Libertad sin cargas

Atrapados en el tiempo de Sánchez e Iglesias... mientras dure la pandemia

Presupuestos Pedro Sánchez Pablo Iglesias
Atrapados en el tiempo de Sánchez e Iglesias... mientras dure la pandemia.
EFE

En 'Atrapado en el tiempo' (Groundhog Day, 1993), Bill Murray se ve obligado a repetir el mismo día 2 de febrero por toda la eternidad, a la sazón el celebérrimo Día de la Marmota. La película no se convirtió en un ‘clásico instantáneo’ por sus gags, ni siquiera por un guión a prueba de bomba. La clave de la cinta es que todos podríamos vernos reflejados en Phil Connors, ese meteorólogo frustrado y condenado a la monotonía laboral, a la falta de horizontes, a la ausencia de sentido vital, en suma. Llevado ese sentimiento a la vida real, no es atrevido decir que la Covid-19 nos ha hecho mucho más conscientes de ese inane transcurrir, acentuado por la incapacidad de recurrir al ocio, la familia, los viajes y, en general, a la evasión de placeres terrenales. Desde la rebeldía inicial y camino de los nueve meses de miedo y frustración, parece observarse una resignación general a la hora de afrontar el desafío -hasta cierto punto lógica-, e incluso una cierta condescendencia con actitudes políticas que en otras circunstancias no tendrían un pase y que, en cualquier caso, merecen el mayor de los reproches.

Por ejemplo, la ministra de Hacienda anunciaba este jueves la bajada del IVA de las mascarillas, del 21% al 4%. El argumento para no hacerlo hasta ahora, esgrimido hasta la saciedad por María Jesús Montero, era que el reglamento comunitario prohibía tal rebaja. Un planteamiento sorprendente en tanto buen número de socios de la UE tienen regulado el precio de este producto sanitario desde hace meses, incluso habiendo quedado exento de impuestos en países como Italia o Bélgica. El documento enarbolado por el Ejecutivo, una supuesta autorización de la Comisión, no deja de ser el mismo papel que el organismo europeo ya hizo público en mayo y que daba luz verde a la medida al asegurar que no se iniciarían procedimientos de infracción contra los países. Se puede pensar mal… o peor. Esto es, o el Gobierno no se entera de la misa la media -lo cual no es asumible- o, lo que es peor, pretendía embolsarse ‘de tapadillo’ una recaudación extra de 1.500 millones con cargo a los maltrechos bolsillos de los españoles. ¿Alguna disculpa? El viernes amaneció como si nada hubiera pasado, como si Bill Murray apagara el despertador a la seis e iniciara un nuevo día limpio de polvo y paja.

El Ejecutivo también aprovechaba la semana para exigir al viajero internacional procedentes de países de riesgo una PCR negativa en las 72 horas previas a su llegada. ¿Acaso un primer paso para la puesta en marcha de ‘pasaportes sanitarios’? Desde luego, se establece una ‘certificación’ que durante meses solicitaron en vano administraciones como la Comunidad de Madrid, cansada de insistir en la importancia del aeropuerto de Barajas como puerta de entrada al país. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, era tajante en junio al ser preguntado sobre los citados pasaportes: “No es necesario, es clave la responsabilidad de las personas y actuar contundentemente si hay rebrotes. Se ha discutido, se ha valorado pero los expertos de Salud Pública del Gobierno y las comunidades autónomas no lo vemos”. Se trata del mismo dirigente que, en diferentes comparecencias televisivas, afirmaba allá por marzo que “no es necesario el uso de mascarillas en la calle”, refiriéndose incluso a un “pánico irracional”. ¿Ha sucedido algo? Que se levanta todas las mañanas para gestionar un radiante nuevo día, sin interferencias del pasado y sin temer aparentes consecuencias futuras de sus actos.

El dinero europeo amenaza con repartirse entre los sospechosos habituales y, sobre todo, con generar más clientelismo. A este paso, de la mano invisible de Adam Smith no va a quedar en España ni el muñón.

Es el tiempo de Sanchez e Iglesias, una realidad encapsulada donde todos los acontecimientos se relativizan, imbricados en la angustia y la desazón generales. Hasta han pasado inadvertidas algunas de las recomendaciones del FMI, que esta semana daba la voz de alarma. Y no lo hacía sobre el corto plazo, en el que se han centrado la mayoría de titulares y reacciones del Gobierno. Como bien explicaba en este periódico Bruno Pérez, el Fondo no sólo alerta de un lustro de travesía del desierto para la economía española, sino que -más inquietante- empieza a apuntar a crecimientos muy débiles allá por 2025, una vez se recupere el nivel de PIB que España atesoraba antes de la pandemia. Con reflexiones demoledoras, puestas en boca de los políticos españoles con los que el organismo se ha entrevistado, empezando por la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, y buena parte de sus secretarías de Estado: “Las autoridades anticipan que los impagos de préstamos empezarán a crecer en la primera parte de 2021, el final del periodo de gracia (habitualmente de un año) para aquellos préstamos realizados bajo el esquema de avales público”. Y se avanza incluso que el ‘crash’ no será tan devastador para las grandes compañías como para las pymes, todo un golpe para el tejido empresarial español.

En este punto, se convierte en clave el empleo de los fondos comunitarios. “El Fondo Europeo de Recuperación y Resiliencia es una oportunidad excepcional para combinar estímulos de demanda y cerrar brechas en infraestructura verde e invertir en capital humano hacia una economía baja en emisiones (…) La eficiencia en la coordinación, implementación y vigilancia de los planes será crítica”, subraya sin ambages el FMI. Lástima que, en pleno Día de la Marmota, nadie repare en que Moncloa ya ha alineado todos los astros para controlar hasta el último euro de esa inyección extra. Para empezar, el 90% de los 27.000 millones que el Gobierno espera recibir en 2021 irá a parar al sector público. Para más señas, las entidades del sector público empresarial recibirán cuatro veces más fondos que las empresas del sector privado. No es pequeña porción del pastel. De hecho, para eso sirven los tan anhelados por el ‘sanchismo’ Presupuestos Generales del Estado. Pero es que, además, el Ejecutivo ya ha diseñado todo el armazón legal para canalizar las aportaciones que lleguen desde Bruselas. El paseíllo de los grandes empresarios por las dependencias de Iván Redondo ha empezado y las grandes corporaciones ya cuentan con acceder a proyectos de envergadura que alivien sus maltrechos balances y zaheridas cotizaciones.

“Va a ser frío, va a ser gris, y va a durar por el resto de tus días”, se lamenta mirando a cámara Murray/Connors en un momento de ‘Atrapado en el tiempo’. Sin embargo, la predicción falla. Cuando supera sus propias miserias, el maleficio se rompe y un día cualquiera se despierta un 3 de febrero para continuar con su vida, una vida nueva de esperanza. Como el protagonista de la producción de Harold Ramis, de la mano de una vacuna España un día acabará con la pesadilla del coronavirus. Sería deseable que el país que asome tras el letargo no esté a años luz de las economías de su entorno, que no lo haga con más de un 20% de paro y con miles de empresas destruidas, que no se haya convertido en el reino de las prestaciones con los reguladores secuestrados y los lazos entre el sector público y privado atados y bien atados gracias al BOE. El dinero europeo, que debería generar todo un ‘efecto tractor’ en pymes e industria intermedia, amenaza con repartirse entre los sospechosos habituales y, sobre todo, con generar más clientelismo. A este paso, de la mano invisible de Adam Smith no va a quedar en España ni el muñón.

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