¿Qué ha pasado en la ciudad?

El brote del 'estudiante de Salamanca': "Se veía venir el cierre con tanta fiesta"

La ciudad, donde la tasa de incidencia ha sobrepasado los 500 casos, quedará confinada desde el sábado, pero los universitarios se niegan a volver a las clases desde el salón.

Vista este martes de la zona universitaria de Salamanca
Vista este martes de la zona universitaria de Salamanca
EFE

El polvorín de Salamanca ya ha estallado. La ciudad estaba al límite antes de la llegada, a tropel, de los más de 20.000 universitarios que, cada año, desembarcan en la capital de provincia castellanoleonesa. El decreto de un nuevo cordón sanitario ha vuelto a llenar de incertidumbre las aulas. Si el campus cierra, muchos jóvenes podrían hacer las maletas y protagonizar un éxodo de estudiantes como el que, en primavera, llevó la Covid a pueblos que aún no habían oído hablar de pandemia. En cuestión de días, las autoridades sanitarias pasaron de la advertencia al botón rojo. ¿Cuál fue la chispa que prendió fuego a la ciudad?

"El confinamiento se veía venir desde hace un mes", aseguran varios vecinos consultados por La Información. Otros, los más visionarios, lo tenían claro desde agosto. Humi es de Salamanca, "de toda la vida". El bullicio en la calle de los bares no le pilló de sorpresa. "A partir del 15 de septiembre empezaron a venir los estudiantes". Según esta vecina, entonces volvieron los botellones y las fiestas en los pisos. "La Policía lleva tiempo detrás de ellos... pero las reuniones en las casas no son fáciles de cortar". La firmeza de la salmantina -"Hay mucha irresponsabilidad"-, deja espacio a la comprensión: "Todos hemos sido jóvenes y hemos tenido esas ganas de vivir... pero no hay que olvidar de dónde venimos". La primavera aún pesa. El virus le ha robado a un tío y los abrazos de su hija. "Hay miedo".

Si algo tienen claro los salmantinos es que no todos los universitarios son iguales. También coinciden en las causas que han obligado a cerrar la ciudad: apartamentos compartidos y una cultura de la fiesta con tanto arraigo como la certeza de que la ciudad sin sus hordas de estudiantes sabe poco. O a nada. La Universidad de Salamanca (USAL) tiene una cartera de más de 30.000 alumnos. Las clases comenzaron hace tres semanas y, en este tiempo, el centro ha tenido que expulsar -y expedientar-, a un centenar de estudiantes, que hicieron de su capa un sayo y celebraron reuniones multitudinarias dentro de los colegios mayores. La Policía también ha tenido que intervenir en varios pisos y actuar en aquellos bares donde la prevención brillaba por su ausencia. La imprudencia de algunos ya ha puesto en jaque el año académico de varias promociones.

Alumnos y profesores siguen con atención el fallo del Rectorado. Este viernes debe decidir si mantiene o no la semipresencialidad. "Es un modelo híbrido,  en el que una parte de la clase acude al aula y la otra sigue en directo la lección desde su casa". Juan Pablo, profesor en la Facultad de Educación de la USAL, se hace eco de las dudas de toda la comunidad docente: "Hay mucho esfuerzo detrás de este curso. Se ha invertido en cámaras, se ha actualizado el campus. En menos de tres semanas todo podría irse va al traste... ¿Habrá merecido la pena tanta inversión?"

"Conozco a muchos estudiantes que ya están haciendo las maletas"

En la misma línea se pronuncia Rubén, estudiante de Ciencias Políticas y miembro de CECA. una asociación de alumnos de la USAL. "En principio nos han asegurado que las clases van a continuar... pero seguimos a la espera". El joven reconoce que el retorno de los universitarios ha dejado huella. "Hay algunos descerebrados, pero antes de que llegaran los estudiantes la ciudad ya estaba al límite". Rubén asegura que la Administración podría haber hecho las cosas mejor. "Todos sabemos que, si a una ciudad pequeña llegan más de 20.000 personas de un día para otro, los casos se disparan". Como Fernando Simón -"Me gustaría que el cierre de las universidades fuera acompañado del cierre de los bares, pero bueno..."-, Rubén pone sobre la mesa el orden de prioridades: "Salamanca lleva años dependiendo de la hostelería y la pandemia ha demostrado que esto es un error... como lo es dejar los locales abiertos antes que las clases". Y la amenaza es aún mayor. 

