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¿Quién marca el paso entre Barcelona y Marsella?

Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Antonio Costa
Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y Antonio Costa
Agencia EFE

Aunque parezca mentira, ha sido el presidente portugués, Rebelo de Sousa, quien más claro ha hablado hasta ahora del nuevo gasoducto entre Barcelona y Marsella que ha salido de repente en el escenario geoestratégico de la reconversión energética que Europa tiene en marcha. “Era eso o nada” ha venido a decir el líder luso, ante una opción que tanto Ribera como Sánchez no han dudado en vender con un gran éxito para España, como alternativa a un Midcat que -ahora queda claro- ya es historia para todos y nunca ha gustado a nadie. La baza española a medio y largo plazo sigue siendo convertirse en un intermediario energético en la UE, sobre todo para Alemania y la Europa central, algo para lo que le hace falta dejar de ser una isla energética -la misma que nos ha permitido establecer un tope al gas que ahora alaban en Bruselas- y buscar un hueco por el que llevar el gas de las siete regasificadoras hacia el norte, siempre con permiso de Macron, que es quien tiene la llave de los Pirineos, por un lado, y de la conexión con Alemania, por otro.

Ahora que ya no vamos a perdernos más en disquisiciones con el Midcat, que ha sido sobre todo una buena excusa para Alemania a la hora de reivindicar su necesidad de conexiones de todo tipo para paliar el error histórico de elegir el gas ruso sin morir de frío en el intento, la clave está en evaluar de forma realista lo que significa la nueva conexión Barcelona-Marsella. La gran diferencia estriba en que es la primera gran infraestructura europea pensada para el hidrógeno verde, el gas limpio que está llamado a ser la alternativa más realista en la transición energética. Por más que esto pueda parecer una perogrullada, no lo es tanto si tenemos en cuenta que el BarMar se concibe como el inicio de algo mucho más grande, el punto de partida para conformar una red tupida de conexiones por tubo que funcionen en toda Europa y que se activen al paso de las nuevas tecnologías energéticas, con el hidrógeno verde como base.

Por más medallas que el Gobierno español quiera ponerse en el diseño de la nueva política energética europea, el fiasco del Midcat nos ha recordado a todos que lo que manda en Europa sigue siendo el eje francoalemán bien apoyado en el norte de Italia. La unión de Berlín con Lyon, Munich, Turín y Milán sigue siendo el esqueleto que, en momentos de crisis estratégica exterior como este, marca el paso. La historia lo demuestra y, tanto de forma conjunta como cada potencia europea por su cuenta, van a establecer un ritmo que no solo llevará el detalle del BarMar -en el que nunca pensó España, aunque sí Portugal-, sino que pueden recuperar los planteamientos del viejo ‘paquete Delors’, más válido que nunca, para interconectar Europa de una vez por todas.

Cuando se ponga negro sobre blanco en las condiciones del nuevo proyecto, a primeros de diciembre, se verán las opciones que tiene de convertirse en realidad y, también, el equilibrio de fuerzas entre España, Portugal, Francia y la UE, a sabiendas de que, sin esta propuesta (que todas las fuentes consultadas entienden que fue liderada por Costa y Macron más que por Sánchez), la cumbre habría sido un tremendo fracaso. Si algo hay prioritario en estos momentos es conformar una verdadera unión energética y económica con Portugal, para dejar de ser ‘sherpas’ en las grandes reuniones estratégicas de Europa y, al menos, no perder oportunidades. El Magreb sigue siendo el origen del que sacar el hidrógeno y todos los países europeos ya están tomando posiciones en esa partida, mientras España rompe las relaciones con Argelia y pone en peligro todo el suministro.

Se están poniendo las bases de una nueva Europa de la energía, en la que todos los mapas sitúan a España unida a Portugal para algo más que para poner un tope al gas por falta de conexión. Precisamente ése es el reto, la interconexión y el hidrógeno verde, dos cuestiones unidas que siempre han estado en el orden del día de las cumbres entre Madrid y Lisboa, pero que no parece que sean en las que más creen Ribera y Sánchez. La apuesta de Portugal es clara y europeísta, pero necesita ir de la mano con España para convertir a la Península en un actor de primera en este guion. Los corredores internos de hidrógeno verde están en marcha en País Vasco, Cataluña y Aragón, con enlaces en la costa (Cartagena) y en el centro (Puertollano), pero hace falta una coordinación mucho más efectiva entre la política energética y la estrategia exterior de España, unida a Portugal, para que el eje francoalemán, que tiene una red tupida de interconexiones desde siempre, no nos coma de nuevo la tostada. 

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