OPINION

Réquiem por la política española

Pedro Sánchez en la residencia del representante permanente de España ante la ON
Pedro Sánchez en la residencia del representante permanente de España ante la ON
MONCLOA

Puede que este sea un artículo plagado de pesimismo, pero quizá el lector se sienta acompañado en el sentimiento agridulce que nos esta ofreciendo la realidad. La política no entiende de años, ni siquiera de meses y vamos por un camino en el que los días también se quedan cortos. Gran parte de la actividad legislativa obedece a impulsos que asemejan ser únicamente una respuesta surreal a estímulos mediáticos. No huele a estrategia e incluso, algunas veces, todo parece ser fruto de la improvisación.

Cuando uno afronta un recorrido nocturno por carretera las dudas se agolpan, máxime si la carretera nos es desconocida. Nuestra mente está concentrada en los escasos metros que separan a nuestro capó de la siguiente curva. La visión periférica, tan importante en la conducción, desaparece y nuestra vista únicamente toma en consideración los obstáculos que aparecen tímidamente iluminados por nuestras luces cortas.

Algo parecido nos está pasando en política. Las luces cortas se han adueñado de la actualidad. Los obstáculos surgen en forma de pequeñas muestras de desinformación, chantajes, luchas por el titular más escandaloso, el corte más ingenioso, el chascarrillo o los nuevos “zascas”, más propios de la adolescencia que de un discurso político adulto.

Esta desazón se extiende calamitosamente por toda la sociedad. Las instituciones del Estado se ven alejadas de su cometido último, que no es otro que servir al ciudadano, para centrarse en la contienda política barriobajera. Las famosas alcantarillas del Estado emergen para convertirse en el medio natural del país y todo esto en un ambiente caracterizado por el síndrome Woodward, por el que es más importante hacer caer un Gobierno que la causa o información que lo justifique.

Observemos los temas que protagonizan la agenda política: “maricón”, “corrupción”, “prostíbulo”, “robo”, “plagio”, “dimisión”. Son las palabras clave de titulares y discursos parlamentarios que dejan al margen a otros términos más necesarios en la sede de la soberanía popular: “economía”, “Estado”, “solidaridad”, “integración”, “unión”, “compromiso” … se han visto arrinconadas por la nueva realidad política que es, cuando menos, desoladora.

Las últimas palabras comparten una característica común. Son luces largas que nos acompañan en el tránsito nocturno. Permiten alzar la cabeza y enfrentarse a un horizonte cargado de incertidumbre. Las luces largas no solamente nos permiten ampliar muestro marco de visión; también nos ayudan a elaborar la estrategia, el modo de afrontar los problemas y tratar de encontrar una solución para terminar con ellos. Es la diferencia entre el éxito y el fracaso.

Desgraciadamente, el contexto no permite elaborar estrategias positivas. Casi siempre en política elaboramos estrategias de defensa, dejando la iniciativa al adversario o, lo que es peor, al azar.

Pongamos un ejemplo práctico. En una jugada maestra un candidato es capaz de alcanzar el Gobierno. Presenta un ejecutivo ilusionante, cargado de figuras de prestigio reconocido, limpio de cualquier tipo de contaminación de la caspa que nos rodea.

Nuestra misión es clara. La estrategia impecable. Acabar con cuatro leyes distorsionadoras de la realidad, aprobar otras cuatro capaces de garantizar la “estabilidad democrática” del país, presentar unos presupuestos ambiciosos para reforzar el crecimiento económico y que compensen a aquellos sectores sociales que peor lo pasaron con la malograda crisis. Acto seguido convocar elecciones para salir reforzado. Fin de la cita. Blanco y en botella.

Lo que antes era un escenario de triunfo diáfano se convierte ahora en un calvario sin fin. Los acontecimientos se suceden y la vorágine de la espiral sin sentido nos embarga. Si hay algo especialmente importante en política, y en comunicación en general, es establecer el marco del debate. Elegir los temas y hablar únicamente de aquellos que nos interesan. Lo contrario es arrastrarse. Pasar por el aro de la tiranía mediática y a veces incluso de la educación.

Las luces largas rebotan en la niebla y así es imposible hacer política. Por el contrario, nos deslumbran. Solo queda espacio para la derrota, pero en este caso el fracaso no será únicamente de un partido. Puede ser un desastre colectivo, como país, desde el momento en que, una y otra vez, las expectativas no cumplen la famosa desafección para convertirse en rechazo a todo aquello que suene a política.

CIS tras CIS vemos como lo que antes se había convertido en solución resulta que ahora es el problema, y por el camino solo encontramos cadáveres de gente que estaba ilusionada por dedicarse a su vocación y que, sin embargo, ahora solo encuentra frustración.

En realidad, estamos asistiendo a un momento en el que hablar de luces cortas parece excesivo. El debate político español tiene puestas las luces de posición. Simplemente está allí, quieto, inmóvil, expectante ante lo que pueda pasar en el exterior. Señaliza únicamente su existencia como un barco fantasma que ni está y lo que es peor, ni se le espera.

Cantaban Golpes Bajos en los 80 aquello de “malos tiempos para la lírica”…. Pues eso.

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