OPINION

Cataluña: ¿Fin de un relato?

Imagen de turistas en Barcelona
Imagen de turistas en Barcelona

Finalmente, el independentismo catalán puede no estar lejos de lograr la secesión, pero una distinta de la que buscaba: no la de Cataluña respecto de España, sino la de media Cataluña respecto de la otra media.

A ese punto —inesperado y catastrófico— parece aproximarse en estos momentos el proceso independentista, por más que sus líderes se esfuercen en negar la cada vez más obvia fractura interna de la sociedad catalana. Los datos de opinión disponibles revelan que la media Cataluña no independentista sí percibe, con claridad, la hondura y gravedad de esa quiebra. La renuencia del independentismo a admitirla resulta comprensible pues hacerlo desbarataría el relato que vertebra y justifica su andadura: un único y homogéneo pueblo (Cataluña), pacífico y democrático, alzado contra la secular opresión de otro (España), belicoso, monolítico y deficientemente democrático.

En ese argumentario, el hecho de que algo más de media Cataluña se oponga a la secesión no tiene encaje posible. Es más, puede servir para, precisamente darle la vuelta: la Cataluña independentista, que se considera tan insufriblemente oprimida, podría fácilmente pasar a ser considerada como la potencial opresora de la Cataluña no independentista.

En todo caso, el diagnóstico de situación más apropiado en el momento actual es que estamos más ante un conflicto entre catalanes (los independentistas –algo menos de la mitad– y los no independentistas –algo más de la mitad–), que ante una confrontación entre Cataluña (toda Cataluña) y el resto de España.

En este comienzo del curso político dos cosas me resultan especialmente llamativas: por un lado, la naturalidad con que ahora (en comparación con hace solo uno o dos años) se habla ya de la existencia, políticamente hablando, de dos Cataluñas; por otro, que en el cada vez más poblado santoral independentista de fechas históricamente trascendentales las del 6 y 7 de septiembre de 2017 no tengan lugar alguno y sean ignoradas. Cabe entenderlo como un reconocimiento tácito de que aquellos días no se coronó cima alguna —como algunos creyeron— sino que, por el contrario, se abrió un foso separador que ahora resulta cada vez más difícil ignorar, por mucho que se intente mirar hacia otro lado.

Todo invita a pensar que el independentismo, en su permanentemente improvisada huida hacia adelante de estos últimos seis años, ha ido, progresivamente, despegándose y desentendiéndose ni más ni menos que de algo más de la mitad de la sociedad que cree representar. El resultado sería, sencillamente, que los soberanistas, ensimismados, podrían no conocer ahora realmente a su sociedad: al conjunto de su sociedad, quiero decir.

Y no precisamente porque escaseen los datos al respecto: más bien sobreabundan. Por ejemplo, y por citar tan solo algunos ejemplos significativos que disuenan de forma especialmente aguda con el discurso político dominante en el secesionismo:

-El 97% de la ciudadanos de Cataluña se sienten (y definen como) catalanes. Esta identidad masivamente compartida no implica una única y excluyente forma de vivirla: el catalanismo actual es plural, como no puede sino ser toda seña de indetidad básica. Pero nadie piensa que existan catalanes, por un lado, y españoles por otro.

-Apenas el 10% de todos los catalanes considera que ser catalán conlleva, necesariamente ser independentista.

-El 24% de la ciudadanía se define como “solo catalanes”, y el 3% como solo españoles: el 73% restante puede ser considerado “bi-nacional” pues compatibiliza (no siempre en igual medida, obviamente) el sentimiento nacional catalán con el español. Su identidad nacional es incluyente.

-El 90% considera que es perfectamente posible ser, a la vez, catalán y español (contra lo que se ha podido afirmar con alguna rotundidad por quien debería medir mejor sus palabras…sencillamente para no faltar a la verdad).

-Seis de cada diez catalanes recuerdan el 6-7 de septiembre de 2017 con vergüenza; apenas un tercio, con orgullo.

-El “núcleo duro” independentista comprende, de forma estable, a un tercio de la población, aproximadamente. Hay un 15% de independentistas recientes, coyunturales y pragmáticos, que, pasan a apoyar la permanencia en España si se les plantea la posibilidad de un arreglo constitucional que permita un nuevo encaje de Cataluña.

-El 61% de los catalanes considera que son escasas, o nulas, las probabilidades de que Cataluña llegue algún día a ser independiente (el 35% piensa lo contrario, porcentaje similar en volumen al “núcleo duro” independentista).

-El 73% de los catalanes piensa que en España, hoy, ser independentista y trabajar por conseguir la independencia es plenamente legal si se actúa dentro de la ley.

-El 69% cree que el actual Govern debería adoptar una estrategia negociadora, plenamente legal, que permita reconstruir un amplio consenso social (frente al 24% que cree preferible seguir adelante con el procés como hasta ahora aunque eso divida a Cataluña en dos).

-Por último: en las once elecciones autonómicas celebradas en Cataluña entre 1984 y 2017, el porcentaje medio de votos a favor de opciones nacionalistas (en las distintas variantes y modulaciones de estas en cada momento) es el 48.6%. En las últimas de 2017 el independentismo, en conjunto, logró el 47.5%. En otras palabras, el voto nacionalista ha sido llamativamente estable en número durante 33 años: lo que ha variado en las últimas elecciones ha sido la redefinición, en sentido más radical, de sus propuestas, pero su apoyo electoral presenta un volumen inalterado.

Con todos estos datos en mente (y muchos más del mismo tenor disponibles) resulta difícil entender la mantenida impasibilidad discursiva del independentismo. El suyo parece un mundo paralelo, en libre flotación, ajeno a la realidad, y en el que todo es, a la vez, real y no real, en el que se toman decisiones en serio o “de mentirijillas” pero siempre reclamando impunidad porque se trata de un proceso democrático. El soberanismo parece encallado —agotadas ya las astucias— en una vereda ya recorrida y que lleva donde lleva.

No hay debate perceptible alguno sobre todo lo hecho y lo conseguido a cambio. Y se sigue manteniendo el mismo relato de situación, por más que este se haya oxidado y presente agujeros y resulte, cada vez, menos creíble. ¿No sería más bien hora de “aprender y hacer mejor las cosas en el futuro”? Palabras de Junqueras.

Mostrar comentarios