Cerrar y seguir pagando el alquiler 

El último café en Barcelona: "Venderé el local a un fondo buitre. Ya me da igual"

A la crisis provocada por la pandemia y los confinamientos se suman ahora las nuevas restricciones impuestas por la Generalitat.  Los dueños de los bares han perdido la esperanza.  

Cataluña sufre otra oleada del coronavirus
El último café en Barcelona: "Venderé el local a un fondo buitre. Ya me da igual". 
L.I.

Ramón levanta la persiana de su bar cada día a las 6:30. Ha servido su primer café a esa hora, y le gustaría seguir haciéndolo toda la vida. Su bar, el Bombo Macarana, lleva abierto 30 años en San Andreu, el segundo barrio más pobre de Barcelona después de Trinitat Vella. Después de que se le acabaran los ahorros al arreglar una persiana y costear una operación, ahora le han dejado hecho polvo las medidas impuestas por la Generalitat, que no ha levantado el pie del acelerador para frenar la pandemia aunque el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJS) todavía no se ha pronunciado al respecto.

Ramón no sabe qué decir y tampoco quiere hacer planes. Solo pierde su mirada en los posos de las dos tazas vacías que sostiene en una mano. Espera, si cabe esperar algo, que no sean las últimas tazas de café que recoge, amenazado por el cierre de bares y restaurantes en vigor desde las cero horas de este viernes.

En el centro de Barcelona, la mayoría de los locales de la Rambla están cerrados. Muchos arrendatarios no pueden seguir costeando los altísimos alquileres de una zona tan privilegiada, que llegan a alcanzar los 12.000 euros. Si además tienen empleados, las pérdidas aumentan exponencialmente. Estas últimas medidas se suman a otras previas de aforo que, junto a la falta de turistas, ha acabado por socavar el negocio de una de las calles más emblemáticas de la Ciudad Condal.

Cerca, en la calle Escudellers, Arshad, pakistaní y padre de tres hijos, prepara un kebab de falafel a una clienta. No sabe si tirar la carne que le queda. Lo que sabe es que no quiere tirar la toalla. Ha tenido mala suerte. Abrió el local en marzo, cuando aún no habían decretado el estado de alarma, y en pocas semanas se vio con pocos clientes y sin posibilidad de terraza pero lleva 15 años cotizado y espera seguir adelante. "No entiendo. Son tan estrictos que nos cierran los locales pero nos siguen pidiendo que paguemos la seguridad social y el alquiler", sentencia mientras enrolla un kebab para llevar.

Beatriz Jiménez Nácher
Arshad, enfrente de su local en el centro de Barcelona.

Beatriz Jiménez Nácher

Es una queja común entre los hosteleros de Barcelona. A algunos les afecta menos, como al 'El Tomás' de Sarrià, un local con 100 años de historia. Su encargado, Toni, sirve la mitad de raciones bravas de lo normal: 150. "Esto es nuevo, tenemos que seguir pagando alquileres, pero nos hemos ido adaptando", dice.

Unas calles más abajo, Carles, al frente del bar Mendizábal, ha servido su primer café a las 10 y se plantea dejarlo todo e irse al monte. "Vamos todos a un ERTE, quizá nos replanteamos adaptar el negocio y vender a domicilio para sobrevivir. Nos ha ido bien por la gente del barrio, pero estamos cansados". Explica que tiene muchos amigos cerca del mercado de la Boqueria que se están planteando servir su último café. No volverán a levantar la persiana por el hastío.

Beatriz Jiménez Nácher
Carles, al frente del bar Mendizábal

Beatriz Jiménez Nácher

Malos tiempos para emprender

En el centro de Barcelona, un empresario belga fuma un purillo a trompicones. Ha invertido medio millón de euros en un local de cócteles y shisha. Tras tres semanas abierto tiene que anunciar el despido a sus cinco empleados y pensar cómo recuperar lo perdido. Explica que Barcelona se ha convertido en la ciudad del "mañana". Pidió la licencia para el local en mayo y cada vez que llama para reclamarla le repiten lo mismo: "mañana".

"Quería hacer negocio en España por la cultura y la gente. Pero he visto de cerca cómo funcionan las administraciones y tengo mucha desconfianza", critica. Apaga el purillo y sentencia que está enfadado. Que la gente está asustada al ver tantos policías revisando bares y que incluso sus proveedores le piden el dinero en metálico porque desconfían por la inestabilidad de la situación. Que tiene que volver a Bruselas... y que éste será su último café.

Un festín para los fondos

Teresa es la propietaria del bar más antiguo de la Plaza del Sol de Gracia: el Café del Sol. Han tenido varios ERTE durante el confinamiento, ahora empezaban a remontar con ánimo pero estas nuevas medidas ha caído como una jarra de agua fría porque ha tenido que reestructurar el local según lo que la Generalitat le iba pidiendo. "Mentalmente, adaptarnos a las reglas del juego desgasta mucho". Explica que han obtenido las ayudas económicas de los ERTE, pero que los gastos fijos siguen siendo el gran agujero negro.

Café del Sol
Teresa al frente del "Café del Sol", el café más antiguo de la plaza. 
Beatriz Jiménez Nacher 

Además, la competitividad entre locales provoca rencores. "El agravio comparativo es enorme, no entiendo los criterios. Algunas terrazas han ampliado su aforo pero a nosotros nos han dejado igual". El esfuerzo que hizo no le sirve de nada y Teresa no quiere luchar más. "Venderé, a bajo precio a un fondo buitre, me da igual. Ya me han dejado tarjetas, están pasado por aquí. A río revuelto ganancia de pescadores". Es, no lo duda, el último día que facturará cafés.

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