ANÁLISIS

Diseñando un show (acogedor) para Drew Barrymore

The Drew Barrymore Show
The Drew Barrymore Show
Borja Terán

La televisión norteamericana es repetitiva, como también lo empieza a ser la española. Sus programas repiten patrones de manera conservadora, pero nunca descuidan unos protocolos audiovisuales que logran generar ese punto acogedor de la experiencia del visionado como demuestra el último show en aterrizar en emisión: 'The Drew Barrymore Show'.

La niña de ET, 40 años después de ET, ha estrenado un magacín diario que comprende que en la función de acompañar al espectador es vital crear un ambiente hogareño. A pesar de ser un show inventado en 2020, este programa no ha caído en la trampa de optar por una escenografía de sólo una pantalla gigante -que también tiene- y ha levantado una especie de ático de ensueño con el calor de la madera en suelos y en arqueadas ventanas. Tampoco falta la librería llena de lecturas, para dar más ese toque de lugar vivido. Aunque sólo sea un decorado.

De esta forma, 'The Drew Barrymore Show' intenta concretar su personalidad más por el lado tradicional que por las tendencias tecnológicas que hacen que todas las escenografías televisivas parezcan la misma.

Lo malo, no cuenta con público por la crisis sanitaria a la que asistimos. Pero el formato ha sustituido la grada por una gran pared de conexiones con expresivos espectadores conectados por web cam. Y se les ve bien, se les reconoce. No son sólo comparsa escondida en un altillo u oscurecida con la iluminación, están arropando con cierto protagonismo (y ruido ambiente) a la presentadora. Para que no desprenda la sensación de estar sola.

Y Drew entra al estudio por una puerta que se abre con ímpetu. No aparece sentada ya en su mesa para no perder tiempo e ir al grano de los efectistas contenidos del show, no. El show se toma sus segundos para crecer a través de la liturgia escénica de la emoción de irrumpir frente a la audiencia. E incluso gritar, compartiendo los nervios con el público. Tu público.

Son muy tradicionales, quizá por eso mismo los norteamericanos jamás desprecian los rituales escénicos en sus programas porque comprenden que es tan relevante lo que se cuenta como dónde y cómo se narra. De ahí que, en sus primeras entregas, 'The Drew Barrymore Show' evidencia que ha estudiado minuciosamente el público al que va dirigido y el lugar en la programación que quiere conquistar. Busca una audiencia más joven que Ellen DeGeneres y, a la vez, lucha para que la novedad no reste cercanía al espectáculo. No se deja obnubilar por aparatos e indaga en el atrezo clásico que da empaque propio.

De ahí que se rodee de una escenografía cálida con tonos anaranjados que remiten al candor diurnos y se coloque bien de madera que dan ganas de pisar descalzo. Madera del suelo a la librería, pasando por el ventanal, como si el programa se hiciera en lo alto del icónico Empire State. Allí Drew realiza un particular informativo con un mapa del mundo detrás que, por cierto, también es de marquetería. El mapamundi lo hemos visto mil veces y podría estar girando a través de realidad aumentada. Pero, entonces, paradójicamente sería más frío. Y la madera es la antítesis de la frialdad. Por eso los norteamericanos siguen utilizándola como truco clásico para que la tele se acogedora. Y te sientas directamente en casa con Drew Barrymore.

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