En mi molesta opinión

Ni la izquierda ni la derecha deben construir muros

Ni la izquierda ni la derecha deben construir muros
Ni la izquierda ni la derecha deben construir muros
Europa Press

La señora Calviño acaba de hacerle el último -o penúltimo- favor a Pedro Sánchez antes de salir corriendo a cobrar un mejor sueldo y una mejor vida. La ayuda exigida era sencilla y recurrente: Abofetear a Núñez Feijóo por no obedecer inmediatamente al que manda y tiene más poder que él. “Cuando el presidente del Gobierno llama a la Moncloa, se va. Feijóo ya está llegando tarde. Es de primero de democracia”, y punto, dijo Calviño en el papel de institutriz más que de vicepresidenta del Ejecutivo. Si tú me dices ven, lo dejo todo; esto sí que es de primero de bolero.

Las palabras de Calviño suenan a impostura con tirabuzón incluido. La versión real es muy distinta: Si Sánchez te pide que vayas a su encuentro prepárate para que te dé el abrazo del oso -demostración de afecto que encierra una trampa-, y lo hará con foto de portada en todos los medios. Si Sánchez te pide que te tires por la ventana, ya estás tardando, te tiras y punto. Si Sánchez te pide que seas un “pagafantas” y le blanquees su mala imagen porque ya no tiene a quien recurrir, lo haces y punto. En la incesante ceremonia de la confusión con la que el presidente nos regala sus constantes atrevimientos, hoy nos encontramos con otro hueso duro: el PSOE le da sus votos a EH Bildu para que consigan hacerse con la alcaldía de Pamplona, y todo lo que eso conlleva y supone para el futuro de Navarra.

Decisión que no gusta nada a los socialistas sensatos ni tampoco a esa media España que ve cómo los mismos que hace pocos años mataban a políticos, incluidos los del PSOE y del PP, hoy ocupan cargos institucionales gracias al apoyo de los propios socialistas. Difícil de entender, pero ahí están los hechos. Dadas las circunstancias, Sánchez pretende ahora convertir su debilidad en fortaleza y montar el show de la necesidad de verse con Feijóo, sabiendo que el gallego dirá que nones, que a él no le timan con este truco, y así podrán darle algunos bofetones más por su negativa a “inclinarse" ante el presidente. El líder del PP está obligado a atender los requerimientos de Moncloa, sin duda, pero hay que saber distinguir el momento preciso para no confundir ni confundirse.

Lo que también está claro es que Feijóo no se fía, como tampoco se fía Carles Puigdemont que ha exigido un verificador profesional, también lo ha pedido Pere Aragonés, pero el de Junts tiene más pedigrí y se llama Francisco Galindo -“un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”- y lo han plantado en medio de Suiza para que dirija el tráfico de influencias y los asuntos de dos partidos -PSOE y Junts- que se están frotando las manos intentando poner en claro el precio de este negocio o negociación.

La verdad es que de momento no sabemos nada de lo que se cuece en Suiza, transparencia “0”, fórmula habitual del Gobierno. Y si no, busquen la noticia de ayer sobre el “Consejo de Transparencia y Buen Gobierno” que acaba de apercibir a diversos ministerios por negarse a desvelar los viajes y gastos de Bolaños, Albares y otros responsables y les insta a dar a conocer dichos gastos con el detalle debido. Tampoco se informa de los innumerables destinos realizados por el presidente desde 2018 en el Falcon 900 o el “Super Puma”. Aunque sí se ha informado de que ERC ha conseguido que los españoles, gracias al interés de Pedro Sánchez, le condonen la deuda al que más tiene, no al que menos tiene y más necesita, sino al otro, al que dilapida; que quede claro. Y a eso lo quieren llamar igualdad.

En fin, nada nuevo bajo el sol de La Moncloa, donde los que la habitan y controlan han descubierto que su futuro pasa, en buena medida, por sobredimensionar el poder y tomar las instituciones sin respetar unas mínimas reglas de juego, y después culpar a la Oposición de todas las desgracias, para así desviar la atención de los posibles errores, como es el caso concreto y último de las relaciones íntimas del PSOE con Bildu, gran partido político y progresista este último, que todavía no ha tenido la ocasión de condenar y renegar de su pasado violento y asesino.

La reconciliación entre algunos partidos no es fácil; sin embargo, es posible e incluso deseable si hay cierta voluntad y generosidad, pero siempre dentro de unas condiciones que no provoquen el escarnio y la humillación en una de las dos partes. Actuar de este modo magnánimo con Puigdemont y Junts podía ser conveniente, pero exigía un acuerdo previo y amplio de los dos grandes partidos, para que no se diera el usufructo partidista del político que está necesitado de hacer lo que sea por unos votos y alcanzar el poder. La necesidad obliga, sin duda, pero también obliga la honestidad de no enfrentar a toda una sociedad dividida por falta de explicaciones claras y de acuerdos previos.

La derecha ha podido cometer infinidad de errores pero no se la puede rechazar ni ignorar de la realidad social y democrática. Por su parte, la izquierda por mucho que alardee -dime de qué presumes y te diré de qué careces- no ha inventado la democracia, ni la española ni ninguna otra, y en muchas épocas ha sido su mayor enemiga. De ahí que ninguna de las ideologías presentes en su mayoría en España pueda sentirse demócrata en exclusiva, aunque sea sólo con intención de beneficiarse intelectualmente para rascar votos, o para presumir de integridad y honradez. Precisamente ahora que es cuando más escasean ambas cualidades en la mayoría de los partidos.

La tentación de Pedro Sánchez de anular, por no decir aniquilar de algún modo, a sus rivales más directos con un muro social o político, o con un pacto indeseable, es un objetivo disparatado y descabellado que el propio Sánchez debe desterrar de su imaginario, por el bien de toda la sociedad y de él mismo. Si se pierde el sentido humano del equilibrio racional se inaugura un futuro totalmente incierto y distópico, impredecible pero muy probable que nada venturoso para la sociedad.

Lo positivo y beneficioso de ser progresista o conservador está en poder serlo por elección y por voluntad propia, porque existen otros que piensan diferente, y uno no lo es por obligación ni por exclusividad, porque no exista otra alternativa. Lo mejor de la democracia es ese don que se respira en ella, ese don de la libertad de poder elegir, e incluso de poder equivocarte.

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