Opinión

España y la nueva geopolítica de la energía

Paneles solares
España y la nueva geopolítica de la energía.
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España ha marcado, en distintas ocasiones de la historia, los precios de materias primas y bienes. En la España Imperial, la plata inyectada vía Campeche o Buenos Aires desde las minas de Potosí engrosaba las arcas de una Monarquía más dispuesta a librar batallas allá donde fuera necesario que en la construcción y desarrollo de una península industrial al estilo danés y holandés.

En 1914, cuando Europa vivía su primera gran guerra, España, concretamente la industria textil catalana, marcaba el precio mundial del algodón y el lino. Las poderosas fábricas europeas estaban paralizadas, cuando no destruidas, por la contienda, por lo que las incipientes familias comerciales ubicadas en Barcelona se lanzaron a proveer de uniformes e impedimenta a todas las partes que participaron en la Gran Guerra.

Pero, aun siendo desconocido, encontramos precedentes de esta situación de dominio mucho más reciente en nuestra historia. Hace apenas 12 años España controlaba los precios de los componentes para paneles solares. Un sector que movió y mueve miles de millones de euros también a escala mundial. Ya no hablamos de materias primas tradicionales, sino de productos con un alto valor añadido y ligados a la investigación y el desarrollo científico. Cualquier movimiento español en el mercado de renovables marcaba tendencia. Así, la repercusión de la legislación española en materia de renovables aplicaba el principio de extraterritorialidad de manera fáctica. Ante el recorte en la producción renovable efectuado en 2008, los módulos de polisilicio, componente esencial en las placas solares, redujeron sus precios en un 40% en apenas un año, debido a un 'simple' decreto ley español.

España instaló, s0lo en 2008, 2.600 MW de los 5.600 MW totales de la energía solar producida en el mundo. La ralentización de este crecimiento tuvo un efecto inmediato en los sobrevalorados mercados industriales que, en ese momento, crecían de la mano de una descontrolada fiebre renovable que llevaba a destinar la mayor parte de las primas a esta tecnología en detrimento de otras.

Tanto esfuerzo económico, sin duda demasiado, puso a España al frente de la financiación de la I+D solar, pero supuso un estrés insalvable para las arcas públicas en la lucha por superar un objetivo que señalaba al 2010 como el año clave en la 'pretransición' energética que vivimos hace 10 años. En cierta manera, el esfuerzo inversor español financió la I+D de la industria internacional. El país perdió una oportunidad para desarrollar una industria de componentes capaz de controlar el posterior despliegue fotovoltaico en el resto del mundo.

Este episodio no es anecdótico. La transición energética plantea una de las cuestiones más rupturistas en la concepción de la geopolítica de los últimos 150 años. Desde el inicio de los tiempos, la causa cuasi fundamental de los enfrentamientos y conflictos internacionales hunde sus raíces en la búsqueda de recursos energéticos para garantizar el desarrollo económico y social de las naciones.

Si en el pasado las materias primas, como el petróleo y el carbón, eran el oro y la plata el siglo XX, la transición energética provocará que el eje geopolítico energético, situado en los estados exportadores de petróleo, pase a diluirse entre todos los países del mundo. Estos podrán aplicar una tecnología basada en recursos inagotables como el sol, a través de la energía fotovoltaica, el viento, con la eólica, o cualesquiera otros recursos energéticos basados en la filosofía renovable de inagotabilidad y cero contaminación atmosférica.

La transición energética provocará que el eje geopolítico energético, situado en los estados exportadores de petróleo, pase a diluirse entre todos los países del mundo

Ahora bien, como en el principio físico universal, la geopolítica ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. En este caso, el centro de la geopolítica se mudará, a largo plazo, de los yacimientos petrolíferos a las cuencas mineras donde se extraigan los minerales necesarios para desarrollar una industria renovable, caracterizada en la actualidad por su eficiencia y coste reducido.

El recorrido tecnolólógico es enorme. El desarrollo nanotecnológico de los superconductores, las propiedades del silicio, el telurio, el cadmio, la prometedora perovskita, y, en el caso de la industria eólica, el neodmio y el disprosio, pueden suponer los nuevos ‘game changers’ en la geopolítica de la energía.

Europa tiene mucho que decir a este respecto. La pandemia ha demostrado fehaciente y trágicamente el error de poner todos los huevos en una misma cesta. La excesiva dependencia de China ha supuesto que gran parte de los materiales y componentes básicos en sectores estratégicos del continente, como el automovilístico o el sanitario, se vean condicionados por el racionamiento, voluntario o no, de elementos claves en su fabricación. En este caso, el desarrollo de una industria verde europea no debe centrarse únicamente en el acceso a los recursos naturales. Será imprescindible contar con suministros tecnológicos propios que no repitan el error de confiar toda la cadena de valor material en un único actor.

Nuestro país es un buen ejemplo en cuanto a la importancia de proveerse de distintas fuentes para reducir la dependencia energética. La apuesta de convertirnos en un 'hub' gasístico, en el que fuera posible la convivencia de esta materia prima a través de su canalización directa o su llegada a través de barcos, ha supuesto que España garantice su aprovisionamiento energético de una manera óptima, en lugar de depender extraordinariamente de un único punto de suministro, como ocurre en gran parte del norte y este europeo.

Como siempre en geopolítica, habrá ganadores y perdedores, pero, en este caso y por fin, el coste de oportunidad se distribuirá equitativamente entre todos aquellos países dependientes de los países exportadores de petróleo, que, a su vez, también son conscientes de la situación y están reconvirtiendo sus estrategias hacia nuevas políticas energéticas con un fuerte componente renovable. Su ventaja competitiva es enorme, puesto que pueden destinar ingentes cantidades de beneficios procedentes de la geopolítica anterior, que ya no volverá a ser la que era.

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