La nuclear vuelve al debate

Claves energéticas para después de una crisis (I): la recuperación de la demanda

Históricamente la demanda eléctrica española es como un estanque en el que el agua nunca lleva a sobrepasar el vaso.

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A la sangría de pérdida de empleos se le une la histórica caída del PIB
Viesgo

Los indicadores económicos comienzan a caer como losas sobre la economía española. A la sangría de pérdida de empleos se le une la histórica caída del PIB. Pronto llegarán otras estadísticas como el número de turistas, el Índice de Producción Industrial o el de morosidad. Todos forman parte del ‘core’ de cualquier cuadro de mando macroeconómico que se precie.

La crisis del coronavirus ha supuesto un varapalo para la mayor parte de los países industrializados. En estos existe un indicador que, en el caso de nuestro país, es vital para medir la fortaleza y perspectiva energética. En 2019 la demanda eléctrica española (excluida la extrapeninsular) se situó en 264.635 GWh. Un 1,5% menos que el año anterior, 2018, que alcanzó una cifra de 268.886 GWh.

Históricamente la demanda eléctrica española es como un estanque en el que el agua nunca lleva a sobrepasar el vaso. De hecho, parece evaporarse a medida que pasan los años. Las cifras en lo que llevamos de 2020 son poco menos que desastrosas. Los 143.496 GWh que arrastramos desde enero pronostican un resultado similar en un indicador que, entre otras cosas, sirve para medir la capacidad de fortaleza económica de un país.

Según las últimas cifras disponibles, durante el mes de junio, la demanda de energía eléctrica en el sistema peninsular cayó un 8,7% interanual. Una cifra menos alarmante que la caída de los meses de abril y mayo, durante el epicentro de la pandemia. En este mismo mes la energía nuclear fue la principal fuente de generación, seguida de los ciclos combinados. Ambos sumaron el 40% del total de la generación eléctrica. El resto de tecnologías renovables, principalmente hidráulica, solar fotovoltaica y otras, alcanzaron el 45,6%. Diez puntos porcentuales por encima del mismo periodo del año anterior.

La reducción de la demanda tiene una traslación directa sobre el precio de la electricidad. El mes de junio el coste de cada megavatio hora que se consumió en España se situó en 35,97 euros, un 31,6% más que en mayo, pero un 31% inferior en relación a junio de 2019.

El análisis de estos datos nos ofrece tres conclusiones claras. La primera implica que la demanda de energía eléctrica en España esta congelada, incluso presentando peligrosos síntomas de reducción progresiva. En segundo lugar, para llegar a cubrir la demanda se produce casi un empate técnico entre las tecnologías convencionales (nuclear y ciclos) y las renovables. Por último, gracias a la incorporación al mercado de estas últimas que tienen un importante recorrido de desarrollo y reducción de costes, el precio de la electricidad ofrece una interesante bajada, que sin duda contribuirá a paliar los efectos de la crisis económica, y probablemente social, que se augura para la vuelta del verano.

El futuro se presenta incierto. Difícilmente se producirá un aumento de la demanda eléctrica con respecto a los niveles de 2018 o 2019. Tanto la crisis económica como la escasa electrificación de la economía son dos hándicaps que lastran el crecimiento del PIB industrial y, por lo tanto, el nacional. La alentadora presencia de renovables en el mix energético contribuye a rebajar la huella de las emisiones (el 66,1% de la generación eléctrica estuvo libre de CO2) y, por lo tanto, también facilita la obtención de una energía más barata.

Sin embargo, una pregunta de difícil respuesta planea por los despachos ministeriales y empresariales del país: ¿Quién se atreverá a generar ‘energía convencional’ en nuestro país?

Las distintas legislaturas han demostrado que España no es precisamente un país pronuclear. Los distintos gobiernos han optado por mantener, cuando no reducir, el porcentaje del 20% de generación nuclear que históricamente proporciona al conjunto de la economía del país. Ese 20% es fundamental para asegurar, por un lado, la gestionabilidad del sistema y por otro para ofrecer la energía de respaldo necesaria para el despliegue seguro de las renovables en nuestro país.

Si admitimos que el 20% se irá reduciendo paulatinamente de aquí a 2050 y que la entrada de cada vez más tecnologías renovables es una evidencia en España, la tarta se irá poco a poco reduciendo. Poco más o menos les ocurre a los ciclos combinados, que son la única tecnología de respaldo existente a día de hoy que permiten una gestión razonable para el sistema.

Dada la imposibilidad de crecer, el estancamiento de la demanda provocará una sustitución en la oferta. Es decir, tendremos que ir reemplazando la generación de nuclear y gas por energías renovables, más baratas sí, pero que irremediablemente necesitan de un respaldo suficiente para asegurar el suministro de energía por parte de la energía convencional. Sin ellas, la única alternativa razonable es el almacenamiento de la energía sobrante generada por el viento, el sol o la lluvia y que se encuentra en un estado del arte aun precario.

La situación se agrava en el caso de la industria electrointensiva que necesita, desde un punto de vista técnico, una fuente de energía segura y gestionable y, desde el económico, un precio razonable que le permita competir en el mercado internacional. El ejemplo de Alcoa o Sniace son significativos en dos empresas industriales que, sin ocultar graves problemas ajenos al energético, señalan al coste del gas como el principal problema para cubrir su propia demanda energética.

La superación de la crisis implicará un incremento lento y pausado de la demanda energética, pero para situarse en el mismo nivel que estaba en los años anteriores. A falta de generadores de demanda y de creadores de oferta, sólo nos queda la opción de la eficiencia energética para tratar de llegar al resultado esperado: recuperar una demanda que desde hace muchos años supone nuestro techo energético, algo que ni siquiera la salida de la pandemia podrá llegar a romper. 

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