ANÁLISIS

Pablo Motos y lo que esconde la irrupción de dos tertulias en 'El Hormiguero'

Tamara Falcó en 'El Hormiguero'
Tamara Falcó en 'El Hormiguero'
Borja Terán

La televisión se está convirtiendo en una especie de tertulia gigante. El formato de debate es perfecto para el tiempo de consumo audiovisual que vivimos, pues es barato de producir y, a la vez, genera una especial fidelidad del público. Porque moviliza a la audiencia con el atractivo de que puede tomar posiciones ante un contenido que, además, atesora el nervio de ir pegado al directo de lo que nos ocurre en el día a día.

Hasta 'El Hormiguero' ha incorporado dos tertulias. La de cómicos, con habituales como El Monaguillo o Marron, y la de actualidad con Cristina Pardo, Tamara Falcó, Nuria Roca y Juan del Val, al que Motos siempre adjetiva como 'el polémico'. Tal vez para dar aún más presencia al menos popular del grupo. Porque en televisión es importante vender bien el sentido de los personajes. Mejor si es antes de que el espectador les otorgue un hueco es la memoria colectiva.

La oportunidad de las tertulias en este programa surgió durante el estricto confinamiento colectivo en la primera ola de la pandemia. Al no poder acudir invitados al estudio, había que incorporar otros protagonistas en la mesa que sirvieran para acompañar al espectador sin la claustrofobia de la conexión constante por webcam. Objetivo conseguido. La propuesta de 'El Hormiguero' funcionó tan bien que, en esta nueva etapa, los debates ya han encontrado un cometido estable en la escaleta del espacio diario de Antena 3. La conversación ha demostrado que el público se queda igual aunque no haya un carrusel de experimentos, sorpresas, juegos, explosiones y locuras. Escuchar también funciona a la hora de retener la atención del público en la tele.

Pero escuchar va unido a aportar. Porque la buena tertulia es la que no sólo entretiene, también es útil. De eso, en realidad, hay poco en la televisión actual. Casi todos los debates suelen caer en lugares comunes. No están realmente trabajados. Ni por los programas en sí. Ni por muchos de los contertulios que acuden. Porque no hay tiempo, todo se decide corriendo según una última hora que, al final, puede anular la perspectiva de pararse a analizar lo que es interesante y lo que es irrelevante.

No es el caso de 'El Hormiguero'. Puede gustar más o menos el enfoque de sus tertulias, pero la realidad es que están trabajadas como aquellos viejos programas de la televisión y la radio clásica. Para que los participantes no se queden en lo mismo de siempre y, al menos, suelten anécdotas tan reconocibles como simpáticas que atraigan a la audiencia, es evidente que estas nuevas secciones esconden detrás un interesante trabajo de guion que recuerda aquella frase que planeaba siempre en las grabaciones del maestro Ibáñez Serrador: 'la mejor improvisación es la que está muy ensayada'. Si no hay una planificación del discurso, estos encuentros podrían ser vacíos. Y no, no lo son. Hasta Tamara Falcó habla... Eso es que, en este caso, está bien dirigida, comprende su cometido y lleva (algo) aprendida la lección.

Las dos tertulias funcionan porque se asientan en un guion que intenta mirar a las patosas cosas que nos unen a todos. Lo hacen con esa fuerza de la picaresca que, si nos quitamos prejuicios con el propio Pablo Motos, termina siendo constructiva para el espectador.

Y, mientras tanto, estas dos nuevas secciones fijas ayudan a encajar con más fluidez la duración de cada entrega de 'El Hormiguero'. Si un día hay un entrevistado que entra por skype -como fue el caso de Kily Minoge-, la tertulia se transforma en un apoyo clave para que el programa no haga pesado. Si otro día el programa debe durar más para que empiece más tarde el culebrón 'Mujer', la tertulia es flexible para alargar sin que (casi) se note. Porque no siempre hacen falta invitados. Al contrario, el cimiento de la fidelidad de éxito de un buen formato de televisión o radio está en los secundarios. Da igual el género. De 'Sálvame' a 'Ahí te quiero ver' de Rosa María Sardá.  Circunstancia que el'El Hormiguero' siempre ha entendido: 'Trancas y Barrancas' son los entrañables antagonistas que dan el contrapunto mordaz a Pablo Motos que, ahora, encima se saca de la manga dos tertulias que hacen crecer la familia de personajes del show. Más protagonistas fijos que despiertan lazos con el espectador sin necesitar rellenar a diario con un nombre estelar, lo que quizá hasta te pueda dar más libertad, al final, para hacer y deshacer.

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