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El fútbol es así, aunque el Real Madrid gane la Champions

Hace mucho tiempo ya que dejó de ser un deporte como tal para convertirse en un opíparo negocio en el que ponen el cazo un puñado de privilegiados.

El Real Madrid celebra su triunfo en la Champions.
El Real Madrid celebra su triunfo en la Champions.
AFP7 vía Europa Press

Una invasión militar genera el rechazo enérgico de millares de personas en plazas y calles de medio globo, nada comparable con la celebración de un partido de fútbol, que es capaz de paralizar directamente medio mundo. Mientras la Rusia de Vladimir Putin trata de aplastar a bombazos a Ucrania, un Liverpool-Real Madrid roba todos los focos informativos y, de repente, el planeta colapsa cegado por una camiseta blanca y una copa con orejas.

Entiendo, claro, la alegría por la consecución de un título tan importante como la Champions pero también me da la impresión de que en algún lugar del camino hemos perdido el oremus. La concentración de al menos 400.000 personas hasta altas horas de la madrugada del domingo en la Plaza de La Cibeles, a tiro de piedra de la 'catedral' merengue, me descoloca, sin entrar a valorar una ciudad congelada por la llegada de los campeones a la capital. Será, probablemente, porque veo el fútbol solo como un deporte; también como un espectáculo, claro está. Pero esto es otra cosa.

Parafraseando a Karl Marx y a los que antes que él sugirieron un escenario parecido para las religiones, el fútbol es como opio para el pueblo, que encandila y cautiva. Puede no haber dinero para comer pero un partido de balompié, más si se saborea el éxito, llena los corazones y engaña los estómagos; se pueden pasar o no estrecheces sin que ello sea problema para hacer más de 2.500 kilómetros, ida y vuelta, durante más de 24 horas al volante para presenciar en vivo el choque por la corona europea.

El fútbol es como opio para el pueblo, que encandila y cautiva

El mundo del balón mueve miles de millones, aunque son las principales ligas europeas, entre ellas la española, las que se llevan el grueso del pastizal, que aquí se traduce en un pellizco del PIB en torno al 1,4%, que da amparo a decenas de miles de puestos de trabajo y que dinamiza la hostelería, el sector hotelero y también el turismo. Aunque Madrid y Barcelona están en el podio del dinero que se mueve, las ciudades pequeñas que logran ver a sus equipos en la categoría de oro reciben un espaldarazo importante en sus cuentas locales. Cómo no van a querer estar en Primera.

Vivimos momentos complejos y los que están por venir no apuntan mejoras sustanciales para la vida de las personas. De hecho, la economía y los bolsillos de los ciudadanos sufren ya las tensiones monetarias, los navajazos de la inflación galopante y las previsiones un tanto descorazonadoras de los sabios en la cuestión. Y España no está al margen de este partido, por más que desde el Gobierno se empeñen en decir que (casi) somos un ejemplo para los países de la Unión Europea.

El fútbol, mientras tanto, hace mucho tiempo ya que dejó de ser un deporte como tal para convertirse en un opíparo negocio en el que ponen el cazo un puñado de privilegiados. ¿Se ha parado a pensar cuánto suman los presupuestos del Real Madrid y del Liverpool? ¿Lo que ganan los futbolistas titulares de ambos clubes y sus banquillos de lujo? ¿Los emolumentos de sus entrenadores? ¿Las nóminas de las grandes estrellas de ambas formaciones? Traslade esto a las ligas del viejo continente, a las de Sudamérica y a algunas asiáticas o árabes, que funcionan a golpe de talonario y donde muchos ases del balón acaban sus días en activo sin haber cumplido 40 años.

Hoy no trate de explicarle a un madridista que hay algo más allá de la 'orejona'

El ser humano necesita evasiones y el fútbol es una de ellas para no pocas personas. Entre hoy en un bar y no escuchará ninguna conversación que no tenga que ver con la hazaña, que lo es en cualquier caso, de ese Real Madrid en el que brillan Courtois, Vinicius, Benzemá… Los 'colores' se hacen propios, se sufren como propios y se celebran como propios. Hoy no trate de explicarle a un madridista que hay algo más allá de la 'orejona' ni a un británico que merecieron ganar pero que los de Ancelotti aprovecharon sus oportunidades para calzarles la derrota.

Fuera del Stade de France de Saint-Denis, sede de la final de la Champions, se vivía una realidad bien diferente a la de las celebraciones y que, por desgracia, sufrieron las aficiones de las dos formaciones. El estadio, situado al norte de París y con una capacidad de más de 80.000 espectadores, se levanta en un área de marginalidad social, que lejos de disminuir está condenada a crecer a la vista del deterioro económico global al margen, incluso, del Imperio de la ley o de la pasividad policial ante los delitos, como pudo verse el sábado en vivo y en directo. Los más agoreros dicen que esa realidad será palpable en España en breve. Ojalá no.

El fútbol levanta pasiones y hace olvidar si es decente o no pagar a alguien como Mbappé la cifra astronómica que ha soltado el PSG para impedir su fichaje por Florentino Pérez, que, con todo, ha levantado el pie del acelerador en esto de aflojar la billetera porque el horno empieza a no estar para demasiados bollos. El contrato del francés -que se dice asciende a unos 50 millones netos al año, al margen de los derechos de imagen- hace que Messi o Cristiano Ronaldo parezcan 'pobres de pedir' en un mundillo a la medida del rey Salomón, donde todo lo que toca se convierte en oro.

Recuerdo a Miguel Ángel, San José, Del Bosque, Camacho, Stielike, Juanito, Cunningham, Gallego, Benito, Santillana… en uno de los últimos partidos que vi siendo un imberbe antes de dejar de ser socio del Real Madrid. Aquello era deporte. Hoy es solo fútbol.

Buena semana.

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