Opinión 

Diez años de Fukushima: ¿quién mató a la energía nuclear?

Fukushima
Diez años de Fukushima: ¿quién mató a la energía nuclear?. 
Agencia EFE

En 2004, el activista y cineasta Chris Paine lanzaba el documental “Who Killed the Electric Car?”. Se trata de un interesantísimo trabajo sobre cómo y quién acabó con el sueño del vehículo eléctrico de principios de siglo en California. A lo largo del metraje se van presentando los intereses y grupos de presión que acabaron con el sueño de contar con millones de vehículos eléctricos circulando por las carreteras de Los Ángeles, San Diego o Pasadena.

Tras visionar el cortometraje, cada uno puede sacar sus propias conclusiones sobre quién fue el culpable de acabar con él, por aquel entonces, producto estrella de la economía californiana: el EV1 de General Motors. La historia es un buen ejemplo de cómo un buen producto puede acabar en el cajón de los olvidos si se encuentra con los ‘asesinos’ oportunos en el momento adecuado. Una situación parecida está sucediendo con la energía nuclear que cumple 10 años desde que Fukushima se convirtiera en el punto de inflexión de esta tecnología en Europa.

En principio es difícil comprender la razón por la que una energía, que podríamos considerar casi limpia en relación a los residuos que genera, y no contaminante, en lo que a emisiones de dióxido de carbono se refiere, no está en la pirámide del cambio tecnológico que nos lleve de la mano a un futuro bajo o cero contaminante.

Desde un punto de vista técnico, también es complicado entender cómo esta tecnología, que suple la imprevisibilidad de las energías renovables, no encuentra un hueco mayor en el mix energético nacional. Las centrales nucleares producen energía que no está afectada por la falta de sol, lluvia o viento, y esto las convierte en un elemento imprescindible para aportar al sistema energético un valor esencial si se quiere contar con luz a cualquier hora del día o de la noche. Veamos entonces, como en el documental de Paine, cuales pueden ser sus enemigos.

El sistema

Hemos mencionado que su continuidad garantizada en la producción y suministro energético es uno de sus grandes ventajas, pero, a la par, es también uno de sus grandes problemas al estar limitada su ‘dispatchability’, algo que podríamos traducir como gestionabilidad: la capacidad de adaptar la producción a la demanda.

Para entendernos: una central nuclear no es un interruptor que se pueda encender o apagar cómo y cuándo desee el usuario. Su aportación al sistema es previsible y segura, pero a la vez el mismo sistema es preso de ella. La razón, ya mencionada, radica en que no se puede desconectar para, por ejemplo, dar paso a más renovables o cualquier otra tecnología que pudiera ofrecer energía más barata o conveniente en un momento dado.

A excepción de las paradas técnicas o programadas, que también se tienen en cuenta en la planificación y casación entre la oferta y demanda energética, la nuclear podría estar abierta las 24 horas del día los 365 días al año.

Los costes

Sus altos costes de construcción y de mantenimiento son el auténtico talón de Aquiles de la nuclear. Y es que: todo puede ser bueno, mucho puede ser bonito, pero, lamentablemente, pocas cosas son baratas. Volviendo a los ejemplos, hay algo que quizá pueda explicar la razón por la que en España no se ha presentado ningún plan nuclear desde el fin de la moratoria en 1997. El proyecto de la Central Nuclear de Hinkley Point C, en Reino Unido, pasa por ser el más caro del mundo. Presenta un coste estimado de entre 24.400 y 25.500 millones de euros. Hinkley Point aportará al sistema británico 3.200 Mw en sus dos reactores. Un dato que supone, aproximadamente, la mitad de la energía nuclear instalada en las centrales españolas en una sola central. Sin duda lo hará, pero a un coste muy alto. Para hacernos una idea, sólo con esta cantidad, España podría pagar durante seis años las primas a las energías renovables. Las mismas que aportaron en 2020 el 43,6% de la generación de energía eléctrica, marcando un récord nacional en producción renovable y a un precio considerablemente menor.

