El voto de los antisistema y el bolsillo -llámese economía o poder adquisitivo de los franceses- decidirán en buena medida el resultado de la segunda vuelta de las presidenciales galas, que se celebran el próximo domingo, 24 de abril. El descontento, el hartazgo... explotaron como la pólvora en la primera vuelta de las presidenciales. Por un lado, está la práctica desaparición de los dos partidos tradicionales, republicanos y socialistas, formaciones que dieron a Francia a los cuatro antecesores de Macron: François Miterrand, Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y François Hollande... Por otro, el ascenso de los antisistema (tanto de extrema derecha como de extrema izquierda) que prácticamente han supuesto la mitad de los votos en la primera vuelta.
Esta última circunstancia hace que los 7,7 millones de votos que fueron a parar a la Francia Insumisa de Jean-Luc Melenchon sean ahora esenciales para los dos candidatos que se disputan la segunda vuelta: Emmanuel Macron y Marine Le Pen. La invasión rusa de Ucrania cambió el tablero político francés en mitad del juego y ha supuesto un viraje en los mensajes de los contendientes hacia un discurso más económico. Sobre todo en el caso de la candidata de la Agrupación Nacional, que ha virado el suyo en el tramo final de la campaña hacia los efectos de la guerra y de la crisis previa generada por la Covid sobre la capacidad de compra de los ciudadanos, tratando de desviar la atención de sus vínculos con el presidente ruso, Vladimir Putin.
En este caso, Macron ya no contará con el "efecto novedad" que supuso su candidatura en 2017, cuando también se vio las caras con Le Pen en la segunda vuelta. Ahora pesa sobre su figura el desgaste propio de los años de gobierno en los que ha tenido que hacer frente a crisis internas -como la de los chalecos amarillos-, a los efectos sanitarios y económicos de la pandemia y, en última instancia, a la crisis generada por el Kremlin en Ucrania. Sobre todo ello reflexiona Raquel García, investigadora del Real Instituto Elcano.
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