OPINION

La República Catalana vista desde el bar del AVE

Empiezo a escribir este artículo en el bar del AVE, dirección Barcelona. Pido pan con tomate y aceite, y un café con leche. Mientras espero, miro por la ventana y veo un paisaje que no se inmuta y que lleva cientos de años contemplando cómo los humanos van de un lado a otro cargando con sus agobios y sus sueños. Hoy es un día especial. Cataluña quiere declarar la independencia. Entramos en tierras catalanas, por Lleida.. El paisaje sigue siendo idéntico. Nada indica que estemos en otro país ni otro mundo. El AVE, como de costumbre, llega a su hora prevista.

Nos recibe una Barcelona soleada, recargada de ciudadanos y turistas que deambulan ajenos al lío político que se vive en el Parlament. Pongo la radio y la televisión para confirmar que el guirigay institucional sigue su cauce. Hablo por teléfono con amigos que me confirman que no hay marcha atrás, en una hora se votará en el Parlament la proclamación de la República. "¡Alea jacta est!", la suerte está echada. Esta frase es de Julio César, de cuando cruzó el Rubicón y se rebeló contra la autoridad del Senado, dando comienzo a una guerra civil contra Pompeyo.

Vivimos, afortunadamente, en el siglo XXI y las guerras son políticas y judiciales, y en teoría no hay muertos ni cañonazos. Es todo un alivio que me permite, a pesar de la situación, no perder el apetito e ir a comer algo a un bar cercano a Paseo de Gracia, esquina Diputación. Justo cuando pido el postre, crema catalana con frutos rojos, en honor a la situación, veo en televisión cómo se celebra la votación por la independencia. Momento histórico para unos, vergüenza sin límites para otros.

A partir de aquí la tormenta del 155 está servida. Sigo escribiendo desde el bar en compañía de un gin tónic que me ayude a comprender o a digerir lo que sucede. Esta noche tengo una cena con treinta catalanes universitarios que me ayudarán a comprender un poco más lo que está sucediendo en mi tierra, Cataluña. O eso espero.. La próxima semana se lo contaré con detalle. Prometo no ocultarles la realidad. Confío que la cena, a pesar de las circunstancias, no termine como el rosario de la Aurora. Somos gente civilizada y ... bueno se lo contaré la próxima semana.

Ahora sólo les voy a explicar por qué ha sucedido lo que ha pasado tal día como hoy, 27 de octubre de 2017. Los precedentes son muchos y diversos y habrá tiempo de analizarlos, lo más importante es conocer los motivos de Carles Puigdemont, presidente no elegido por las urnas, pero sí por el dedo de otros políticos, para tomar la decisión de huir hacia adelante, después de intentar un pacto/chantaje con el Gobierno de España.

Después de exigir por escrito inmunidad parlamentaria para él y su gobierno e indultos para otros procesados -cuestiones que no dependen del Gobierno-, y de recibir a cambio una respuesta negativa pero lógica: "Tú convoca elecciones y todo se irá solucionando sin causar mayores desgracias. No puedes exigir por escrito nada, solo puedes confiar en que nadie quiere que se aplique el 155 y que un cambio de actitud será lo más inteligente y ventajoso para todos". A pesar de las intermediaciones de Iñigo Urkullu y Miquel Iceta y otros personajes representativos de ambas partes, Puigdemont optó por la vía de la cobardía política.. Escurrir la responsabilidad y dejar que otros, a los que no les corresponde, hagan el trabajo duro.

En pocas palabras. Porque la verdad siempre es de pocas palabras, el presidente de la Generalitat, cual Pilatos de mucho pelo pero pocas luces, decidió traspasar la gravedad de su responsabilidad a la masa independentista, esa misma que lleva meses y años alimentando, con la ayuda de las instituciones políticas, un sueño imposible.

Puigdemont, antes de tomar una decisión sabia, coherente y realista, ha preferido montar el gran lío, proclamar la República, y dejar que sean los ciudadanos los que se enfrenten al Estado. En vez de asumir él la responsabilidad de una decisión que causaría desencanto y turbulencias entre los secesionistas, pero que sería lo mejor para Cataluña, ha preferido que sean estos mismos obcecados los que se enfrenten a las medidas del 155. Con su decisión, sin apoyos internacionales ni nacionales más allá de Podemos y sus satélites, Puigdemont ha dejado que el pulso contra el Estado de Derecho lo resuelvan los ciudadanos. Craso error, inmenso error.

Está claro que el presidente circunstancial de la Generalitat no es un político inteligente ni estadista que resuelva los problemas de sus conciudadanos, sino que es un gran cobarde independentista que agranda los problemas y se esconde detrás de las masas enfervorizadas. A partir de ahora será la sociedad civil independentista quien le saque las castañas del fuego a los políticos locos y cobardes del soberanismo catalán. Está claro que subvertir el orden constitucional de una democracia, aunque sea imperfecta, no sale gratis. Y preferir que sean los ciudadanos los que resuelvan/paguen el problema de la legalidad es de grandes cobardes. A pesar de algunos políticos y de algunos cínicos Barcelona/Cataluña sigue luciendo con gran esplendor, al menos por ahora. Sin embargo, para desgracia de todos, se avecinan días amargos, muy amargos.

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