Capital sin Reservas

Lo que el recibo de la luz esconde, el déficit de Teresa Ribera y la curva del pato

El Gobierno quiere que los ciudadanos cambien sus hábitos de consumo para financiar los nuevos déficits eléctricos incurridos en los últimos años y la llamada curva del pato derivada de la cruzada renovable.

La curva del pato

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Lo malo que tiene la nueva subida del recibo de la luz no es solo la factura a pagar que llegará a final de mes sino la cara de tonto que se quiere imponer al españolito de a pie por lo que el Gobierno entiende como malos hábitos de consumo. A diez días escasos de que la gran dolorosa irrumpa por primera vez en nuestras vidas, sólo aquellos usuarios con serios problemas de insomnio habrán aprovechado la ocasión para reducir en junio su tarifa eléctrica. El resto serán los paganos del incremento soterrado de los peajes de la luz, los llamados costes fijos del sistema, que se han despendolado en los dos últimos años como consecuencia de la política emoliente y permisiva llevada a cabo por la ministra Teresa Ribera en su obsesiva y no menos onerosa transformación energética de España.

La revolución verde promovida a hoz y coz por la máxima responsable energética tiene un precio y muy elevado como ya se comprobó con las primas a las renovables generosamente repartidas en cantidades industriales por los sucesivos gobiernos de Zapatero cuando el anterior presidente socialista pontificaba su doctrina ecologista junto a los mineros de El Bierzo. La fiesta llegó a generar una inmensa montaña de 30.000 millones de euros que hubo que apencar con una reforma del mercado eléctrico, incluyendo un recibo más caro de la luz aparte de un reajuste drástico de las ayudas públicas que habían motivado buena parte de esta deuda. El sistema revirtió hasta alcanzar un superávit de 550 millones en 2014 pero de eso hace siete años y la burra ha vuelto al trigal hasta acumular en los dos últimos años un nuevo agujero que ya va por los 2.000 millones de euros.

El drama de esta azarosa involución reside en que ‘los Nadales’, los gemelos Álvaro y Alberto que durante los anteriores gobiernos del PP llevaron la manija energética, se encargaron de reducir el espacio temporal que separa la avería del arreglo dentro del mercado eléctrico, de modo y manera que los números rojos del sector no pudieran ser camuflados dentro de la deuda pública del Estado para ser luego financiados por el Tesoro con la inestimable colaboración de la barra libre habilitada por el Banco Central Europeo (BCE). Con acertado criterio previsor, y como se dice coloquialmente, el legislador se encargó de que cada palo aguantase su vela. El objetivo no era otro que evitar la acumulación de cargas financieras que sólo se traducen en un lastre para las generaciones venideras, el peor y más cínico delito que puede cometer todo gobernante que se precie de actuar con sensibilidad social ante sus indefensos administrados.

El monumental déficit de tarifa eléctrico creado en la época de Zapatero y que fue reconducido con la reforma energética ha vuelto a desbocarse en el último bienio verde

En el último bienio verde, la ministra Ribera viene actuando de hada madrina con todos los agentes y grupos de presión que se lo llevan crudo en la industria del kilovatio. Conocida en los ambientes sectoriales como el rayo que no cesa, la buena de Teresa ha acompasado su dogma renovable con una política de asentimiento destinada a financiar cualquier iniciativa que ayude a la causa ecologista. Las inversiones en redes de las empresas generadoras o de la propia Red Eléctrica, así como la eliminación del llamado impuesto al sol con la retirada de las trabas al autoconsumo, han ido mermando los peajes y favoreciendo la existencia de grandes y pequeños depredadores del sistema. El retrato se visualiza mejor imaginando una masa anónima de consumidores moviendo el árbol con una tarifa eléctrica cada vez más elevada para que algunos aprovechados recojan las nueces en aras de esa manifestación de cuello verde que inspira el ideario gubernamental.

La generosidad interesada de la ministra motivó también la suspensión durante seis meses del impuesto del 7% sobre la generación eléctrica que fue adoptado hace nueve años, lo que alivió el recibo de la luz a partir de octubre de 2018 cuando los precios de la energía se situaban en 76 euros por megavatio. La medida de su graciosa majestad ecologista, de la que ahora se vuelve a hablar ante la nueva escalada de los precios, provocó un roto adicional en el sistema y Ribera no tuvo más remedio que volver tras sus pasos recuperando al cabo de seis meses el citado tributo, con un megavatio que rondaba ya la cifra de 95 euros. Los palos de ciego, incluida la exención puntual del mal llamado céntimo verde del gas, han constituido el santo y seña de la política de transición energética que el Gobierno trata de imponer a machamartillo sin reparar en que ahora los costes de las decisiones caen a plomo en el bolsillo de los ciudadanos.

La nueva estructura de precios eléctricos ha sido ideada en connivencia con la CNMC, que se ha convertido con su esnobismo regulatorio en el mejor guardaespaldas de Teresa Ribera. El diseño de la singular discriminación horaria con que se ha concebido la tarifa cuenta además con una particularidad que ha pasado hasta el momento bastante desapercibida, como es su mayor incidencia en los denominados clientes de baja tensión. El pequeño consumidor asumía históricamente en torno al 65% de la factura total y a partir de ahora lo hará en un 75%. Con el agravante adicional para todos aquellos clientes domésticos que, por ser familias numerosas o disponer de pequeños comercios, tienen mucho más complicado adaptar sus hábitos de consumo a esos supuestos tramos baratos de luz que se fijan exclusivamente durante la madrugada o en los fines de semana.

Con su esnobismo regulatorio Teresa Ribera y la CNMC han impuesto una estructura de precios que ataca de manera directa a las familias numerosas y al pequeño comercio

En su denodada profesión de fe por las energías renovables el Gobierno ha importado a España la llamada curva del pato patentada en California allá por el año 2012 y que evidencia los desequilibrios entre la producción eléctrica y los momentos de máximo consumo cuando la eficiencia energética se limita exclusivamente a la instalación masiva de paneles solares y fotovoltaicos. En nuestro país, como en otros muchos mercados, los picos de demanda tienen lugar a la puesta de sol, cuando las fuentes renovables no están disponibles, lo que obliga a tirar de otras tecnologías de generación mucho más onerosas. Lógicamente los costes se mantienen bajos en los momentos de menor consumo durante las primeras horas del día y van repuntando hasta situarse en una llanura en las horas intermedias para terminar luego subiendo de manera vertiginosa a media tarde y hasta la noche.

La ministra energética in traslation no sólo ha renunciado a cortar por los sano los costes fijos del sistema con una rebaja del IVA de la luz, que es de lo que se trata, sino que además ha encarado la crecida de los precios variables con una huida adelante que terminará por responsabilizar a cada consumidor del incremento desproporcionado del recibo. Decía Carmen Calvo que la cuestión no consiste en determinar la hora a la que se tiene que poner la plancha porque lo realmente importante, a su juicio, es quién debe poner la plancha en cada hogar español. Emulando a la vicepresidenta feminista podría afirmarse que lo preocupante ahora para los hogares españoles no es el afán del Gobierno por laminar la curva del pato, sino quien paga el ídem para sufragar el dogma de la vicepresidenta ecologista.

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