Libertad sin cargas

La cortina de humo del SMI y el tsunami que arrasará el mercado laboral de Díaz

Yolanda Díaz
La cortina de humo del SMI y el tsunami que arrasará el mercado laboral de Díaz.
Agencia EFE

“Ha sido como el nacimiento de mi hija, ha costado mucho”, se sinceraba esta semana la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, tras cerrar la subida de 15 euros en el Salario Mínimo Interprofesional (SMI). Eso sí, pese a tan hercúleo esfuerzo, la medida ni siquiera ha contado con el apoyo de la patronal, que ve oscuras intenciones. “La decisión estaba ya tomada y el Gobierno lo único que ha hecho es darle vueltas a su propio solitario”, exponía Antonio Garamendi, dejando claro que el incremento tiene una motivación esencialmente política y no deviene de “un planteamiento serio”. Sea como fuere, lo que es evidente es que Ejecutivo, previo cortejo de empresarios y sindicatos, lleva a vueltas con el alza del SMI casi desde el primer minuto de legislatura. A lo que se ve, cuestión de marketing. Poco importa que el Banco de España haya dejado claro que su aumento tiene un impacto negativo en la generación de empleo, sobre todo en un momento de extrema debilidad en las compañías tras la Covid. O que, mientras los debates del pasado acumulan horas y horas en el día a día de los cargos públicos, en las empresas, en el mundo real, pasen otras cosas.

Corría el mes de junio y Telefónica, con sus más de 20.000 trabajadores en nómina, se convertía en la primera gran empresa que se comprometía a poner en marcha la jornada laboral de cuatro días. El planteamiento, lógicamente, contemplaba un recorte salarial por el día no trabajado que, con las bonificaciones planteadas por la casa, se quedaba en un 16% del sueldo. Una buena opción sobre el papel para satisfacer los anhelos de conciliación que desde hace años se demandan desde el entorno sindical en esta y en otras grandes corporaciones. Pues bien, como publicaba en este periódico Jesús Martínez, lo cierto es que a falta de 15 días para que se cierre el periodo de adscripción, la cifra de voluntarios para el proyecto piloto es manifiestamente baja, lejos del tope del 10% respecto al total de la plantilla fijado por los gestores. ¿La razón? Los trabajadores no quieren/pueden asumir el recorte de su retribución y prefieren apostar por modelos de teletrabajo que no drenen sus ingresos. En paralelo, las organizaciones sindicales pactaban tener dos días a la semana presenciales y tres desde casa desde el 27 de septiembre.

Por tanto, sería buena cosa que, cerrado y ‘vendido’ el trágala del SMI, Díaz y sus colegas sindicales posaran la vista en dialécticas ‘nuevas’ como la que viven directivos como José María Álvarez Pallete y que también se han escenificado en otras firmas como Desigual. No parece, por ejemplo, muy descabellado pensar que la Telefónica de turno acceda a una medida tan disruptiva como la jornada de cuatro días porque necesita reducir el coste de su masa salarial y haya ya identificado que puede prescindir un día de un amplio porcentaje de su plantel. Ya sea porque la evolución tecnológica o la automatización de los procesos les han dejado atrás, o porque la diversificación de la compañía en un entorno cambiante ha vaciado de contenido sus puestos, se tratará en muchos casos de perfiles que no ofrecen valor añadido y que están condenados al ostracismo. No es algo exclusivo de la ‘teleco’, en este caso un mero ejemplo. Los bancos, sin ir más lejos, enfangados en costosos expedientes de regulación de empleo, se encuentran en una situación similar. Son trabajadores que, como expone el historiador Yuval Noah Hariri en su reciente y magnífica ’21 lecciones para el siglo XXI’, se han convertido en irrelevantes desde el punto de vista económico.

El teletrabajo puede haber alertado al empresario sobre la posibilidad de crear estructuras de trabajo ‘low-cost’, con un porcentaje mayor de empleados ‘freelance’, a la sazón más baratos en cuanto al pago de los costes sociales

“Desde 2015 he viajado por todo el mundo y he hablado con funcionarios gubernamentales, empresarios activistas sociales y escolares acerca el atolladero humano -relata el profesor israelí-. Siempre que se impacientan o se aburren con la cháchara sobre inteligencia artificial, algoritmos de macrodatos y bioingeniería, por lo general solo tengo que mencionar tres palabras mágicas para que presten atención inmediatamente: puestos de trabajo. Quizá la revolución tecnológica eche pronto del mercado de trabajo a miles de millones de humanos y cree una nueva y enorme clase inútil”. ¿Puede reforzarse el sindicalismo o hasta reaparecer nuevas formas de comunismo a lomos de las expresiones más depuradas del capitalismo? La esencia de los pensadores que en el siglo XX promovieron ese movimiento se basaron en una idea: convertir en influencia política el poder económico del proletariado. “¿Cuán relevantes serán estas enseñanzas si las masas pierden su valor económico y, por tanto, necesitan luchar contra la irrelevancia en lugar de hacerlo contra la explotación?¿Cómo se inicia una revolución de la clase obrera sin una clase obrera”, remacha Hariri.

Lo trascendente es que los procesos ‘teóricos’ que durante años ha vislumbrado el pensador hebreo empiezan ya a aterrizarse en la realidad económica. De hecho, la Covid y el auge del teletrabajo pueden haber acelerado su irrupción. Las empresas, siempre atentas, han descubierto que sus empleados pueden sacar adelante el trabajo sin necesidad de acceder a una sede física, con el consiguiente ahorro para el empleador. ¿Es necesario gastar ingentes cantidades de recursos en oficinas?, se preguntan. Incluso, llevada la reflexión a su extremo, también puede haber alertado al empresario sobre la posibilidad de crear estructuras de trabajo ‘low-cost’, con un porcentaje mayor de empleados ‘freelance’, a la sazón más baratos en cuanto al pago de los costes sociales. Un modelo de esa índole, de prosperar culturalmente, abonaría la carrera por la despersonalización del trabajo. Estamos en camino de romper los lazos emocionales que durante años han jalonado la relación laboral y que han determinado a menudo el compromiso del trabajador con un proyecto y el respeto del empresario a ese esfuerzo. Basta una comida desenfadada con ejecutivos del sector tecnológico para escuchar un aluvión de quejas por la dificultad para retener el talento y vencer el desapego de toda una joven generación de ingenieros. “Son mercenarios”, se llega a escuchar. Faltan vínculos.

Hariri supone que, en el mundo de los algoritmos, los humanos no serán necesarios ni como productores ni como consumidores. Por tanto, no se trataría ya de salvar puestos de trabajo, sino seres humanos, sobre todo desde el punto de vista psicológico. Lo que Telefónica ha experimentado como proyecto piloto será una necesidad a medio plazo para determinados empleos, innecesarios y cubiertos por máquinas. El trabajo de nuestros políticos, más allá de apuntarse el tanto a corto plazo de subir en 15 euros el SMI, debe encaminarse a trabajar en fórmulas que permitan garantizar un nuevo ‘modus vivendi’ para la era del desempleo masivo. En lo más inminente, la pandemia nos ha enseñado cómo hacer más con menos y qué perfiles, camuflados en la presencialidad, no se echan en falta cuando el contacto humano se difumina. También nos ha revelado qué perfiles son igual o más productivos en esa realidad a distancia. Esa mera toma de conciencia llevará a decisiones responsables. Mientras Gobierno, patronal y sindicatos se reúnen por enésima vez para decidir el sexo de los ángeles.

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