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Recuperar la economía es cuestión de mucha confianza... y poca ideología

Pablo Iglesias
Recuperar la economía es cuestión de mucha confianza... y poca ideología.
EFE

Todo apunta a que la travesía económica del desierto empieza justo con la nueva normalidad, cuando empecemos a ver que sectores y negocios no van a poder recuperar lo perdido, ni en ingresos ni en puestos de trabajo, algo que provocará una caída muy seria de la demanda interna de aquí a diciembre, es decir, el consumo y la inversión van a estar bajo mínimos. Por otro lado, hasta que no se ordene en cierta manera la pandemia global, no sabremos qué mercados exteriores están en disposición de ser receptores garantizados de los productos y servicios que exporta la economía española, una válvula de escape para las empresas que sí sirvió para empezar a salir de la anterior crisis financiera, pero que está a la espera de ver cómo puede hacerlo en esta.

En esta situación maldita las cosas no pintan bien para una economía tan abierta como la española, que en las últimas décadas todo lo había fiado a los beneficios de la globalización y la digitalización que viene de fuera, sin hacer caso al llamado patriotismo industrial y con el turismo como soporte base para la generación de ingresos. El caso es que tras el azote económico del virus, y con el miedo todavía en el cuerpo porque no deja de haber rebrotes, nos encontramos ahora con que no tenemos ni una cosa ni la otra: no hay apuesta por la economía global porque se ha invertido poco o nada en innovación en la última década; no hay control de los procesos de transformación (digitales) de la industria; no hay marcas propias fuertes más allá de Zara, el fútbol y los alimentos de España; y no es seguro (ni queremos imaginarnos por puro miedo al virus) que vayan a llegar a España los más de 80 millones de turistas extranjeros que nos dan de comer cada año.

Hasta cinco ministerios económicos, como señalaba este sábado Bruno Pérez en La Información, están haciendo un balance de daños para ver lo profunda que es la herida abierta en la economía y por donde se puede empezar a suturar, toda vez que, al menos, en esta ocasión no son los bancos los que están en crisis y los soportes europeos de financiación aportan un asidero al que agarrarse, aunque eso suponga más endeudamiento para las empresas y para el país en su conjunto, es decir, para las generaciones venideras. Ese dinero de la UE (créditos a fondo perdido y avales) necesita dos cosas básicas para ser una realidad: proyectos concretos en los materializarse y la suficiente generación de confianza y seriedad política como para que el resto de socios comunitarios no piense que lo vamos a echar todo en saco roto.

Desde el punto de vista de los proyectos y programas a presentar para tener acceso a ese paquete milonario de la UE, cabe pensar que pueden ser una buena oportunidad para recuperar la inversión perdida en I+D+i y potenciar huecos en los que España sea fuerte (auxiliar del automóvil, tecnología médica, alimentación) o en los que fue un atisbo de potencia y se le ha escapado de las manos en la última década, como es el caso de las energías renovables (eólica, pero también solar térmica y fotovoltaica), la industria auxiliar aeronáutica, coche eléctrico y hasta la biotecnología. El giro al 'verde' se impone para tener acceso a los apoyos europeos, y es evidente que hace falta una priorización de urgencia por sectores para detectar donde tenemos los mejores soportes para salir de la trampa en la que ha caído la economía. No puede ocurrir que el dinero de la UE no llegue por falta de propuestas sobre la mesa.

Del lado de la confianza como país y el clima de negocios que proyectamos al exterior, la situación no es de lo más halagüeño con un Gobierno de coalición en el que una parte de izquierda ideologizada y radical propone cuestiones estrambóticas y fuera de lugar en el momento en el que estamos, con la proyección añadida como imagen país de que su poder es fuerte en el Ejecutivo y pueden sacar adelante lo que se propongan. No estamos hablando de cuestiones básicas y generalizadas en gobiernos de derechas y de izquierdas como el Ingreso Mínimo Vital, que no lo han inventado Pablo Iglesias y los suyos aunque así quieran ellos que parezca, sino de propuestas de nacionalización de empresas en crisis propia del siglo pasado, impuestos a los ricos solo por ser ricos (eso se llama envidia insana), posturas radicalizadas sobre el mercado laboral o intervenciones en precios y mercados sin una justificación lógica.

Claro que se pueden cambiar las cosas y que es bueno hacerlo cada cierto tiempo. Y todos sabemos que España necesita una serie de reformas estructurales de su economía, de lado de los gastos y de los ingresos, que apuntalen el futuro de las pensiones o hagan el pago de impuestos más justo. Todo se puede plantear y mejorar, pero en el momento en el que estamos, cualquier salida de tono como las que hemos visto en el Congreso y el Senado en los últimos días, puede dar al traste con lo urgente y necesario que es ahora salir de la pandemia económica en la que estamos con ayuda de la UE.

Hay muchos fondos e inversores fuera de España que quieren confiar en su buen hacer y su economía y poner su dinero al servicio de la recuperación, sobre todo si se ofrecen nichos con valor añadido que pueden dar rentabilidad y comprueban que la estabilidad jurídica se corresponde con el momento político. Una economía tan dependiente del exterior como la española, por más que les pese a las ideologías extremistas de un lado y de otro, depende ahora a corto plazo de dos cosas: primero, de que sepamos adaptar el turismo y sus servicios a la era post Covid en materia de higiene, seguridad y confianza, sin precipitaciones que pueden malograr todo con apenas un contagio; y segundo, de que cada año lleguen entre 20.000 y 24.000 millones de euros de inversión extranjera directa (con los datos de las medias del último lustro) sin los que la economía española no puede crecer. Y eso es menos ideología y más confianza en los empresarios, que ya están sacrificando suficiente en la pandemia y son los únicos que ahora pueden sacarnos del atolladero, si les damos margen para hacerlo. 

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