Serendipia

La propuesta desnuda

Yolanda Díaz y Pedro Sánchez de la mano
La propuesta desnuda.
Agencia EFE

Estos días estamos conociendo los detalles del programa de gobierno entre el PSOE y Sumar. La reducción de la jornada laboral sin reducir el salario ha copado todos los titulares y sin duda habrá causado sorpresa y mucha alegría entre millones de españoles. Trabajar menos y cobrar lo mismo suena bien. Un sueño hecho realidad. Esas mismas sensaciones seguro que sintieron en el famoso cuento de Hans Christian Andersen los súbditos del Rey cuando vivieron el nuevo traje de su emperador mientras se paseaba en su carroza. La noticia había corrido como la polvora por el reino, había un nuevo tejido tan suave y delicado que apenas se percibía; únicamente las mentes más sensibles eran capaces de verlo

La propuesta de Sánchez y Díaz, que vendrá acompañada de una nueva ley de usos del tiempo para “ganar tiempo a la vida”, suena increíble, igual que la nueva tela del traje del emperador, pobre del que se atreva a poner en cuestión cualquier de las dos. ¿Qué empleado no quiere trabajar menos?, ¿qué español no quiere que su familiar esté menos horas trabajando, pero que la nómina no baje?, ¿qué paisano del cuento quería pasar por un estúpido por no ver la tela?, ¿quién en pleno desfile osaría humillar al Rey por estar desnudo?

Reputados asesores habrán participado en la propuesta de las 37 horas y media semanales. Sesudos informes habrán sido encargados, fiables encuestas de opinión realizadas además de rigurosos análisis sobre los antecedentes de esta medida en todo el mundo. Para finalizar la nómina de expertos participando en la propuesta, institutos económicos habrán glosado el impacto económico de la decisión. No pocos cientos de miles de euros invertidos. También en el cuento, dos personajes, los hermanos Guido y Luigi Farabutto juraban que poseían una combinación de materiales que les permitía fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar un ser humano. Eso sí, no eran materiales precisamente baratos y sólo un poderoso podría permitírselo. Estos “expertos” simulaban que trabajaban en la ropa, pero se quedaban con la rica materia prima que solicitaban para tal fin. También mucho dinero malgastado de las arcas reales en el engaño.

Llegó el día. Sánchez y Díaz anunciaron su medida estrella. Así como el monarca decidió estrenar su traje invisible en un día de fiesta y desfile. Todos los habitantes del reino alabaron enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, al igual que esta semana con la reducción de la jornada laboral, imposible no estar de acuerdo ante semejante utopía hecha realidad. En el cuento finalmente, un niño dijo: «¡Pero si va desnudo!» La gente empezó a cuchichear hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo y el engaño se deshizo. Si en las presentaciones políticas, como la de la semana pasada de PSOE y Sumar, se permitieran preguntas, seguro que alguien hubiera formulado la siguiente ¿Por qué si es tan evidente las ventajas de la medida no se ha hecho antes? ¿Tendrán que ser más productivos los trabajadores o asumirán las empresas la medida? Ese imaginario periodista hubiese acabado con la mistificación.

Pero como el derecho a la información está en horas bajas y parece que las ruedas de prensa de las fuerzas políticas con preguntas son cosa del pasado, habrá que buscar ese niño que denuncie el engaño, como en el relato de Andersen. Y no es complejo. Te animo a que hables con tu panadero, o con el carpintero, también con el tapicero o el dueño del bar de la esquina. Por supuesto que vale el zapatero o el amigo que se lanzó a abrir una librería o una farmacia. En realidad, cualquier pyme española es el niño del “Rey desnudo”. Te dirán que llevan meses con los costes creciendo más que las ventas, que tener un empleado cada vez es más caro y que si esto sigue así tendrán que cerrar. Y finalmente, sin temor a lo que piense, el mundo entero gritará, como el niño, que lo que toca ahora es trabajar más para ganar lo mismo y no al revés.

Este cuento danés como las fábulas españolas tiene moraleja. La enseñanza es que no tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es así. Pero también que no hay preguntas estúpidas ante afirmaciones que sí lo son. En las historias para niños lo anterior funciona y en las propuestas políticas también.

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