OPINION

La oportunidad que pierde TVE y retrata una crisis colectiva de valores

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La generalidad de la sociedad de hoy piensa en corto plazo y ese cortoplacismo está engullendo a Televisión Española. No sólo por la inestabilidad que sufre la gestión de la veterana corporación pública, debido a las disputas de la política  -que se queda en la superficie de la pelea de siglas de partidos y no afronta lo que debe ser un proyecto colectivo para un país mejor-, también porque en esos dimes y diretes la programación diaria de la cadena pública se ha quedado atascada en el contenido irrelevante.

Contenido intrascendente porque busca competir en vez de crear. Contenido insignificante porque no arriesga y cuando intenta reinventarse se queda en prejuicios de televisión que trata con cierta condescendencia al espectador. La antítesis de lo que debe ser RTVE como factoría cultural y social.

En los últimos meses, los 'Telediarios' de TVE han pegado un salto periodístico de calidad, responsabilidad y modernidad. Pero, ¿qué pasa con el resto de la programación diaria de La 1? La primera cadena no crece en audiencia porque ha centralizado gran parte de su inversión competitiva en un infiel 'prime time'. Grandes programas nocturnos, pero que no crean sentimiento de cadena. Y nadie parece atreverse a apostar por una estrategia que dé aire a la mañana y a la tarde de TVE, que son las franjas que sostienen la influencia del canal.

La programación diaria de La 1 de TVE funciona por inercia desde hace años. Y eso es lo que convierte a la primera cadena en superflua. Sus contenidos no miran a medio plazo y se han quedado atrapados en el malinterpretado estigma de que La 1 es una cadena envejecida, cuando La 1 debe ser un referente transversal. Un canal apto para amplios perfiles de público en el que jamás hay que tratar a los abuelos con esa condescendencia supina latente que justifica la falta de riesgo de TVE con "es que es canal con una audiencia vieja". Lejos quedan aquellos tiempos en los que se pensaba en grande, ahora se prima la justificación que etiqueta a los públicos para tapar falta de ideas.

'La Mañana', 'España Directo' o 'Lo Siguiente' comparten el mismo problema que les impide destacar: son tres formatos que no cuentan con un concepto definido. Ni en temática, ni en escenografía, ni en tono de sus contenidos. Son un batiburrillo de elementos convencionales que se supone que otorgan éxito pero que no trazan vínculos con el espectador. No traspasan, porque no transmiten nada especial.

'La Mañana' de TVE debe realizar una revolución. Ha mejorado como un contenedor más informativo y de noticias prácticas, pero su única salida está en dejar de competir literalmente con los magacines con un tinte más sensacionalista de los operadores privados e intentar congregar a ese público que se siente huérfano de una revista matinal con temas que nos afectan desde una óptica creativa y con más participación del público. Una mesa de debate político, por ejemplo, puede ser más interesante con llamadas en directo de la audiencia. Aunque no es suficiente.

TVE ansía desde hace tiempo un gran formato de mañana con un elenco de rostros que cuenten con tiempo para trazar una complicidad reconocible con el público de la matiné y lo hagan desde un epicentro con un 'leitmotiv' contundente. Porque no todos los programas matinales deben ser un corrillo de opinadores con unas pantallas de led detrás,  también es importante definir un contexto escénico identificable por diferente y porque otorga una entidad diferenciada al espacio, incluso dando una versatilidad creativa en el ámbito visual a las diferentes acciones, secciones y apariciones que se desarrollan en el programa.

Esa búsqueda de la teatralidad en (todos) los programas es fundamental. Y en cambio se ha perdido para optar por una homogeneidad que retrata un tiempo en el que no hay demasiado margen para la creatividad que te diferencia del resto. Se trabaja a una velocidad sin paciencia para pararse a pesar y la frenética riada de la tendencia de cánones televisivos clónicos arrolla la imaginación. Como si no existiera posibilidad de salirse de la senda marcada.

Parecido sucede con 'Corazón' o 'España Directo', que hablan como creen que el público espera que hable pero que, en realidad, no hablan como lo hace el público.

'Corazón' se ha quedado en el cotilleo complaciente de épocas ya superadas. Inadmisible en una tele pública que, en este tipo de temas, tiene que aportar, al menos, la ironía que relativiza lo irrelevante. Por su parte, 'España Directo' se ha ido trasformando en una especie de espacio de ajuste de programación. Un formato que tenía una buena concepción pero que ha envejecido mal: ha ganado frialdad en forma y fondo, con unos reportajes que sucumben al cliché de un reporterismo repetitivo. 

TVE intenta imitar en un tiempo en el que todo se intenta imitar para reproducir éxitos y evitar fracasos. Pero, como cadena pública que no vive de la inversión publicitaria, la función de TVE no es imitar códigos ya consumados o no trascenderá: es inventar, innovar, crear y atreverse a mirar a su alrededor para tomar el pulso a la rica diversidad de su tiempo, entender mejor nuestra historia y ayudar a vislumbrar nuestro futuro y, todo, hacerlo de una manera creativa, motor de la televisión y la sociedad.

Pero estamos en un momento en el que la velocidad con la que se accede a la información y se analizan los resultados de audiencia frena la inventiva de la imaginación. Es más, paradójicamente, tenemos más miedo que antes a aquello que se sale de las tendencias asumidas. Lejos queda aquella tele que creía en el espectador y apostaba por 'venga, vamos a hacerlo', ahora la primera expresión que se dice a menudo ante una idea que se sale de lo evidente es "no se puede hacer, el público no lo entenderá".  Y TVE debe salirse más de lo evidente para prosperar en su aporte social -dentro de la televisión clásica y también en el ámbito del bajo demanda, donde debe ser primer referente-. Así, además, movilizará una estancada industria audiovisual. Continuará.

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