece que en realidad hablan de un desamor cualquiera. Como tantas otras canciones ante las que ya permanecemos inmunes.

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