El consumidor

Al igual que en el documental de Paine, el consumidor juega un papel de primer orden en el éxito o fracaso de un producto. La aceptación del cliente y el tipo de energía que quiere comprar se ha demostrado esencial en la extenuante búsqueda de una energía limpia, no contaminante, económica y segura. La interpretación que podemos hacer de las encuestas realizadas en los últimos años, nos ofrece un panorama realmente desolador para la nuclear. Según una encuesta realizada en 2017 por Sigma Dos, el 72% de la población española contempla de manera positiva o muy positiva el cierre de centrales nucleares. Hace cuatro años los españoles lo entendían así, al extender su deseo de cierre de la C.N de Garoña al conjunto del parque nuclear español.

En 2015, la Asociación de Municipios en Áreas de Centrales Nucleares publicó otro estudio, elaborado por IPSOS, en el que se constataba que el 91% del universo de la muestra identificaba valores negativos sobre la energía nuclear, frente al 60% que exponía algún rasgo positivo de la misma. En la serie histórica del mismo análisis se demuestra que la mayoría de la sociedad presenta una actitud contraria hacia la producción de electricidad en las centrales nucleares, un 64% en 2009, frente a un 28% en 2015. Este 60% en contra se repite en todas y cada una de las preguntas que se realizan al ciudadano, incluso una vez que este conoce los beneficios en materia contaminante, producción eléctrica o seguridad de las centrales nucleares.

Quizá el dato más inquietante, muy condicionado ya que se produjo tras el accidente de Fukushima, es el proporcionado por el CIS, que en 2011 reflejaba que al 64,5% de la población le causaba mucho o bastante terror la construcción de centrales nucleares en España. Solo el calentamiento global superaba este indicador en la lista de “terrores” de los españoles.

La política y las empresas

El debate nuclear quedó zanjado en nuestro país hace ya unos cuantos años. Incluso las empresas y los partidos políticos dan por acabado un asunto que hace 10 años era objeto de atención mediática continua. En la actualidad los esfuerzos se centran más en ver cómo se puede aprovechar esta energía de la mejor manera posible que en perder tiempo en discutir su viabilidad futura.

Como consecuencia de ello el legislador actuó, fijando en 2035 el momento en el que la energía nuclear dejará de suministrar el 22% de la producción eléctrica en España. Hasta que llegue esa fecha su papel será el de proporcionar el respaldo necesario para que las renovables puedan seguir desplegándose por el territorio nacional e invertir en las medidas de seguridad exigidas tras el accidente de Fukushima.

Europa

Desde que Suecia propusiera en 1980 el abandono de la energía nuclear, el continente europeo ha sido testigo de una cascada de países que han renunciado a ella. Italia, Bélgica, Alemania, Suiza, Países Bajos han sido taxativos en su resolución, mientras que otros como Irlanda, Austria, Bulgaria, Eslovenia o Finlandia han impulsado políticas que incentivan la sustitución, en mayor o menor medida, por otras fuentes de energía, o bien imponen un techo a su utilización, cuando no, un plazo terminal para su existencia.

Sin embargo, esta tendencia europea no es seguida en otras partes del mundo. Al proyecto británico se le suma el doble rasero de China, que impulsa la investigación en fusión nuclear, por un lado, mientras que incrementa también su apuesta solar. Por su parte, Estados Unidos, también con la I+D por delante, aprobó el año pasado la solicitud de extensión por 20 años más de dos reactores nucleares en la central de Peach Bottom, lo que les permitirá operar hasta los 80 años. India, Rusia, Corea del Sur, Pakistán, Emiratos Árabes y la sempiterna Francia, entre otros muchos, ven esta tecnología perfectamente compatible con los objetivos globales de reducción de emisiones y la seguridad máxima requerida y exigible en este tipo de instalaciones.

En 2011, Paine se vio forzado a rodar un nuevo documental. En esta ocasión el título ya atisbaba un cambio de tendencia a favor del sueño del vehículo eléctrico. “Revenge of the Electric Car” refleja con claridad que algunos de los enemigos de 2004 habían dejado el lado oscuro para abrazar la fuerza que siempre parece acompañarlos en su viaje. La venganza de la energía nuclear, al menos en Europa, no parece tener cabida. Al igual que en la primera parte del documental sobre los ‘asesinos’ del vehículo eléctrico, con la energía nuclear se puede concluir que: entre todos la mataron y ella sola se murió.

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