ANÁLISIS

Toñi Moreno: la diferencia entre ser una presentadora y ser una comunicadora

"Toñi, espontánea, desenmascara rápido a Avilés que, para simular 'primicias', exagera situaciones normales como si fueran un escándalo. El truco es poner a todo la intensidad de 'tono de Belén Esteban enfadada'".

Toñi Moreno de selfie para su Instagram en el plató de 'Viva la vida'
Toñi Moreno de selfie para su Instagram en el plató de 'Viva la vida'
Borja Terán

Un canal de televisión sufre un problema cuando sus presentadores empiezan a parecer el mismo. En determinados canales, existe una tendencia de profesionales solventes que se ponen delante de la cámara y que lo hacen tan pretendidamente bien según los cánones imperantes que, paradójicamente, se transforman en intercambiables. Es difícil quedarse con su nombre, pues defienden lo que se espera de ellos sin poder ser ellos. Presentan, pero no comunican. Tan difícil.

Toñi Moreno, en su regreso por vacaciones al magacín de los fines de semana en Telecinco 'Viva la vida', evidencia que es la antítesis de esta estirpe de rostros en busca de la perfección anodina. De hecho, en el trepidante directo, Moreno consigue dar la sensación de que no está presentando. Simplemente guía, acompaña, comparte. En cierto sentido, es honesta porque es muy transparente. 

El espectador conecta con Moreno, intuye que puede confiar en ella, que no va a hacer todo por la audiencia. Incluso siente si está incómoda cuando, en el show del dime y direte, se traspasan líneas que no van con su aprendizaje en tantos platós de televisión popular con los que ha tenido que lidiar.

Se nota cuando le toca sufrir con personajes que han crecido viendo la picaresca del 'colaborador' vendiendo humo a la caza del show facilón. El máximo exponente de este tipo de sainete es José Antonio Avilés, que desvela exclusivas donde no hay exclusivas. Pero da igual, él ha interiorizado que con la exageración basta. Porque lo ha visto. Porque le ha funcionado.

Pero Toñi, espontánea, desenmascara rápido a Avilés que, para simular 'primicias', exagera situaciones cotidianas como si fueran un escándalo. El truco es poner a todo la intensidad de 'tono de Belén Esteban enfadada'. Hasta imitando su característico movimiento de ojos. Y listo. Cotilleo servido. Aunque sólo se esté describiendo a alguien comprando el pan. Otros estirarían al máximo este drama de la especulación vacía por el "bien" del show. Toñi no lo necesita, ha logrado la madurez de ya no poder disimular que le sonrojan determinadas prácticas de nula profesionalidad. 

Y la audiencia no se resiente. Al contrario, esa audiencia es más fuerte, es más fiel. Al final, ese público no conecta con la emisora por la puntual pelea de turno o la morbosa noticia del día, sintonizan con la cadena porque ese espectador ha generado un vínculo leal de empatía con la persona que lleva las riendas. Porque Toñi Moreno no es un robot. Toñi Moreno es empatía, en el amplio y complejo sentido de la palabra.

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