Econopatías 

Regreso al futuro (II): Robots, inteligencia artificial y estupidez humana

La Inteligencia Artificial será clave en la cuarta revolución industrial.
Regreso al futuro (II): Robots, inteligencia artificial y estupidez humana. 
Archivo

Robert M. Solow, Premio Nobel de Economía en 1987, decía que los avances tecnológicos son como “maná que cae del cielo”. Sin ellos no es posible el crecimiento sostenido de la productividad que permite que salarios, consumo y ahorro también aumenten. Sin embargo, ni ocurren espontáneamente ni sus consecuencias son positivas para todos y en todo momento. En primer lugar, la innovación tecnológica necesita de inversiones para producir resultados. En segundo lugar, la difusión e introducción de los avances tecnológicos en la producción de bienes y servicios tienen lugar mediante procesos de destrucción creativa, es decir, con destrucción y creación de empleo que no afectan por igual a todos los trabajadores. Afortunadamente, a lo largo de la historia, la creación de empleo ha compensado con creces, en cantidad y calidad, la destrucción de empleo.

Nos encontramos ahora ante una nueva revolución tecnológica que, basada en el desarrollo de la robótica y de la inteligencia artificial, puede modificar sustancialmente la producción de bienes y servicios. El origen del término “robot”, que en antiguo eslavo significa “esclavo” y en checo “trabajo”, se le atribuye al dramaturgo checo Karel Čapek que en 1920 en su obra R.U.R. (Robots Universales Rossum) concibió una empresa que construía humanos artificiales orgánicos con el fin de aligerar la carga de trabajo del resto de personas. Finalmente, los “esclavos” inician una revolución que acaba destruyendo la humanidad.

A esta revolución es a lo que ahora se llama singularidad, es decir, un punto crítico en el que robots y algoritmos desplazan completamente al trabajo humano de la producción de bienes y servicios y también de la científica y tecnológica. Puede sonar a ciencia ficción, pero si lo es, parece cada vez más cercana: esta misma semana la prestigiosa revista The Economist fantasea con la posibilidad de que en 2036 el ganador del premio Nobel de Medicina sea un algoritmo de inteligencia artificial. Existe, pues, el temor de que esta vez la creación destructiva tenga menos beneficios y genere más destrucción.

Se dice que predecir el futuro es la forma más segura de equivocarse. Puede ocurrir que la nueva revolución tecnológica no sea tan diferente a las anteriores. En ese caso, algunos trabajadores serían sustituidos por robots y algoritmos de inteligencia artificial, y aparecerían nuevas oportunidades de empleo con otras cualificaciones profesionales en las que los trabajadores desplazados podrían seguir estando empleados, una vez que adquirieran las cualificaciones necesarias. Es más, dada la escasez de humanos por la evolución demográfica de la que hablaba en la primera entrega de esta trilogía, los robots y otras máquinas de la misma especie serían imprescindibles para mantener el crecimiento económico.

No obstante, incluso en el escenario favorable de automatización complementaria al trabajo humano, innovación que genera nuevas ocupaciones para los trabajadores y robots sumisos, los retos para las políticas económicas y sociales son de primera magnitud. Aun resuelto el problema de la producción, quedaría pendiente el de la

distribución. ¿Cómo garantizar que los beneficios de las innovaciones tecnológicas se distribuyen equitativamente? ¿Cómo conseguir que los beneficios de la automatización lleguen incluso a aquellos trabajadores que serán desplazados de sus puestos de trabajo y que no podrán conseguir empleo en otras ocupaciones? ¿Cómo proteger a los trabajadores que cambiarán de empleo de las pérdidas de rentas que sufrirán mientras encuentran otra ocupación?

En el pasado los principales instrumentos para hacer frente a estos problemas han sido prestaciones por desempleo y subsidios a la formación ocupacional que financian mayoritariamente los propios trabajadores, bien mediante cotizaciones sociales o con impuestos sobre la renta. La mayoría son de tipo contributivo, es decir, otorgan beneficios que dependen del historial laboral del trabajador en cuestión. Con cotizaciones sociales se recauda, globalmente, alrededor del 12% del PIB, con un tipo impositivo efectivo del 24% y una participación de los salarios en el PIB del 50%, aproximadamente. Sin embargo, lo recaudado cubre por escaso margen el gasto en pensiones contributivas, del cual más del 70% son pensiones de jubilación.

Si la automatización progresara significativamente, la participación de los salarios en el PIB disminuiría de igual manera, por lo que el mantenimiento de ingresos para prestaciones contributivas requeriría un aumento del tipo impositivo que parece inviable en un mundo donde las empresas y trabajadores pueden, y podrán hacerlo en mayor medida en el futuro, elegir la localización geográfica de su producción e, incluso, producir en lugares distintos a los que están localizados. Aun así, muchos siguen pensando que el Estado del Bienestar puede mantenerse con los mismos objetivos e instrumentos con los que fue diseñado y construido en un contexto socioeconómico completamente diferente.

Amos Tversky, pionero en el estudio de los sesgos cognitivos, decía que, más que los avances de la inteligencia artificial, le preocupaba la “natural” estupidez humana para identificar, entender y resolver problemas. A la vista de cómo se está afrontando todo el debate sobre las consecuencias socioeconómicas de los avances tecnológicos, su preocupación parece también ahora perfectamente legítima.

Mostrar comentarios