ANÁLISIS

El desafío del estancamiento de los personajes televisivos: ¿la tele no avanza?

Tus padres y tus abuelos conocen a Isabel Pantoja y se han encargado de explicarnos quién es desde que somos pequeños, si bien es más complicado que alguien joven consiga transmitirle a ellos quiénes son Ester Expósito o Ibai Llanos.

Ibai Llanos, celebridad de Internet que aprende de la televisión pero ¿la televisión generalista se fija en su potencial?
Ibai Llanos, celebridad de Internet que aprende de la televisión pero ¿la televisión generalista se fija en su potencial?
Borja Terán

Por momentos, parece que el elenco de personajes de los programas de televisión se han quedado atascado en décadas atrás. El reparto de protagonistas, colaboradores y concursantes vip no evoluciona demasiado. Hasta Marina Castaño ha regresado como participante estrella de 'El Desafío' de Antena 3. La mujer de Camilo José Cela, habitualísima de todo tipo de programas hace unos años, ha sido recuperada tanto tiempo después para realizar una delirante prueba con platos voladores. No es raro que haya sido en 'El desafío', que adolece de un casting poco rompedor.

Da la sensación de que siempre se eligen los mismos perfiles. La primera propuesta de la tormenta de ideas es la buena, la que se lleva a cabo, sin rascar más allá. Pero si alguien se te ocurre de forma fácil en la primera pensada, a veces, quizá lo mejor sea descartar esa opción. Por obvia, precisamente.

En la televisión actual hay cierta obsesión por creer que no funciona lo que el espectador desconoce. Se ha interiorizado cierta desconfianza hacia el propio público, infravalorándolo. Y ante el miedo a no interesar, se elige lo de siempre. Pero eso, al final, no siembra para el futuro, sino que estanca.

Desacostumbrar al público igual cuesta o es complicado, pero es importante para avanzar. Y, de esta forma, interesar a nuevos perfiles de audiencias. Porque, a menudo, da la sensación de que se tira de personajes de calado popular que, en gran parte, podrían haberse elegido en las mismas circunstancias en 1998. Pero ni la sociedad ni la audiencia están en 1998, ni siquiera en 2018 ya. Es como si todavía se diseñaran las programaciones pensando en el público más mayor, ese que dicen que sostiene los canales de televisión de siempre. Puede ser cierto, pero la realidad es que es un error pensar que la audiencia más veterana de hoy es la misma que hace veinte años. De hecho, lo más probable es que ese target ya esté muerto. Los años pasan para todos, pero sin embargo tal vez no evolucionan igual para el imaginario colectivo.

Y ahí radica una de las nuevas realidades de nuestro sistema audiovisual: hoy asistimos a tantos impactos audiovisuales diarios, en redes sociales, aplicaciones móviles, plataformas bajo demanda y medios de comunicación tradicionales, que la popularidad es más efímera. Es altamente volátil. La fama es más democrática que nunca, pero a la vez más olvidadiza que antes. Los nuevos famosos son conocidos sólo por sectores de público. A un youtuber famoso lo conocen sus seguidores. A un actor de 'Élite' lo conoces solo si has visto la serie.

Por eso se sigue propiciando que, como consecuencia, a la hora de vender un show con nombres rimbombantes, se tire de prácticamente de los mismos reclamos que hace dos décadas atrás. Con alguna incorporación. Pero el gran recuerdo colectivo se ha quedado estancado en canciones, artistas y hasta en sagas del corazón. Véase el culebrón de Isabel Pantoja, que aún sigue girando sobre una herencia de los años ochenta. Pantoja representa a esas celebridades que marcaron enormemente en su momento, alcanzando una influencia masiva que es complicada de reproducir en este momento, en el que el consumo de productos está tan fragmentado por temáticas y segmentos. Tus padres y tus abuelos conocen a Isabel Pantoja y se han encargado de explicarnos quién es desde que somos pequeños, si bien es más complicado que alguien joven consiga transmitirle a ellos quiénes son Ester Expósito o Ibai Llanos (en la imagen de arriba).

Pero la televisión sigue siendo, en 2021, el mayor medio de masas. De ahí que la pequeña gran pantalla tenga que hacer un ejercicio para no quedarse desacompasada de la realidad y no vivir en el recuerdo de cuando toda la familia se sentaba al unísono frente al televisor. Hay que saber mirar las nuevas influencias e incluso descubrir nuevos referentes. Aunque cueste más, ya que para eso los programas deben salir de sus áreas de confort. El interés televisivo se multiplicará si los programas descubren nuevos carismas y nuevos discursos que están sin exprimir en la sociedad. Y el reto es lograr que estos nuevos carismas interesen a targets diversos.

Porque si se quiere consolidar a nuevos públicos en la rutina de consumir tele a diario -aunque no sea a través del televisor como tal-, hay que indagar en el ahora. No vivir solo de recuerdos que intentan reproducir éxitos. Aprender del pasado sí, calcarlo no. De ahí que sea interesante ejercer un intercambio generacional de referentes. Mezclar los de antaño con los de mañana, sabiendo o intentando leer el hoy. Esa es la riqueza, pero continuamos viendo programas que se estrenan y que, desde el primer minuto, huelen a antiguos (y a fracaso). Programas que parece que se piensan para un público que ya no está, en un código que ya ni se maneja. Y así se repiten siempre los clichés de destacados 'artistas', aquellos que llenaban galas de los noventa, olvidándonos de que ya hasta la palabra 'gala' suena a cancelada.

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