"Conozco algunos estudiantes que ya están haciendo las maletas... otros no paran de actualizar la página de la Universidad para comprar un billete en cuanto digan que se cancelan las clases". Isa estudia un máster de Terapia Ocupacional y comparte piso con otras tres compañeras. "A nuestro piso sube, como mucho, una persona con cada una".  Llegó de Pamplona a la ciudad hace ya cinco años. "Yo no tengo previsto moverme, pero entiendo que haya jóvenes que no quieran seguir pagando 200 euros por un cuarto cuando pueden seguir las clases desde su pueblo". Juan Pablo alude al problema: "No han dicho 'confinamos hoy'. Han vuelto a errar en lo mismo y dejar un margen de días para que abre la puerta a un éxodo de estudiantes".

Alumnos y docentes coinciden en que el riesgo de contagio dentro del aula es mínimo. Las distancias y el poco tiempo que pasan los jóvenes en el pupitre sirve de garantía. Aún así, el 'cerrojazo' es posible. A 24 horas de que comience el aislamiento, una fuga de estudiantes desde el 'punto caliente' salmantino acarrearía consecuencias pésimas que podrían repercutir en todo el país. "Pasó algo similar en marzo. La sensación de caos fue total. Cundió el pánico", recuerda Rubén, "Ahora los jóvenes saben a lo que se enfrentan". Nadie se atreve a asegurar que muchos estudiantes no adelanten la vuelta a casa por Navidad.

"Puede que lo peor esté por llegar"

El objetivo del confinamiento es que el virus se quede en Salamanca. Dejar abiertas las clases es la única manera de que sus portadores también lo hagan. "Hace un rato me ha llegado el último correo de un alumno que ha dado positivo", comparte el docente. Notificar, rastrear, aislar. La única fisura del protocolo es que el tiempo que le dedican los profesores son horas robadas a la formación de los alumnos. "Todo esto tendrá consecuencias en los contenidos". Un nuevo cierre agravaría los daños. 

"Era de esperar, solo tenías que pasear por la calle de los bares del jueves al sábado...". Manuel es salmantino y auxiliar de enfermería en un centro de día. La primera ola obligó a cerrar las instalaciones donde trabaja y no pudo incorporarse hasta el 1 de junio. En primera línea, las imágenes de los infractores provocan "rabia". "Desde el primer jueves universitario se empezó a ver a un montón de gente de fiesta. Cuando las discotecas cerraban se agrupaban en las calles para planear los botellones en las casas". Como Humi, entiende que "todos sabemos lo que es ser joven", pero pide 'mano dura' con las fiestas en los pisos. 

La imagen que pinta Manuel también impacta entre el alumnado. Laura volvió de Segovia para empezar segundo de Biología el lunes pasado. "Salí a dar un paseo cerca de la Plaza Mayor. La escena me dolió". La joven describe mesas sin distancia y grupos cantando sin mascarillas. "Es inegable que los universitarios hemos influido muchísimo... y es una pena que el esfuerzo de tantos quede en nada por unos pocos". Laura sabe lo que está en juego: si cierran las facultades las prácticas frenan.

A 24 horas del cierre, los salmantinos se preparan para lo que tenga que pasar... y cruzan los dedos para que pase lo antes posible. Fuentes sanitarias confirman a este medio la versión de los vecinos. "El confinamiento se veía venir. Con el aumento de casos y el hospital cada vez más lleno... era cuestión de tiempo". El desplome de la edad media de los afectados despeja la incógnita sobre dónde está la grieta del muro de contención: los infectados de la segunda ola no superan los 30. "Lo peor está por llegar, con el aumento del resto de virus respiratorios. Entendemos que hay que mantener un equilibrio y salvaguardar la economía... pero no sabemos si será suficiente". Mientras los estudiantes dudan entre hacer las maletas o no, Humi lo tiene claro: "Ya sabemos lo que pasará a partir del sábado... yo ya he hecho compra".  

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