España no será capaz hasta 2023 de recuperar los niveles de actividad turística previos al estallido de la pandemia. El jarro de agua fría que ha supuesto la variante ómicron, unido a la crisis energética y a la de la cadena de suministros han retrasado ese escenario. En plena pelea contra los efectos del virus, el sector se ha visto obligado a pisar el acelerador para poner en marcha el cambio de modelo necesario, elevar la competitividad y abrir nuevos nichos y segmentos de mercado que permitan mejorar, entre otras cosas, el gasto medio por turista.
Resulta casi paradójico que antes de esta crisis el récord de visitantes extranjeros que venía registrándose año tras año (hasta el techo de 83,7 millones en 2019) generase otro tipo de quebraderos de cabeza en las zonas de más afluencia turística del país. Entonces, se hablaba de problemas como la masificación de determinados destinos o la degradación ambiental y de los consecuentes episodios de ‘turismofobia’ que tuvieron lugar entre 2017 y 2019; o de procesos como la gentrificación en las grandes ciudades, con la llegada de las plataformas de pisos turísticos, que obligó a Madrid, Barcelona o Sevilla a endurecer la legislación y los requisitos para los propietarios de este tipo de viviendas.
Parece un escenario tan lejano y apenas nos separan dos años. Esa coyuntura avivó el debate sobre la necesidad de un cambio en el modelo turístico en España que, lejos de desaparecer, ha vuelto a cobrar más fuerza con la pandemia, como detalla José Serrano, profesor de turismo de la Universidad Europea de Canarias. En el último año la recuperación del turismo ha sido parcial y llena de altibajos, lo que ha supuesto que éste se haya quedado bastante rezagado en relación a otras áreas de actividad, como la industria.
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