Libertad sin cargas

Sánchez, Ayuso... ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Sánchez amaga con cerrar Madrid pero da otro día más a Ayuso a pesar de los datos
Sánchez, Ayuso... ¿Qué he hecho para merecer esto?
EFE

Cómo pasa el tiempo. Hace ya un cuarto de siglo que Carmen Maura deambulaba al borde del colapso emocional por un humilde barrio del extrarradio madrileño en la celebrada película de Pedro Almodóvar que da sentido a este artículo. Hoy, más que un barrio, esas calles serían una zona sanitaria y estarían confinadas, o no… o incluso coquetearían con un estado de alarma. Quién sabe. Todo es susceptible de cambiar en cuestión de horas. El esperpento que han protagonizado en esas últimas semanas el Gobierno de Sanchez y el Ejecutivo regional de Díaz Ayuso culminaba este jueves en una noche de infarto, en la que el primero convocaba un Consejo de Ministros extraordinario con la intención de decretar el estado de alarma en Madrid si, previamente, la segunda no daba marcha atrás y se avenía a los criterios de Sanidad horas después de que la justicia tumbara los planteamientos impuestos por el departamento de Salvador Illa. Todo en medio de una crisis sanitaria cuyo final aún no se atisba.

Sí es fácil de constatar, empero, el ‘cortoplacismo’ y la ausencia de altura de miras que mueven las bielas de la clase política que nos gobierna. Es reprobable -e incomprensible con la que está cayendo- que Moncloa se congratulara de haber diseñado un ’traje a la medida’ de Madrid cuando en el Consejo Interterritorial de Salud de hace apenas una semana amarró el confinamiento perimetral de una decena de municipios madrileños. Tampoco se entiende demasiado bien que el gobierno regional se haya atrincherado en una política a ras de suelo, aparentemente ajena a unas cifras descontroladas que triplican los guarismos que han puesto en guardia a ciudades como Paris. Resulta penoso contemplar cómo, incapaces de ver el necesario consenso que desde uno y otro lado se les demanda, los políticos de ambos espectros parecen más preocupados de salir victoriosos de la batalla de Madrid, episodio clave una guerra ideológica que se libra sobre fallecimientos a diario.

Las lecciones de lo que está pasando en estos meses deben perdurar aún cuando la vacuna se empeñe en borrar el pasado. La primera es que el Estado autonómico precisa de cambios sustanciales en sus mecanismos de gobernanza. Aunque hay pocas dudas sobre la necesidad de acercar la administración al ciudadano en aras a la eficiencia de los procesos, es imprescindible que ese esfuerzo no colisione con la ‘ejecución’ y la puesta en marcha de las medidas en tiempo y forma. En roman paladino, cuando falla la más elemental lealtad, las comunidades no deberían poder actuar como ‘reinos de Taifas’. En este punto, se entiende mal que el único mecanismo jurídico con que ayer contaba el Gobierno central fuera una medida tan dramática como el estado de alarma. Faltan mecanismos alternativos. Otra cuestión es que el Ejecutivo, en vez de actuar de acuerdo a sus convicciones, se haya entregado desde hace semanas a un ‘tacticismo’ melifluo, permeado por la convicción -solo admitida ‘sotto voce’- de que el estado de alarma tendría para el ‘sanchismo’ un coste electoral en la capital inasumible.

En uno y otro bando, es fácil de constatar el ‘cortoplacismo’ y la ausencia de altura de miras que mueven las bielas de la clase política que nos gobierna  

También debe reflexionar España sobre si esas grietas autonómicas explican en parte una evolución de la pandemia totalmente fuera de control. No en vano, cualquier país que tenga el dudoso honor de encabezar el ranking de muertos en función de su población debería al menos auditar sus políticas. Durante los meses de pandemia, pronto se demostró el caos que suponía la compra centralizada de equipos sanitarios de protección, una tarea de la que el Ministerio -con todas las competencias transferidas- no se ocupaba desde hacia años. Y hay más. A día de hoy, sigue siendo un auténtico disparate la estadística que ofrece Sanidad, por mucha pompa que le ponga al relato Fernando Simón. Sin capacidad de alguna de hilar algo parecido a una serie histórica, las comunidades hacen de su capa un sayo y comunican contagios y fallecidos cuando les viene en gana, inflando los guarismos pasados sin que afecte a los resultados diarios. El boletín que ofrece el Gobierno se ha convertido en un acto de fe, lo que convierte en papel mojado cualquier disposición que se pacte en función de baremos objetivos.

Revuelve por dentro pensar que el mayor miedo que acechaba ayer a algunos de los implicados fuera las imágenes de colas ingentes de coches abandonar Madrid rumbo a los pueblos y las segundas residencias. Más de 700 kilómetros separan Madrid y Argelia. No le importó recorrerlos a Sánchez acompañado por el Ibex, de cuya compañía parece disfrutar sin rubor en los últimos tiempos. Ya advirtió a sus nuevos amigos, en el vuelo de vuelta, que la situación en Madrid estaba complicada y habría que tomar medidas. Por el contrario, apenas 4,6 kilómetros separan el Palacio de la Moncloa de la Puerta del Sol, véase 15 minutos en coche sin ir muy rápido. Una distancia que el presidente del Gobierno cubrió físicamente una vez, con 24 banderas esperándole, pero que políticamente prefiere mantener. La Comunidad de Madrid, por su parte, sentada sobre una montaña de contagios, parece mirar el despliegue del Ejecutivo como si fuera un actor sobreactuado. Uno y otro, tanto monta. ¿Qué hemos hecho para merecer tamaño ejercicio de egoísmo quienes atónitos contemplamos un duelo que no puede tener ganador? Y es que la mejor lección de esta crisis la están dando los ciudadanos, que toman resignados el metro con sus mascarillas en ristre cuando hace apenas meses alguien les dijo que de nada servían. Un milagro que, como Carmen Maura, no estemos ya al borde de un ataque de nervios.

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