OPINION

Y el color del Gobierno, ¿pa' cuándo?

Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera
Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera
Atresmedia

Esto del análisis político a menudo se queda en algo descriptivo, sin más aditivos que la narración de unos resultados que cantan por sí solos. Por esto, es fundamental despejar la incertidumbre y, en la medida de lo posible, tratar de explicar algo que no encuentra lógica más allá de los números.

Realmente la pregunta que da título a este artículo era la cuestión que esperábamos contestar el 28-A. Normalmente, a la hora de plantearse una contienda electoral, todo gira alrededor de la pregunta que se desea resolver. Cambio o continuidad, público frente a privado o Pedro contra Pablo.

Identificar la pregunta que lanza la sociedad y tratar de responderla debe dirigir la estrategia durante el tiempo de la campaña. Es esencial, por lo tanto, “palpar el ambiente” y adecuar los tiempos con el lanzamiento de las propuestas electorales.

El 28-A pocos esperaban sorpresas. El PSOE aparecía como ganador de las elecciones en todas las encuestas publicadas. Quitando las encuestas 'fake' de las últimas horas, en las que aparecían unos resultados realmente disonantes con la realidad, nadie desconocía quién, cuándo y cómo iba a resultar ganador del plebiscito.

Sin embargo, en este caso la pregunta no era saber quién ganaría sino quién gobernará en España durante los próximos cuatro años. A día de hoy seguimos sin tener una contestación, así que es momento del análisis de escenarios con vista en un objetivo deseado: la estabilidad.

PSOE y Ciudadanos: "El Rojo Caravaggio"

El primer escenario parece el deseado por el mundo de las finanzas y por los departamentos de riesgos de gran parte de las principales empresas del país. La justificación para este escenario se basa en la presunta “estabilidad” pretendida por los mercados.

Sin embargo, y pese a que pueda parecer paradójico, este panorama sería precisamente el más inestable. Poca estabilidad podría transmitir un Gobierno formado por aquellos que hace apenas unas horas se tiraban los trastos a la cabeza y que se repudiaban. En política siempre hay que dejar un hueco por donde el adversario pueda escapar y, en este caso y entre ellos solos, se lo han cerrado.

A la falta de credibilidad se une la falta de costumbre, y es que nuestro país no tiene precedentes de gobiernos bicolores. Probablemente en otros sitios funcione, pero aquí, como mucho, llegamos a la presencia de “independientes”, esa entelequia de aquel que no conocía filiación política hasta que acepta ponerse a las órdenes de un partido, “independientemente” de su valía.

De la mezcla del rojo y naranja sale un color un tanto extraño, el rojo Caravaggio, un color destinado principalmente a decorar las paredes de los museos, que es el lugar donde se quedaría un Gobierno tan poco real.

PSOE y Podemos: "El rojo se come al morado"

El segundo escenario es el que más temores ha despertado siempre en los llamados poderes fácticos. Un gobierno PSOE-Podemos del que nadie pueda huir (enciendan el modo ironía).

Si hay un partido en este país que sepa de qué va esto de la política ese es Podemos. Desde el principio saben, y así lo reconocen, que la misión de un partido no es otra que la de alcanzar el poder y, una vez en él, mantenerse a toda costa. Y es que es así de sencillo.

Podemos sabe perfectamente que alcanzar el poder siempre favorece. También es cierto que desgasta, pero lo hace a la larga y en política solo vale el corto plazo. Además, hace creíble un proyecto y eso es precisamente lo que prometieron en su momento. Alcanzar el poder para cambiar las cosas.

El problema para los famosos mercados o incluso el PSOE es que su cambio de cosas pasa por "un nuevo país". Un país con una empresa pública de energía, con energías renovables al 100% dentro de 20 años, cierre de centrales de carbón (garantizando el uso del carbón nacional, por supuesto), extinción de las nucleares, nacionalización de las centrales hidroeléctricas, renacionalización del agua, participación pública en la economía y todo aquel sin fin de impulsares, apoyares, elaborares e implementares que comparten con los programas del resto del arco parlamentario.

Acometer tales reformas, por no hablar de la constitucional o el berenjenal de la territorial, conllevaría varias legislaturas y probablemente nuevos escenarios electorales en el horizonte para tratar de alcanzar mayorías parlamentarias más amplias que permitan reformar nuestra Constitución con un consenso suficiente para plantearlas.

Puede resultar también paradójico, pero este sería un escenario que probablemente pusiera fin en el medio plazo a Podemos como tal. Diluirse en un gobierno socialista implicaría gestionar posteriormente el resultado en las urnas de un gobierno en el que el PSOE sería el protagonista.

En este ambiente, los españoles ya han demostrado que ante la duda siempre optan por lo auténtico. ¿Para qué entonces optar por el morado, secundario del rojo, si puedes elegir directamente al color primario?

Además, nadie puede descartar que al rojo y al morado se pudiera unir el amarillo independentista. Rojo, amarillo y morado son colores que, además de recordarnos el pasado, podrían provocar auténtico pánico en los mercados… y no solo en ellos.

PSOE: "Rojo solitario"

El tercer escenario es quizá el más estable de todos. Se trata de un gobierno en solitario del Partido Socialista. Incluso existen indicadores que afirmarían que esta teoría es la mejor opción.

La historia democrática así parece atestiguarlo. En 1977, UCD obtuvo 165 diputados. Una amplia mayoría pero que sin embargo le impedía llegar a la tan ansiada cifra de los 176 escaños. En el 78, tras las constituyentes, aumentó dos diputados más. En el 89 el PSOE, tras sus dos mayorías absolutas, y ya desgastados por amplias reformas estructurales, el terrorismo y la incipiente corrupción que sería posteriormente castigada en las urnas, obtuvo 175 diputados.

El 96 fue el año por excelencia en reformas populares. Centrados en salir lo antes posible de la crisis económica y con la corrupción asolando al PSOE, las urnas nos dejaron de nuevo un gobierno en minoría, 156 diputados.

En 2004 el PSOE alcanzó el Gobierno con 164 escaños. Nadie duda de que estos fueron los años dorados del zapaterismo. Se alcanzaron los mejores indicadores de nuestra historia económica. En 2008, sin tampoco mayoría absoluta, el PSOE, con una crisis económica galopante, en la que nos dejamos millones de empleos y parte de nuestro PIB, se garantizaron los 4 años de legislatura.

Mismo escenario, pero con otro color ocurrió en 2011. El gobierno popular, sin mayoría, acometió reformas de calado que corrigieron la mayor crisis económica que vivió este país desde 1936.

¿Qué tienen en común todos estos gobiernos? Fundamentalmente dos cosas. La primera que todos fueron estables en el tiempo de su legislatura y la segunda que todos tuvieron que lidiar con importantes desafíos económicos y sociales que permitieron, con gobiernos en minoría, sacar adelante reformas estructurales como las que necesita nuestro país, tanto en el campo económico, como en el de profundización democrática.

Quizá esto no dice mucho de nuestro sistema político, pero lo cierto es que el escenario que parece más estable, y aunque pueda parecer una paradoja, es el tercero. Un gobierno en minoría capaz de alcanzar acuerdos puntuales con otros partidos.

La única condición indispensable para llevarlo a cabo es encontrar la manera de emular a Diego Pablo Simeone, ir ley a ley, sin que el sistema salte por los aires a la primera de cambio.

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