Capital sin Reservas

Sánchez, cara al sol, con su economía nueva y falangista

El Gobierno ha restaurado las rigideces del sistema productivo con la indexación al IPC y la ultraactividad de los convenios, en una especie de retorno al paradigma falangista del tardofranquismo y de la crisis de los setenta.

La política económica de Pedro Sánchez frente a la crisis parece cortada por el mismo patrón falangista del tardofranquismo
La política económica de Pedro Sánchez frente a la crisis parece cortada por el mismo patrón falangista del tardofranquismo
La Información

Las taxonomías, como las apariencias, engañan. A Pedro Sánchez le ha faltado tiempo para manifestar públicamente su rechazo ante la caída del caballo que acaba de protagonizar la Unión Europea en su nueva concepción estratégica de lucha contra el cambio climático. Bruselas se ha dado un baño de realidad etiquetando al gas natural y a la energía nuclear como tecnologías básicas de producción energética, una decisión que echa por tierra el dogma ecológico del Gobierno. Pero curiosamente, y al margen de la rotundidad que emplea el jefe del Ejecutivo para defender su ideario de salón, la vicepresidenta Ribera ha matizado la posición oficial de España al admitir que ambas fuentes de generación deberían incluirse en una ‘categoría intermedia’, que si no son verdes tampoco son negras y en todo caso resultan indispensables para tender un puente hacia esa transición de la que ella es la primera abanderada.

El proceso hacia la plena eliminación de la huella de carbono tiene un coste muy elevado y, por lo que se demuestra, bastante inesperado dentro de la planificación energética de algunos países como España. Basta con atender a los informativos diarios o, lo que es peor, mirar el recibo de la luz a final de cada mes para comprobar el alcance de una situación crítica cuyas repercusiones se extienden como la pólvora a todo el desarrollo de la actividad económica. La última muesca en la batalla para contener el calentamiento del planeta ha sido abierta por el Banco Central Europeo (BCE), cuya responsable de operaciones de mercado, Isabel Schnabel, acaba de reconocer que la lucha contra el cambio climático mantendrá elevados los precios de la energía durante un tiempo, lo que podría obligar a retirar los estímulos monetarios más rápidamente de lo previsto.

En plena discusión sobre el futuro de los tipos de interés oficiales en las distintas áreas geográficas de influencia global, las palabras de esta economista alemana retumban como un primer avance, indiciario y abracadabrante, de lo que puede ocurrir a poco que Vladimir Putin siga manejando desde Rusia la llave de paso del gas en el continente. Las tensiones con Estados Unidos sobre la independencia de las antiguas repúblicas exsoviéticas abocan a un panorama muy poco tranquilizador y las autoridades de Fráncfort han empezado a ponerse en lo peor, que es lo que toca cuando pintan bastos y nadie en la comunidad de tecnócratas internacionales quiere tentar la suerte pidiendo nuevas cartas. Traducido en versión española lo que se anticipa a la vuelta de la esquina es una subida de las hipotecas como colofón de esa carestía de la vida que se barrunta para todo el año 2022.

El Gobierno no se apea del dogma ecologista aunque Teresa Ribera empieza a admitir que el gas y la energía nuclear son tecnologías intermedias de transición energética

La espiral inflacionista generada por el shock de la oferta energética se antoja imparable en nuestro país por muchas que sean las reconvenciones promovidas desde los diferentes oráculos supranacionales para impedir los temibles efectos de segunda ronda. El mismo Pedro Sánchez, obligado como está a seguir las recomendaciones de sus socios comunitarios, ha querido alinearse con la ortodoxia dominante, alertando de boquilla acerca de los peligros que encierra una repercusión generalizada del incremento de los costes al resto del sistema productivo. El gran truchimán socialista ha reclamado el vaso de lágrimas con una declaración de intenciones propia de un contorsionista especializado en labores de postureo pero que no se compadece en ningún caso con las medidas estructurales que vienen adoptando un día sí y otro también las componentes del gineceo económico del Gobierno.

Si algo ha consignado durante estos tres años la coalición de izquierdas en alianza con el nacionalismo separatista ha sido el desmantelamiento de las barreras impuestas años atrás para evitar la rigidez, tanto nominal como real, de la economía española. A tales efectos en 2015 se promovió la llamada ley de desindexación con el fin de poner coto a la práctica convencional de vincular los valores monetarios a la evolución del IPC. La medida, adoptada por recomendación expresa de la Unión Europea, ha pasado a mejor vida tras la derogación del factor de sostenibilidad de las pensiones y su vinculación directa con la inflación media que acaba de entrar ahora en funcionamiento. El mismo efecto llamada se extenderá de manera equivalente más pronto que tarde al resto del sector público, con especial incidencia en un incremento del sueldo de los funcionarios.

Sánchez se preocupó de sacar a Franco del Valle de los Caídos pero en materia económica el espíritu del dictador ha poseído a su Gobierno Frankenstein. 

En sentido equivalente la contrarreforma laboral de Yolanda Díaz ha restaurado, como exigían los sindicatos, la llamada ultraactividad de los convenios que fue eliminada en 2012. A partir de ahora se hará efectiva de nuevo la renovación automática de las cláusulas que garantizan las subidas salariales en el sector privado con independencia de las situaciones de emergencia que se deriven de una crecida inflacionista. Bajo estas nuevas condiciones de nada sirven las imploraciones al viento contra esos efectos de segundo grado que sólo un milagro podrá evitar a lo largo de este año a poco que los agentes económicos empiecen a pensar en qué hay de lo suyo con la misma presteza que caracteriza a Sánchez en su afán por mantener como sea el poder adquisitivo de su alquiler en La Moncloa.

El populismo ha vuelto a quedar consagrado como fórmula presuntamente mágica para solucionar los problemas seculares de una economía que, después de sufrir una devaluación interna de caballo tras la crisis de 2008, había recuperado recientemente niveles nunca vistos de competitividad externa. El gozo quedará ahora en un pozo como consecuencia de un programa de involución económica tan retrógrado que sólo admite comparaciones con los denostados e inmemoriales tiempos del tardofranquismo. Las invocaciones de carácter social resuenan como el cara al sol de un paternalismo ancestral al mejor estilo falangista. Sánchez se preocupó muy mucho en sacar a Francisco Franco del Valle de los Caídos, pero el espíritu del dictador ha poseído las entrañas de su Gobierno Frankenstein. Entre fantasmas y monstruos, está claro que los extremos siempre terminan tocándose.

Mostrar comentarios