El fin del trabajo es una farsa: los robots no te quitarán tu puesto, serán tus jefes

  • La tecnología no está sirviendo para automatizar los procesos sin necesidad de emplear mano de obra humana, sino para deshumanizar el trabajo
"¿Ya estás incumpliendo tus objetivos, humana?" / Pixabay
"¿Ya estás incumpliendo tus objetivos, humana?" / Pixabay
"¿Ya estás incumpliendo tus objetivos, humana?" / Pixabay
"Este mes no has cumplido tus objetivos, humana" / Pixabay

El pasado noviembre, la compañía Boston Dynamic presentó un nuevo vídeo de su robot Atlas . El susodicho pesa 82 kilos y mide 1,75 centímetros, unas dimensiones muy similares a las de un hombre de mediana edad. Es, en definitiva, un humanoide en toda regla, que puede levantar pesos o barrer el suelo, pero también elevarse de un salto a una plataforma de aproximadamente un metro de altura, cambiar en 180 grados su orientación de un salto y realizar una voltereta hacia atrás.

Como explicaba Matt Simon en Wired, 2017 ha sido el año del despertar de los robots: “Han escapado de la fábrica y han comenzado a conquistar las grandes ciudades para entregar comida mediterránea. Los coches que conducen solos ya pululan por las calles. E incluso los robots bípedos, finalmente capaces de no caer de inmediato sobre sus rostros, han salido del laboratorio y se han adentrado en el mundo real. Las máquinas están aquí, y es un momento emocionante, de hecho”.

Dado este escenario, no es de extrañar que haya cada vez más alarmismo en torno a la posibilidad de que los robots nos quiten el trabajo, un asunto sobre el que se está generando un enorme debate que gira entre dos polos: quienes preconizan que en las próximas décadas vamos a vivir una suerte de Apocalipsis laboral y quienes afirman rotundamente que a medida que determinados oficios desaparezcan, se crearán otros nuevos.

En realidad, como apuntan los profesores de la Universidad de Manchester Tony Dundon y Debra Howcroft en The Conversation, este debate es tan viejo como los propios estudios sobre el trabajo, y sus conclusiones eran más optimistas (y en cierta medida lógicas). ¿Si los robots hacen el trabajo por nosotros, por qué deberíamos trabajar?

Karl Marx creía que la tecnología ayudaría a liberar a la Humanidad de los trabajos más desagradables, conduciría a una reducción de la jornada laboral, y nos dejaría tiempo para centrarnos en la creación cultural. En la década de 1930 Bertrand Russell escribió sobre los beneficios de tener “un poco más de inactividad” y el economista John Maynard Keynes predijo que la automatización podría permitir una semana laboral más corta, de menos de 15 horas, una idea que promulgan hoy en día numerosos expertos. 

El problema, es que todas estas visiones dependen de un cambio en las relaciones económicas y laborales que nadie parece dispuesto a realizar. Y, en un escenario como este, la llegada de los robots simplemente generara distintos tipos de desigualdad.

¿Quién quiere robots teniendo trabajadores precarios?

“Un futuro donde el trabajo es reemplazado por el tiempo libre es muy atractivo”, apuntan Dundon y Howcroft, “pero la realidad es que mucha gente ahora trabaja más horas con una creciente inseguridad laboral, ingresos fragmentados y precariedad laboral. En todo caso, la tecnología no ha liberado a las personas de la monotonía del trabajo como anticiparon Marx, Russell y Keynes, ha creado nuevas limitaciones, que han invadido el tiempo social y de ocio de las personas a través de la digitalización de la vida”.

Cierto es que los robots harán algunos trabajos innecesarios, pero ¿querrán las empresas sustituir a sus trabajadores por máquinas? Esto es mucho suponer, teniendo en cuenta los bajísimos salarios de los trabajadores manuales frente al altísimo coste de la tecnificación.

“La mayoría de las corporaciones buscan proteger sus intereses (maximizar los beneficios) mientras mantienen a los accionistas tranquilos, lo que a menudo significa buscar mano de obra barata en lugar de invertir en costosas infraestructuras de capital”, apuntan los profesores.

Kiva, el empleado más eficiente del mundo es un robot... y no está solo
Kiva, uno de los robots más avanzados del mundo. 

Según un estudio de la revista Technological Forecasting & Social Change, solo el 10% de las compañías estadounidenses que podrían beneficiarse de la automatización con la tecnología actual han optado por ella. En los sectores de baja cualificación y mal remunerados –cuidado del hogar, restauración, trabajo manual en fábricas…–, seguirá siendo más barato contratar a personas. Y lo será durante mucho tiempo.

Dundon y Howcroft ponen un ejemplo muy paradigmático de esto. Los túneles de lavado existen desde hace décadas, pero en muchos casos es más barato pagar a un trabajador –un inmigrante, normalmente, con condiciones laborales precarias– que te limpia mejor el coche. “En resumen, si la mano de obra sigue siendo barata, los empleadores tienden a ahorrase dinero en vez de beneficiarse del potencial completo de las tecnologías”.

A mandar, Terminator

Lo cierto es que la tecnología no es buena o mala, todo depende de cómo se use, pero, como apuntan Dundon y Howcroft está íntimamente ligada a las relaciones de poder, y aunque podría servir para reducir la desigualdad no lo hará si no se destina a tal fin.

La tecnología no ha servido para automatizar todo el proceso sin necesidad de emplear mano de obra humana, sino para monitorizar al milímetro el rendimiento de los trabajadores y deshumanizar los centros laborales.

No hace falta irse a Bangladesh. En el centro logístico que Amazon tiene en Madrid los empleados están sometidos a un seguimiento continuo de la producción y empaquetan entre todos unos 1.400 productos diarios.

Amazon
En el centro logístico de Amazon todos los procesos están automatizados.

Como explicaba Victor Gil en este periódico, los empleados tienen seis segundos para empaquetar las cajas y si un día van algo más despacio se acerca su supervisor a ver qué está pasando. Ríete del fordismo.

Lo cierto es que, visto lo visto, parece más probable que el futuro del trabajo gire en torno a estrategias de contención de costes que limiten la inversión en infraestructura y tecnologías eficientes, optando en cambio por mano de obra barata. Y esto nos lleva a un escenario en el que la tecnología se utilice para sustituir a los trabajadores más caros: los jefes. Si un programa informático puede llevar al milímetro un sistema de gestión ¿para qué mantener cualquier mando intermedio?

“Para alcanzar la visión de Keynes de una semana laboral más corta, los gerentes tendrían que compartir el control y proporcionar un régimen de empleo que respalde la autodeterminación genuina”, concluyen Dundon y Howcroft. “Desafortunadamente, las relaciones capitalistas modernas y los sistemas geopolíticos de gobernanza son intolerantes a tal igualitarismo. Por estas razones, es hora de acabar con la histeria del ‘final del trabajo’. Es una farsa”.

Mostrar comentarios