En mi molesta opinión

¿A quién va usted a creer: a mí o a sus propios ojos?

Pablo Iglesias Íñigo Errejón
¿A quién va usted a creer: a mí o a sus propios ojos?
Agencia EFE

Hay humanos tan buenos, por no decir ingenuos, principalmente en el mundo del periodismo, que se creen que Pablo Iglesias es la reencarnación de Teresa de Calcuta y que ha dejado la vicepresidencia del Gobierno de España para salvar Madrid de las garras de la ultraderecha. ¡Vamos, hombre! Pablo Manuel, no nos cuentes milongas y, por favor, no nos vendas motos viejas como si fueran una Harley Davidson nueva. Dinos la verdad. Dinos que el panorama político para Podemos no es tan bonito como lo pintan Monedero o Montero, sino que es más bien tan duro y siniestro como el de Ciudadanos.

El imperial y magnánimo gesto de Iglesias responde a la necesidad de conjurar el grave riesgo de la desaparición de Podemos en Madrid. Las encuestas manejadas hasta la fecha no les dan ni el 5%, lo que significa quedarse fuera de la Asamblea madrileña, tras el batacazo en el País Vasco y la desaparición en Galicia. En román paladino, viene a ser la hecatombe morada, el principio del fin, una vergüenza política difícil de asumir y de remontar. De ahí que el macho alfa del partido decidiera dar, una vez más, un golpe de efecto.

El efecto lo ha provocado, sin duda, pero también algún que otro defecto. Por ejemplo, hacer más importante a Díaz Ayuso y motivar aún más al electorado de derechas, que ya estaba excitado por la convocatoria electoral, gracias al gran error murciano de Arrimadas, y que ahora ve doblada su apuesta. Además, su jugada de aglutinar en torno a su persona a la izquierda madrileña no ha funcionado. La actuación de vampiro electoral que pretendía Iglesias ha molestado en Más Madrid. Quería que el partido de Errejón -al que defenestró como a tantos otros- se uniera a su plan. Sin embargo, Mónica García, candidata de Más Madrid, ya le ha soltado un aldabonazo en toda la cara: "Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que en los momentos históricos nos pidan que nos apartemos”.

Y es que al líder de Podemos, a estas alturas de la película, ya se le conocen todos los trucos y se le ven las polleras. Hace seis años cuando saltó al ruedo sin que nadie le conociera, consiguió convencer a muchos de que él iba a cambiar la política, la iba a hacer más decente, menos vieja, menos bipolar, y todo lo que ustedes quieran… Pero no, no ha conseguido casi nada de eso. Lo malo de Pablo Iglesias es que sólo tiene un estilo de 'torear' y todo el mundo lo conoce: fuera de Ejecutivo como vocero activista y dentro del Gobierno como vicepresidente agitador, pero poco trabajador; y ya no cuela, nadie se traga su falso feminismo -las candidatas de la derecha son mujeres-, su falsa lucha por lo social -no ha pisado ni una residencia de ancianos ni un hospital-, su falsa lucha por los trabajadores, con más de cinco millones de parados. Iglesias sigue empeñado en hacernos creer que todo lo que hemos visto de él no es cierto, que la verdad es lo que él nos dice y nos promete, y que nuestros ojos mienten.

Como vicepresidente Pablo Iglesias tenía varios problemas: mucho desgaste político y en la coalición no pintaba casi nada, y además se olía una repentina convocatoria electoral. Visto así, su huida hacia la Comunidad de Madrid ha sido una liberación para él y un favor para Pedro Sánchez que no tendrá que 'sacrificarlo' en medio de la plaza pública. Un ‘descabelle’ del vicepresidente previsto para finales de este año, o principios del próximo, que es cuando el presidente del Gobierno tiene planeado convocar elecciones. Pero para Sánchez, 'liquidar' a Iglesias tenía un valor electoral, algo que el de Galapagar ha evitado adelantándose.

A pesar de todo, y quizá porque el poder siempre excita y cuesta abandonarlo, hay que dejar claro que Iglesias quería salvar su partido en Madrid pero sin dejar el cómodo puesto de vicepresidente. En su habitual estrategia de liar a los demás, pretendió este fin de semana que los sacrificados fueran otros: Rafa Mayoral o Alberto Garzón, incluso su compañera de fatigas, Irene Montero, pero todos se negaron, ninguno quería dejar la poltrona para acudir de bombero a Madrid y salvar los muebles del partido. Al final, ha tenido que ser él mismo -cómo estará de mal la cosa-, e inmolarse por el bien de su Podemos, aunque lo venda como un bien para la Humanidad. En esto siempre ha sido un buen estratega y un gran motivador, siempre ha sabido establecer enfrentamientos emocionales de gran calado: luchamos contra la casta política y el bipartidismo rancio, luchamos contra la banca y el Ibex, contra la Transición y los ricos, y ahora la gran excusa es luchar contra el fascismo en Madrid.

Lo que tenemos por delante es un hermosa -y seguramente también rabiosa- batalla ideológica, cultural y casi, casi existencial entre la derecha y la izquierda. El paseo triunfal que auguraban algunas encuestas para Ayuso no será tal, ya que la munición de Iglesias no suele dejar indiferente a nadie. Aunque la izquierda también concurre a estas elecciones muy dividida y entre ellos tampoco habrá paz. ¿Qué hará Iglesias si no gana las elecciones y no es presidente? ¿Abandonará la Comunidad? ¿Se irá a dirigir lo que quede de su partido? Cuestiones interesantes que sabremos a partir del 4 de mayo. De momento, hay que abrocharse los cinturones porque lo que nos espera este mes y medio no es apto para pusilánimes. Todos andan ya con las navajas en la boca y afilando las hachas, todos menos Ángel Gabilondo que prefiere morder tratados de filosofía y soñar con ser el Defensor del Pueblo.

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