Libertad sin cargas

Sánchez ve la legislatura a salvo... pero ahora viene lo más duro

Pedro Sánchez en Bruselas con el presidente de la CE Charles Michel
Sánchez ve la legislatura a salvo... pero ahora viene lo más duro.
EFE

No basta con alcanzar un éxito. Hay que escenificarlo para que todos lo sepan. Eso debió pensar Iván Redondo cuando organizó la batería de aplausos a Pedro Sánchez al reencontrar a sus ministros tras volver de la cumbre europea. Todo convenientemente grabado y difundido. De hecho, tampoco pareció improvisada la reacción de las huestes socialistas en el Congreso, entregadas al acuerdo alcanzado en Bruselas por el que España recibirá una inyección de fondos en el entorno de los 140.000 millones de euros. La magnitud de la reacción ‘monclovita’ tras la consecución del pacto se explica bien por el impacto que el Ejecutivo prevé. El presidente del Gobierno aseguró estar al 95% satisfecho con los compromisos alcanzados, dejando un 5% a las cesiones ofrecidas. Fue una pose. El político madrileño está un 200% encantado con el fondo de reactivación en marcha, sabedor de que -como bien lanzan desde su entorno sin rubor- el montante de ayudas previsto le garantiza una legislatura sin recortes draconianos, al tiempo que convierte los Presupuestos que se apresta a negociar en un 'bonus’ pero no en un ‘must’. El Ejecutivo ha ganado tiempo.

Goldman Sachs fue de las primeras firmas de inversión en analizar el resultado de la entente suscrita por los líderes comunitarios. “Esperamos unos desembolsos en subsidios de 80.000 millones para Italia (aproximadamente el 4,5% de su PIB) y de unos 70.000 para España (5,5% del PIB). Junto con las compras de deuda soberana del BCE, el plan de recuperación cerrará de forma efectiva las brechas de financiación en la zona euro entre 2020 y 2022”, exponía el documento. ‘Veni vidi vici’ para Sánchez, que se ha beneficiado de un cambio de paradigma con respecto a la crisis de 2008. “Está teniendo lugar un cambio profundo en la economía, de los que solo tienen lugar una vez en una generación -exponía The Economist-. Tanto como cuando en los setenta el exclusivo keynesianismo dio paso a la austeridad monetarista de Milton Friedman, o cuando en los noventa se dio independencia a los bancos centrales, la pandemia marca el inicio de una nueva era. La preocupación primordial será explotar las oportunidades y limitar el enorme riesgo que impulsa una megaintervención del Estado en la economía y los mercados financieros”.

Y es que, al final, en términos más mundanos tal vez podría acudirse a aquello de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Es decir, si algo será clave en el futuro es en qué se gasta el dinero que vendrá de Europa, especialmente las transferencias directas. Por ejemplo, Reza Moghadam, exjefe de la división europea del FMI y actual asesor económico jefe de Morgan Stanley, se planteaba en el FT si los países periféricos, los más dependientes del turismo, la hostelería y los servicios, deben destinar esa lluvia de millones a subsidiar unos sectores ya de por sí sentenciados por un problema de demanda, o por el contrario dinamizar sus economías desde una perspectiva de creación de valor añadido. “Hasta que no llegue una vacuna fiable, hay actividades que se verán limitadas durante años tanto por restricciones en los ámbitos laborales como por el miedo de los consumidores (…) Eso nos dice que los estímulos fiscales deberían apuntar a sectores donde una más alta demanda tenga mejores oportunidades de provocar una respuesta”. Por ejemplo, subraya la inversión en renovables o infraestructuras digitales, al tiempo que advierte que sería ineficiente subsidiar los servicios. El problema es de seguridad, dice, no de precio.

En este punto, el Gobierno de Pedro Sánchez afronta una desafío notable. Si la cuestión es perdurar, no hay más que caer en la tentación de desplegar ayudas y prestaciones a diestro y siniestro, siempre con la vista puesta en un próximo escenario electoral. Sin embargo, el Ejecutivo socialista tendría ante sí la opción de acometer un proyecto de mayor envergadura y liderazgo, véase sentar las bases de un cambio en el patrón de crecimiento, algo que el país pide a gritos desde hace décadas. Desde el equilibrio, dejando atrás solo lo imprescindible, es hora de que otros sectores de la economía tengan la opción de dar un paso adelante. Acierta CEOE, por ejemplo, al ponerse manos a la obra, crear una oficina ‘ad hoc’ y fichar a PwC para identificar proyectos empresariales susceptibles de acceder a los dineros en liza. “Las cantidades disponibles para los países periféricos son relativamente importantes para sus economías. Grecia recibiría el 25% de su PIB en los próximos años, otros entre el 10% y el 15%. La mitad son transferencias, el resto créditos a tipos de interés bajos. El fondo es un potencial catalizador para esos países y para la estabilidad en general de la eurozona", expone sin ambages Moghadam.

No va a encontrar el presidente del Gobierno freno al dispendio en sus socios de coalición, ávidos de reforzar el necesario ‘escudo social’ en marcha sin discriminación alguna. De hecho, no han tardado desde Podemos en explicitar sus prioridades de inversión dentro de la Agenda 2030 que abandera Pablo Iglesias… cuando el dinero todavía ni siquiera ha llegado. Parece complicado, visto lo visto, que desde el gabinete se eviten mensajes equívocos respecto a discrepancias abiertas en la coalición, como por ejemplo la que afecta a la reforma laboral. En este sentido, cabe recordar que Holanda&Co. se han granjeado un ‘freno de emergencia’ por el que pueden retrasar -cuando no bloquear- la llegada de fondos si se atisban desmanes en el día a día presupuestario. Razón de más para evitar alardes gratuitos en el gasto con fines ‘cortoplacistas’ o fuera de la hoja de ruta marcada a fuego desde las instituciones comunitarias. Es más, los desembolsos deben ser aprobados por el Consejo Europeo con una mayoría cualificada y serán supervisados por el Semestre europeo. Toda una espada de Damocles por la cual el grifo puede cerrarse a las primeras de cambio.

Tiene razón Sánchez en sacar pecho. Más o menos favorecido por las circunstancias, el pacto alcanzado en Bruselas dará oxígeno a una economía que -a diferencia de los llamados países ‘frugales’- no había hecho sus deberes en términos de consolidación fiscal y margen de deuda. Sin embargo, ahora le toca al presidente del Gobierno gestionar la victoria. Para empezar, los parlamentos nacionales deben aprobar el pacto, que no estará en marcha ‘de facto’ hasta el año que viene. Muchas de las empresas solventes que ahora penan por el tejido empresarial no pueden esperar tanto. El fondo de reconstrucción de 10.000 millones aprobado por el Consejo de Ministros debe servir de ‘puente’ e identificar quién es viable y debe ser rescatado hasta que llegue la inyección europea. Una vez en marcha, empero, el plan alumbrado estos días en Bruselas no debería entenderse como una vía para salvar una legislatura incierta, sino para cambiar la faz del tejido productivo nacional. Una aspiración de largo aliento que siempre termina topando con intereses particulares. Para reflexionar.

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